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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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África

Moisés Naím

Esta semana fue Chad. La semana pasada fue Kenia. Y Darfur lleva años recordándonos que el ¡nunca más! prometido después del holocausto europeo no era en serio. Y antes de Darfur fueron Congo, Costa de Marfil, Liberia y Ruanda, por sólo mencionar algunas de las matanzas que el resto del mundo se ha acostumbrado a observar con una vergonzosa mezcla de espanto y pasividad.

La violencia política en Kenia, uno de los países más exitosos de África, ha producido en pocas semanas más de 1.000 muertos y 300.000 refugiados. La situación de Chad repite tragedias ya conocidas. Desértico y sin acceso al mar, Chad es uno de los países más pobres del planeta y, de acuerdo con la organización Transparencia Internacional, también es el país más corrupto del mundo.

Claro que los problemas son abrumadores. Pero también hay cambios positivos e inesperados

Hace cinco años sus problemas aumentaron: comenzó la explotación de petróleo. Paradójicamente, esta nueva riqueza aumentó las miserias de Chad. El petróleo potenció aún más la corrupción, aumentó el dinero disponible para comprar armas y financiar mercenarios y exacerbó los incentivos para tratar de capturar el botín. El botín, por supuesto, es el Gobierno. Controlarlo garantiza la posibilidad de convertir el dinero del país en dinero propio.

Desgraciadamente, éste es un patrón común: si no es petróleo, es oro y si no, diamantes, uranio, maderas o cualquier otra materia prima que el resto del mundo quiere y África exporta. Casi siempre el papel de descubrir, explotar y exportar esas riquezas naturales -y capturar el mayor margen de ganancias- lo desempeñan empresas extranjeras. Antes, éstas eran casi exclusivamente europeas y estadounidenses, pero ahora se les han unido empresas chinas, rusas, hindúes, coreanas, taiwanesas y hasta algunas latinoamericanas.

La tragedia de Chad, claro está, no es única. Su desastrosa combinación de ingredientes se repite en otras partes de África: abundantes recursos naturales rodeados de un desierto institucional donde tribunales, parlamentos, policías, escuelas, hospitales o ejércitos no funcionan y en vez de ayudar al país lo hunden; un jefe de Estado fuerte, rodeado de un voraz círculo de ladrones que se mantiene en el poder gracias a la represión y al apoyo de intereses económicos y políticos extranjeros. Y una población cada vez más numerosa, pobre, enferma e ignorante.

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Olara Otunnu, quien fuera uno de los líderes de la oposición a Idi Amin en Uganda y luego ha dedicado su vida a luchar por los niños víctimas de las guerras africanas, tiene claro que uno de los problemas de su continente son sus élites. Conversando sobre esto me dice: "En demasiadas partes de África, el poder lo concentra una élite poscolonial que se comporta de manera brutalmente colonial con los pobres de su país. Estas élites usan diatribas anticolonialistas y nacionalistas; pero al final lo único que les interesa es su enriquecimiento personal".

En todo esto no hay nada nuevo. Lo nuevo son algunos de los milagros de progreso que florecen en medio de este desastre. Después de una larga guerra civil plagada de atrocidades, hoy en día Liberia es gobernada por una extraordinaria mujer, Ellen Johnson-Sirleaf, quien no sólo es la primera mujer democráticamente electa en Liberia, sino en toda África. Mientras tanto, su predecesor en la presidencia, Charles Taylor, está en la cárcel mientras es juzgado como criminal de guerra por el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Tanto la elección democrática de una mujer en un país que hasta hace poco era un infierno, como el encarcelamiento de un ex jefe de Estado procesado por crímenes contra la humanidad en una corte internacional son hechos sin precedentes. Y casi milagrosos. Pero también pueden ser señales tempranas de nuevas tendencias que comienzan a aparecer en África. Otras señales de este tipo son las flores de Kenia y Zimbabue o las camisetas de Lesoto. El 39% de las flores naturales que se venden en Europa provienen de Kenia. Otro 12% viene de Zimbabue. Estos sorprendentes volúmenes han crecido a gran velocidad y se han mantenido a pesar de los graves problemas que aquejan a estos dos países. Otro ejemplo es Lesoto, que se ha convertido en un importante exportador de confecciones textiles. Las exportaciones de productos textiles a EE UU han aumentado siete veces desde 2002. Y los volúmenes podrían ser aún mayores si no fuese porque las ventas a Europa han venido cayendo debido al proteccionismo de la UE.

Por supuesto que los problemas de África, como el sida, la violencia armada, la falta de empleo, la corrupción y muchos otros, son abrumadores. Pero también hay cambios positivos e inesperados. Algunas de las nuevas tendencias sucumbirán asfixiadas por el mal ambiente que las rodea. Otras terminarán siendo sólo buenas noticias pasajeras que no cambian nada. Pero otras crecen y se están transformando en positivas anomalías que vale la pena entender. Y que no hay que perder de vista, ya que pueden llegar a transformar el desconsolador panorama africano.

mnaim@elpais.es

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