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Reportaje:

Tu futuro se juega en el plató

Los debates electorales pueden decidir la presidencia de un país - La cita desata el miedo y provoca una negociación al límite - ¿Son un derecho o un espectáculo?

Rosario G. Gómez

La presidencia del Gobierno puede jugarse en el plató, y por ello el miedo cunde entre las partes implicadas. No suele aceptar quien tiene las de ganar y ninguno puede relajarse ante la posibilidad de perder. La infructuosa negociación entre PP y PSOE para llevar a cabo los debates prometidos puede frustrar el deseo de una opinión pública que reclama la cita como un derecho. En países como Suecia y EE UU, es casi obligación. Es España, las espadas están en alto. El demócrata John F. Kennedy y el republicano Richard Nixon protagonizaron en 1960 el primer gran duelo de la historia televisiva. Kennedy salió al plató de novato, tenía poco que perder y mucho que ganar. Nixon aspiraba a la reelección y sus asesores le advirtieron del riesgo que corría. Lo pagó caro. La televisión le mostró más duro de lo que era, mal afeitado y con sudor en rostro. Kennedy, por el contrario, tenía telegenia natural: era joven, atractivo e innovador. Aquel cara a cara marcó el nacimiento de una nueva forma de comunicación política. La televisión entraba en campaña. Y ahí sigue.

Los estrategas valoran los riesgos de un cara a cara Zapatero-Rajoy
Los debates televisivos son obligatorios en algunos países

En muchos países no se concibe una batalla electoral sin debates ante las cámaras. Algunos, como Suecia, los tiene incluso regulados por ley, aunque en democracias considadas como la del Reino Unido, no existen. En España, el debate sobre los debates es una constante desde el inicio de la democracia. La única vez que dos aspirantes a la presidencia del Gobierno se enfrentaron en un plató fue en 1993, cuando Felipe González y José María Aznar se batieron en Antena 3 y Tele 5.

Quince años después, nada está resuelto. PP y PSOE quieren -aparentemente- recuperar aquella experiencia aunque no terminan de cerrar los flecos. Han pactado los contendientes (sólo José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy), las fechas (dos lunes: el 25 de febrero y el 3 de marzo), la duración (90 minutos) y el temario. El acuerdo se ha bloqueado en el escenario.

Los jefes de campaña elaboran sus estrategias al detalle. Redactan los programas electorales, diseñan el tour de mítines, los carteles que vestirán las vallas de media España y las rondas de entrevistas en los medios. Pero siempre chocan con los cara a cara televisivos. ¿Precaución? ¿Miedo? La decisión depende de lo que digan los sondeos. El PP ha puesto todo tipo de trabas. En 1996 (en la oposición) pidió un debate a tres bandas, incluyendo a IU. Los analistas creen que la decisión fue acertada. "A Aznar no le interesaba el cara a cara. De haber participado, seguramente habría perdido las elecciones", escribió Ramón Cotarelo.

Y es que en el marketing político hay una regla de oro: el partido que sale como ganador rechaza por naturaleza el cuerpo a cuerpo. No debe aceptar el debate el candidato que goza de un claro apoyo popular y cuyo triunfo está prácticamente asegurado. "En España, el que va detrás los quiere. El que se cree vencedor piensa que puede salirle mal o ser pillado en un renuncio", apunta el director del Master de Comunicación Política y Corporativa de la Universidad de Navarra, Carlos Barrera. "En términos generales, el que tiene una mayoría más sólida intenta conservarla y evita exponerse a que un fallo le suponga una merma o ponga en peligro la ventaja con la que parte", coincide Francisco Banaclocha, catedrático de Ciencias Política de la Universidad Carlos III.

Las cámaras pueden jugar malas pasadas. Bush y Perot se vieron perjudicados en 1992. La televisión mostró una mirada furtiva de Bush al reloj que el público identificó con una evidente muestra de inquietud y unas poco disimuladas ganas de pasar cuanto antes el mal trago. A Perot no le benefició la puesta en escena. El taburete en el que se sentó le dio una imagen de bajito. Finalmente, Clinton se llevó el gato al agua.

Pero, ¿hasta qué punto influyen los debates en los electores? "Siempre tienen algún efecto, aunque no hay que sobrevalorarlos", explica Barrera. "Pueden tener un cierto valor si un candidato transmite cualidades que por otros medios más convencionales no ha logrado transmitir". Para Banaclocha, el impacto sobre los lectores es difícil de calibrar. "Se puede decir lo mismo de la campaña electoral. Depende de la polarización ideológica, del momento y del tipo de elección". Recuerda que la intervención de Adolfo Suárez el último día de campaña de 1979 movió de sitio a medio millón de electores, según las estimaciones de los expertos. Los debates, en todo caso, sí contribuyen a "movilizar la opinión y a percibir la profundidad de los discursos políticos y las alternativas de los partidos".

En 1993, los politólogos estiman que el 1% del electorado decidió su voto tras el primer debate (el que ganó Aznar) y el 3% después del segundo (en el que González salió victorioso). Manuel Campo Vidal, moderador del celebrado en Antena 3, también está convencido que de aquel duelo lo ganó el líder popular. "Felipe González subestimó a Aznar, que venía con unas fichas muy preparadas. La agenda de los candidatos los dos días previos al debate fue más cómoda para Aznar. Comparecieron un lunes y el fin de semana anterior estuvo en Toledo y en Alcalá de Henares. Desde esa tarde se dedicó a preparar el debate. Felipe González viajó a Tenerife y Las Palmas. De vuelta, el avión tuvo un incidente técnico que le obligó a regresar a las islas y a esperar un avión privado. Llegó cansado".

En aquellos debates se enfrentaron "el liderazgo espectacular de González y el liderazgo emergente y todavía precario de Aznar", dice Banaclocha. "Aznar ganó en el primero al todopoderoso González, que parecía imbatible, y en el segundo, se cambiaron las tornas", añade Barrera. "González se confió en el primer debate. Tenía gran capacidad dialéctica, pero no se lo preparó como debía. Aznar se le subió encima y le noqueó. Luego aprendió y en el segundo asalto devolvió el golpe".

También hay que tener en cuenta la resaca: estados de opinión que pueden mejorar o empeorar la imagen del candidato. Barrera sostiene que los debates tienen incidencia en votantes indecisos o en aquellos que a priori dudan en sumarse a la bolsa de la abstención. Pone el ejemplo del reciente duelo entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal. "Hubo un ganador claro. Royal cometió fallos y su contrincante supo estar en su sitio. Eso ayudó a Sarkozy a reforzar su posición y a debilitar a Royal". Royal reaccionó de forma muy emocional en alguna ocasión, y eso la perjudicó.

Francia tiene una larga tradición de debates que arranca en el duelo entre Giscard d'Estaing y François Mitterrand de 1974. Lo siguieron el 81% de los votantes. Mitterrand tenía la teoría de que en televisión cuenta menos lo que se dice que lo que se ve, pero le derrotó una frase: "Usted es un hombre del pasado". A diferencia de EE UU, que tiende a convertir los debates en grandes espectáculos, en Francia tienen un cariz informativo. En Alemania conviven dos modelos: un cara a cara puro, sin periodistas, y comparecencias conjuntas en las que responden a un moderador. Históricamente, el canciller no lidiaba en esta plaza. Sólo aceptaba entrevistas. La tendencia cambió con Gerhard Schröder, que, confiado en su encanto mediático, aceptó batirse con el conservador Edmund Stoiber en 2002 (y ganó).

Las excusas para eludir las cámaras son variadas, a veces, pintorescas. El PP (en el poder) llegó a exigir que en los debates participaran los 12 grupos parlamentarios. Es decir, una excusa. Ante los comicios del 9-M la polémica se centra en la selección en el campo de juego. El PSOE apostó inicialmente por TVE, mientras que el PP insiste en repetir la fórmula de hace 15 años y acudir a Antena 3 y a Tele 5. Los socialistas, más flexibles, han propuesto facilitar a todas las cadenas una señal institucional abierta, sin la clásica mosca, el logotipo que que identifica los canales. Los populares se niegan a ir a TVE porque es "progubernamental" y "no ofrece garantía de imparcialidad". Los socialistas replican que los partidos "no son quiénes para decidir a dedo qué cadena puede emitirlos y cuál no". Como solución neutral, la Academia de la TV y la Asociación de la Prensa de Madrid se han ofrecido a albergar los debates. Las espadas siguen en alto. Los partidos no se han pronunciado. Ambas instituciones ofrecerían, eso sí, la señal a todos los canales.

En el fondo subyace una percepción distinta de la función de los debates electorales. El PSOE cree que son un derecho de los ciudadanos, mientras que el PP duda de que sea un instrumento de interés general. Para el secretario de Comunicación popular, Gabriel Elorriaga, están "absolutamente sobrevalorados". No con consustanciales a una democracia sana sino elementos "más cerca del espectáculo que de la información". Sobre todo, cuando se desarrollan con normas rígidas en la distribución de tiempos o la definición de los temas. En estos casos se convierten en "una sucesión de monólogos".

Distinta es la posición de los socialistas, fervorosos defensores de los cara a cara. Tanto que proponen regularlos y que sean obligatorios. Para el PSOE, son un instrumento para que los partidos se expresen sin intermediarios. Óscar López, secretario ejecutivo, recuerda que sólo se han producido cuando gobernaban los socialistas.

Antes que una obligación, los expertos creen que los debates deben enraizar en valores de "cultura cívica" y en la "dialéctica entre los partidos", opina Banclocha, para quien "pensar en una regulación por ley sería excesivo, aunque probablemente nos dirijamos a eso". Barrera se muestra partidario de un "pacto tácito" que lleve a incluirlos en la agenda de los partidos. "Deben ser un lugar de discusión pública, pero estamos en la época del infoentretenimiento y eso los convierte en un espectáculo con condiciones de morbosidad política. Como un Madrid-Barça".

Como en uno de esos partidos del siglo, los estrategas de campaña no dejan nada a la improvisación. En 1993 se miró hasta el último detalle: desde el modelo de las mesas hasta la iluminación del plató. Campo Vidal recuerda las duras negociaciones. "Los dos equipos estaban muy preocupados por los planos de escucha. Exigieron que mientras hablaba un candidato no se enfocara al otro, que se pincharan planos generales y no hubiera declaraciones tras la comparecencia. Aceptamos y lo cumplimos a rajatabla".

También se discutió si los candidatos debían aparecer sentados o de pie. Frente a los debates sectoriales que había emitido la misma cadena (de pie ante un atril), el PP exigió mesa y silla para que no se notara la diferencia de estatura (Aznar salía claramente en desventaja). Estaban pactados hasta los cortes publicitarios: una única interrupción, pese a que el entonces director general de Tele 5, Valerio Lazarov, planteaba cuatro cortes. Había que sacarle partido a un programa que prometía audiencias millonarias (9,6 millones en Antena 3 y 10,5 en el que moderó Luis Mariñas en Tele 5).

Pocos dudan de que tienen una parte de espectáculo, pero los debates son también, en opinión de Banaclocha, "una manera de hacer visible la controversia y la personificación de la oferta electoral". Una excesiva reglamentación, sin embargo, impide al público saber en qué medida su líder tiene capacidad de respuesta y las ideas claras. "Aunque todo esté muy pautado, hay margen para el error y para la brillantez", añade. Los candidatos reciben maratonianos entrenamientos para saber cuándo hay que mirar a cámara o cuándo se puede ojear la chuleta. Esta concienzuda preparación les lleva a ensayar con sus asesores de campaña. Kennedy lo hizo con Joe Napolitan. ¿Estará ensayando Rajoy con Pedro Arriola? ¿Quién será el sparring de Zapatero?

Las elecciones de 1993 fueron las únicas con debate cara a cara de la democracia española. González perdió el primero por falta de preparación. En el segundo, batió a Aznar.
Las elecciones de 1993 fueron las únicas con debate cara a cara de la democracia española. González perdió el primero por falta de preparación. En el segundo, batió a Aznar.MIGUEL GENER

DUELOS DECISIVOS

- 1960. Nixon contra Kennedy. Celebraron cuatro debates. El primero fue decisivo e inclinó la balanza a favor de Kennedy, que ganó las elecciones por sólo 100.000 votos. Vistos por más de 70 millones de personas, demostraron el impacto de la televisión en una campaña. Nixon ganó los celebrados en radio, de mucho menor impacto en el electorado.

- 2007. Nicolas Sarkozy contra Ségolène Royal. Durante casi dos horas y media, la socialista Royal y el conservador Sarkozy mantuvieron un apasionante duelo político en televisión, que fue seguido por casi 20 millones de espectadores. Royal se jugaba el todo por el todo. Su apuesta fue cargar contra Sarkozy, pero éste mantuvo el tipo. El resultado fue un empate. Sarkozy logró la presidencia.

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