Matusalén con depresión

Ambrose Bierce definió la ancianidad como "la época de la vida en que transigimos con los vicios que aún amamos repudiando los que ya no tenemos la audacia de practicar". Merece tenerse en cuenta el diagnóstico porque la esperanza de vida media en las sociedades contemporáneas sube sin parar. Y subirá mucho más todavía, según el pronóstico general de los biólogos y de los investigadores médicos. Algunos estudiosos, probablemente adictos a la ciencia-ficción, sugieren que la esperanza de vida puede multiplicarse si se acierta con las claves médicas, es decir, bioquímicas, del envejecimiento y la muerte. Una longevidad extrema puede ser tan angustiosa como la misma convicción de la muerte inevitable; no hay constancia de que el hombre disponga de curiosidad suficiente para vivir durante doscientos, trescientos años o incluso más.

Uno de los vicios a los que no se renuncia durante la ancianidad es la automedicación. Se está convirtiendo en un problema social de primer orden que afecta a todos los grupos de edad, pero en especial a las personas de edad avanzada. Las consecuencias médicas de la automedicación son preocupantes.

Baste mencionar el aumento de la resistencia de las bacterias a los antibióticos. Pero es que además el abuso de los fármacos amenaza con inundar los servicios de Urgencias -más de un tercio de las visitas a las urgencias se deben ya a la mala utilización de medicamentos- y, por supuesto, es una de las razones por las que crece tanto el gasto farmacéutico público y privado.

El abuso del fármaco puede ser un indicador contundente del malestar social. ¿Tiene algún significado que se haya triplicado el consumo de psicofármacos, como los tranquilizantes y antidepresivos? ¿Debe entenderse que al mismo tiempo que aumenta la esperanza de vida y se mejora el tratamiento de las enfermedades orgánicas están empeorando las constantes mentales y psíquicas? La literatura más consciente de todos los siglos ha respondido que, si se puede elegir, vale más vivir poco y bien que mucho y mal. Ya se sabe que los escritores son unos aguafiestas.