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Columna
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Cataluña ausente

Josep Ramoneda

Cataluña está completamente ausente de la campaña electoral en curso. Nadie diría que la cuestión catalana protagonizó los momentos más enconados de la legislatura que acaba. Nadie diría que el Estatuto de Cataluña fue la pieza sobre la que el PP construyó la acusación al Gobierno de estar rompiendo la unidad de España. Nadie diría que en el viaje de ida y vuelta Cataluña-Madrid del Estatuto se quebró una parte importante de la autoridad que José Luis Rodríguez Zapatero tenía a ojos de los catalanes. En unas elecciones que, al menos aparentemente, están entre las más competidas que ha conocido la democracia española, Cataluña, como realidad política, apenas existe. ¿Por qué hace unos pocos meses la cuestión catalana era la madre de todas las querellas y se utilizaba como gasolina para encender odios y bajas pasiones y ahora es marginal en el debate político?

El desplazamiento del centro de gravedad del nacionalismo hacia el soberanismo produce ensimismamiento

Una interpretación positiva sería que el ruido de entonces era sumamente artificial y que a la hora de la verdad se ha visto que el discurso del odio y del ventajismo de los catalanes no calaba tanto como sus promotores pensaban. De modo que en cuanto los incendiarios han dejado de poner gasolina, las llamas se han apagado rápidamente. Pero esto explicaría un cambio de tono, no de asunto.

Otra interpretación sería que a ninguno de los dos grandes partidos le interesa que el debate catalán tenga un papel destacado en la campaña. Por una voluntad compartida de ningunear la realidad plurinacional del reino en unas elecciones españolas y por intereses electorales de cada uno de ellos. Para el PSOE el debate catalán es incómodo porque se arriesga a perder en Cataluña lo que puede ganar fuera o viceversa, según el tono que dé a su discurso. Y el PP necesita mejorar en uno de los lugares en que hizo peor resultado en 2004. Puesto que los irreductibles ya los tiene movilizados, su empeño está en no dar miedo a los sectores conservadores que se mueven en una zona común entre CiU y el PP. La lengua es el territorio escogido para sus escaramuzas confiando en soplar algún voto al PSOE. El PP difícilmente puede pensar en gobernar sin la colaboración de CiU. Con lo mucho que tiene que hacerse perdonar, sólo faltaría seguir aumentando la colección de agravios.

Hay incluso una tercera interpretación posible, en boga en medios nacionalistas: que el PP y el PSOE preparen un acuerdo para laminar electoralmente el peso parlamentario de los nacionalismos periféricos. Ni el gobierno de coalición, ni una reforma electoral que sacara a CiU, PNV y Esquerra del Parlamento español me parecen opciones posibles: el PSOE pagaría un coste altísimo por ellas. No le veo metido en pulsiones suicidas.

Con lo cual, tengo la impresión de que las causas de esta ausencia de Cataluña en la campaña no son coyunturales y pasan por los partidos catalanes, que no tienen nada que proponer en relación con el reino de España.

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Los socialistas, instalados desde ya hace bastantes meses en la estrategia del silencio y la discreción, han dejado en el armario su propuesta federalista. Algunas calculadas frases del presidente Montilla, a modo de advertencias a Madrid, son el principal bagaje identitario que los socialistas aportan a la campaña electoral. Sobre todo si tenemos en cuenta que el discurso de su candidata consiste en jurar por Rodríguez Zapatero las 24 horas del día. A su lado, Iniciativa per Catalunya sigue teniendo la virtud de meter en campaña cuestiones que los demás descuidan, pero juega con el lastre del escaso peso de su socio español.

El nacionalismo conservador de CiU, que ha tenido además el handicap inesperado de la enfermedad de Duran, no tiene otra política que la del regateo. Su estrategia se limita a poner precio al apoyo de sus diputados al futuro gobierno. Es lo que ha hecho siempre. Y la experiencia demuestra -a juzgar por el estado de las infraestructuras y los servicios básicos del país- que, por lo general, se han vendido bastante baratos.

La atracción del campo soberanista sobre los dirigentes políticos de Convergència no ayuda a reforzar su propuesta política. Por dos razones. Una interna: hace emerger las contradicciones en la coalición hasta el punto de que Duran y Mas se han corregido mutuamente varias veces. Otra externa, que tiene que ver con la influencia de Esquerra sobre el comportamiento de CiU.

Esquerra Republicana es obviamente la que tiene un discurso más claro sobre España: la independencia. La consolidación de Esquerra ha tenido un efecto campo sobre todo el espacio nacionalista, que puede tener su virtualidad en la política interior catalana, pero que ayuda poco a la hora de pelear por el reparto de poder en unas elecciones políticas españolas. En la medida en que todo el mundo sabe que una mayoría social suficiente para la independencia está muy lejana, el argumento tiene poca pegada electoral cuando se trata de la política española. A Esquerra puede que le baste -aunque según sea el resultado de las elecciones, quizá no resulte tan evidente. Pero a CiU, no. Y de rebote, confunde y limita la capacidad del nacionalismo conservador de exhibir un proyecto político propio y autónomo. Y así se explican determinadas salidas de pista. Por ejemplo, la de Artur Mas, que afirma que el día 9 hay dos urnas, la que dice Cataluña, donde CiU tiene que ser mayoritaria, y la que dice España, para el voto del PSOE y del PP. ¿Será que Kosovo se le ha subido a la cabeza al presidente de CiU?

En estas circunstancias, no es extraño que Cataluña esté ausente en esta campaña electoral. Es la expresión de un desajuste entre los ruidosos debates que vienen de fuera -España, se hunde- o los que se cuecen dentro -la subasta soberanista- y un país que no acaba de encontrar su sitio en un mundo en cambio acelerado. El desplazamiento del centro de gravedad del nacionalismo hacia el soberanismo más bien produce ensimismamiento. Cataluña se aísla. TV-3 no ofrece el debate Zapatero-Rajoy, en lo que algunos deben considerar un acto de soberanismo. Quizá era una oportunidad para debatir en la televisión pública, desde perspectiva catalana, lo que se diga en Madrid. La pérdida de la exclusiva en el patrimonio de la modernidad en España se ha asumido con pasividad y desconcierto. Y no somos Suiza.

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