Acampados ante la Xunta
Los trabajadores de Serrabal planean ahora trasladar las tiendas a la mina
Cocinar no cocinan. Compran la empanada ahí al lado, en Moure, o van a comer un plato combinado de ésos "barateiros" que dan en la estación. Muchas veces, en cambio, tienen antojo de tortilla. Y entonces encargan una en O Parlamento... la tasca que tanto frecuentan los funcionarios.
A falta de una pica en Flandes, los trabajadores de la mina de Serrabal y las fábricas de Ferroatlántica en Cee y Sabón han puesto piquetas en la Xunta. Plantaron ocho tiendas azules (una ganga que encontraron en Decathlon), en el jardín que da a la reja de San Caetano; alquilaron una autocaravana y levantaron un cenador blanco que es el cuartel general de su lucha.
Las cartas de apoyo les llegan a la sede de la Xunta. Luego se las da un funcionario
El párroco de San Caetano les ha regalado bombones y licor café
Con el transcurso de los días, los árboles y las farolas de la zona se han ido engalanando con pancartas de protesta, y a la entrada del campamento han instalado un ataúd, el de sus puestos de trabajo, que varias veces al día pasean en comitiva fúnebre en torno al edificio administrativo. El párroco de la iglesia de San Caetano, que está a 50 metros, no se ha ofrecido para las exequias pero, apiadado por la rasca de estos días, les ha mandado una caja de bombones y una botella de licor café.
Habrá quien piense que lo de las tiendas es un paripé. Que de noche estos trabajadores que pasan el día pacíficamente frente a la Xunta, con la cremallera de la chupa hasta arriba, jugando pachangas para espantar el frío, se montan en el microbús que aparca aquí delante y se van a dormir a casa con la señora esposa. Nada de eso. En este campamento de guerra siempre quedan, al menos, 10 trabajadores. La mayoría pasan la noche en vela, jugando al mus y al parchís bajo la carpa blanca, ahora que al fin le han puesto aislante de goma en el suelo y una estufa de queroseno como ésas que se ven en las terrazas de los bares. Cuando alguno flojea, se retira y echa una cabezada. Esta siesta la duermen ya siempre en la roulotte, porque en los dos primeros días comprobaron que las tiendas (de campaña, que las estrenaron con las generales) sólo son para el verano.
Los que se quedan de noche, en turnos que rotan entre los 600 trabajadores del grupo de Villar Mir en Galicia, son siempre los mineros. Al campamento van los que están librando. En unas empresas que no cierran los domingos, por cada festivo trabajado la plantilla acumula días que luego sacrifica en sus protestas. Los mineros que entran al tajo por la tarde velan frente a San Caetano, desayunan a las seis y media un café de camping gas, y marchan a descansar a casa a las ocho, cuando llega en el micro el relevo de Ferroatlántica.
Los de Sabón y los de Cee nunca se quedan de noche porque vienen de más lejos, pero son los responsables de ventear la llegada de Quintana y de Touriño, en sus coches oficiales, por la mañana. El objetivo diario es recibirlos con el bombo, las sirenas, los megáfonos. Paseando el ataúd que lleva sus nombres. Pero los de Ferroatlántica reconocen que casi siempre fracasan en el intento. Los políticos, que estos días se mueven más fuera de Santiago por esto de la campaña, "son muy escurridizos", lamenta José Manuel Gómez Rama, administrador, junto a Manuel Leira, de los fondos que ha juntado el comité para pagar la protesta.
Luego, si no hay mitin que reventar, el resto del día se lo pasan entrenando con el balón (en la calle sin tráfico que hay delante de la Xunta), bajo las órdenes de Leira, que de mozo adiestró a varios equipos y consigue resultados "a base de collejas". Además, abren el correo, esa cantidad de cartas de aliento que les llegan. La gente, los sindicatos de aquí y de allá, se las mandan a la dirección de la Xunta, que estos días es la suya, y ellos las reciben a través de algún funcionario amable que diariamente se las entrega. Hoy, sobre la mesa, aún sin abrir, hay telegramas de comités de otras empresas de Bilbao, Barcelona, Baracaldo y Gijón. Pero también se han solidarizado aquellos trabajadores de Sintel que vivieron seis meses en la mediana gris de la Castellana.
Ellos, del paisaje (el jardín cuidadísimo aledaño la Xunta) no se quejan. Pese a que no pidieron permiso para clavar aquí sus tiendas, nadie ha hecho amago de expulsarlos y ni siquiera les ha intentado aguar la fiesta conectando los aspersores. "Esta zona verde no es del Gobierno gallego", dicen. "Debe de ser del ayuntamiento, pero mientras dure la campaña está claro que no nos van a echar. Nos dejan estar para que quede silenciado el asunto".
Claro que no habrá oportunidad de comprobar si serían expulsados con la resaca electoral. El domingo, estos trabajadores levantarán el campamento y, en una reunión, decidirán si con la misma montan las tiendas en la mina. Es un proyecto que tienen, plantarse a vivir sobre el trazado del AVE que, según ellos, enterrará 146 millones de toneladas de cuarzo. Pero a lo mejor esperan a que llegue Fomento con sus máquinas.
Y por ahora no piensan en ello, que bastante tienen con seguir al presidente sin conseguir jamás entrar en los mítines. "Es que los maderos ya nos conocen aunque vayamos sin pancartas y siempre nos tienen reservado un sitio lejos de todo". A fuerza de aislarlos, han aprendido a hacer más ruido. Sobre todo desde que han fichado a Ventura Vázquez, jubilado del grupo y colosal cantante. Ventura, que es de Cee y dice "Sarrabal", tiene dos superhits: Una versión de Carnaval, carnaval en la que suplanta el entroido por el nombre de la mina, y otra de esa Puerta de Alcalá que hizo famosa Ana Belén: "Miralá, miralá, miralá, miralaaá. La mina Sarrabal".
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