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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Objeto, levántate y anda

Manuel Rodríguez Rivero

Cuando las cosas carecen de nombre su misterio resplandece. La extrañeza que experimenta ante ellas el niño Aureliano Buendía en la época en que su padre le lleva a conocer el hielo, es la de la humanidad en la aurora del mundo, un momento antes de que la necesidad y la imaginación comiencen a darles utilidad y, por tanto, nombre. A partir de entonces, los objetos, trabajados y transformados en enseres, herramientas o adornos (y luego desechados o convertidos en "antigüedades"), emprenden una siesta sin sobresaltos que se prolonga hasta el siglo XX, cuando suena perentorio el despertador de las vanguardias.

El "redescubrimiento" del espíritu que late en los objetos se realiza en dos tiempos dramáticamente separados por la Primera Guerra Mundial. La primera etapa corre a cargo de los cubistas, que inician el experimento descomponiendo los volúmenes en planos con el fin de revelarnos simultáneamente el lado que no podíamos ver; los analíticos proceden a laminar el espesor de las cosas (botella, guitarra, pipa), arrebatándoles el color y reduciéndolas a lo esencial. Luego, una vez desarmado el mecano, los sintéticos le restituyen los accidentes y certifican con aplomo que las cosas carecen de alma. Fin de la prueba.

A Ray y Duchamp, lo que les importa es insuflar vida a los objetos
Los surrealistas se emplearon a fondo para devolver a las cosas su misterio

Los dadaístas no se lo creyeron. A Ray y Duchamp les trae al fresco la estructura de los objetos, de qué están hechos, para qué sirven. Lo que les importa es insuflarles vida en el sentido más primario, como lo haría un demiurgo juguetón. Los ready-made, incluyendo la conspicua fuente-urinario del señor Mott, son objetos a los que una mirada entre poética y cínica ha devuelto un latido vital diluido anteriormente en la mera utilidad. Nos miran con más sorna que nosotros a ellos, se ríen de nuestras cosas, imponen su presencia incómoda.

Pero fueron los surrealistas quienes, cuando todavía no se había apagado el eco de la música funeral en los "campos del honor", se emplearon a fondo para devolver a las cosas su misterio olvidado, utilizando con destreza una nueva herramienta teórica: el psicoanálisis. La exposición Cosas del surrealismo, que el viernes se inaugura en el Guggenheim de Bilbao, permite seguir los distintos avatares de ese despertar de los objetos o, mejor aún, del desvelamiento de ese "otro objeto escondido" que, siguiendo a Magritte, existe dormido en todos ellos.

Los objetos surrealistas tienen distintos orígenes. A algunos basta con "encontrarlos" -como hacía el coleccionista Breton con el utillaje primitivo-, aislándolos de su contexto habitual y anulando la memoria de su uso. Otros adquieren su fuerza a partir de un encuentro fortuito, como aquél de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de operaciones que fascinó al precursor Lautréamont; otros son puras rarezas o monstruosidades producidas por la furia de la naturaleza o por las averías de la civilización (un error en la cadena de montaje); otros se manifiestan como meros détournements de una función originaria, como la carretilla forrada de satén de Óscar Domínguez. Y otros son productos ex novo, como muchos de los que pueden admirarse en la exposición, desde el sofá-labios de Mae West a los fascinantes modelos de Elsa Schiaparelli.

Cosas del surrealismo, que pudo verse la pasada primavera en el Victoria & Albert Museum, trata sobre ese despertar de los objetos que llevaron a cabo los surrealistas y que ha impregnado buena parte del diseño contemporáneo. Y también ilustra oblicuamente -y no es lo menos importante- acerca de cómo la popularización y posterior industrialización de lo que formó parte de una monumental provocación, condujo a la pérdida de su función liberadora. Cuando el surrealismo se convierte en diseño, sus (antiguos) militantes se ponen a hablar de dinero. Avida Dollars, que empezó siendo Salvador Dalí, no fue el primero en darse cuenta del proceso, pero sí el que supo sacarle mayor provecho.

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