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LOS JUEVES INVITADO
Columna
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El (posible) privilegio del arte

La imparable popularización de los museos y centros de arte durante las últimas décadas ha puesto de relieve uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad: la educación. A menudo asistimos a debates sobre el bajo nivel de la misma o acerca de cómo nos vemos "forzados" a dirigirnos a un espectador cada vez menos preparado. Pero, también es cierto que, en ninguna otra época, ha sido la circulación de información tan extensa ni el acceso a la cultura tan aparentemente fácil. ¿Cómo es posible, pues, que justamente cuando el entretenimiento y nuestro tiempo libre se asocian a la experiencia formativa la educación esté en niveles tan bajos? ¿Cómo es posible que se hable continuamente de crisis de la cultura cuando jamás en nuestra historia reciente había sido tan multitudinaria?

El problema radica en que una pedagogía como elemento de liberación continúa sin plantearse
La educación emancipadora se basa en una relación de igualdad. Es un puente de doble dirección

Intrínsecamente ligada a la formación de los públicos, la educación, tanto o más aún que las narraciones que el museo nos propone, es uno de los grandes temas todavía no resueltos en la museografía actual. El problema radica en que una pedagogía como elemento de liberación continúa sin plantearse. No dejamos de apreciar las buenas intenciones de los museos, que invierten considerables esfuerzos y recursos en acercar el arte a su público, a idear out-reach programs con el objetivo de difundir los tesoros que acumulan. Pero estas medidas reformistas no han hecho sino perpetuar algunas de las falacias sobre las que se ha asentado la pedagogía moderna: la transparencia, el progreso y la educación entendida como mera transmisión. Como ha observado Jacques Rancière, este enfoque es: a) oscurantista, porque simplemente asume que el mejor modo de reducir las desigualdades en el conocimiento es recortando el propio conocimiento; b) clasista, porque presupone que aquellas personas que provienen de las clases trabajadoras o grupos subalternos deben recibir una enseñanza menos abstracta y sofisticada, y c) infantilizante en su concepción maternal de la escuela o área educativa.

Una pedagogía de la emancipación presupondría que un "ignorante" enseñase a otro "ignorante". Un ignorante no logra ciertamente enseñar a otro ignorante unos contenidos determinados, pero puede ayudarle a encontrar un camino, su camino, y a relacionar cosas aparentemente diversas. No es que se busque la pureza de lo primitivo o aculturado, sino que, por el contrario, esta pedagogía muestra la facultad liberadora de la cultura, la capacidad que todos tenemos de redescubrir y redefinir el conocimiento.

La educación emancipadora se basa en una relación de igualdad. Es un puente de doble dirección que no sólo implica la voluntad del "maestro", que quiere dirigirse a su interlocutor, sino también la del interlocutor que demanda emanciparse. No hay inteligencia donde sólo existe agregación, el reflejo de una mente en otra. Hay inteligencia cuando cada uno actúa, explica lo que hace y ofrece los medios para verificar la realidad de sus acciones. Esta es una propuesta que promueve, simultáneamente, la dualidad y la comunidad, la diferencia, el antagonismo y la negociación. No permite la absorción de una mente por otra, sino su articulación, manteniendo a la vez la identidad de las mismas.

En esta educación la obra de arte y el hecho artístico juegan un papel privilegiado en tanto en cuanto constituyen un vínculo entre el artista y el espectador (entendido este último como agente) o entre dos o varios espectadores / agentes. La experiencia artística es un fenómeno transicional ya que genera en el espectador una ilusión que le impulsa a relacionarse con los demás y con un entorno que, aunque exterior, no percibe como ajeno. Hace que nos veamos a la vez como sujetos y objetos de la percepción de los demás, creando así espacios de sociabilidad nuevos y liberadores. El problema surge cuando, fruto del autoritarismo, de la academia o del mercado, se determinan zonas de experiencia cerradas en sí mismas. El resultado es una sociedad patológica que seguramente no es muy distinta de la que nos ha tocado en suerte vivir.

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