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Columna
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Tiempos de rococó y pop

Josep Ramoneda

El economista francés Camille Landais ha estudiado el aumento de las desigualdades en los últimos años. Conclusión: después de un largo período de estabilidad en la diferencia de rentas, a partir del año 1998 este equilibrio se ha roto y la distancia que separa a los más ricos de la gran mayoría de ciudadanos ha crecido espectacularmente y de modo constante. El trabajo de Landais se circunscribe a Francia pero expresa una tendencia que tiene alcance global.

Desde hace ya varios meses muchos medios de comunicación internacionales, The Economist fue quizás el primero, han venido alertando de la caída del peso de los salarios en el conjunto de las rentas. Es otra forma de llegar a conclusiones parecidas a las de Landais. Consultando los gráficos estadísticos que ilustran esta tendencia, se puede ver cómo, desde principios de los años setenta, las rentas del trabajo caen sin cesar. La última vez que se había producido un descenso de este tipo fue en vísperas de la II Guerra Mundial. Después de ella, se invirtió la tendencia y empezó una subida que llegó hasta la famosa crisis del petróleo del 73.

Un partido de izquierdas no puede vivir sólo de los obispos, tiene que apuntar al futuro, como hace Obama

Mientras las bolsas siguen cayendo, las malas sensaciones vienen de todas partes: se anuncia que China crecerá un punto menos este año -que no es poco-, el presidente Bush se despide con el déficit disparado y con recortes masivos en el campo social y educativo, y España vive el más doloroso aumento del paro en 20 años.

Esta crisis en España, como en Estados Unidos, coincide con una campaña electoral. Los elementos coyunturales de la crisis -desde el precio de las materias primas hasta el desastre de las hipotecas subprime- se asientan sobre una realidad de fondo: el grave problema estructural de una creciente fractura social. Por tanto, el estado de ánimo de los ciudadanos tiene razones inmediatas -la pérdida de puestos de trabajo o los problemas con las hipotecas, por ejemplo- y una especie de run-run de fondo, que cada país decanta a su manera, fruto de esta caída del poder económico de los asalariados que actúa como un virus que va desgastando el tejido social. En Francia, ha tomado la forma de debate sobre la pérdida del poder adquisitivo y le está costando a Sarkozy un desgaste acelerado, inimaginable cuando ganó las elecciones con aires de Napoleón.

El hecho es que de pronto se ha descubierto que el capitalismo financiero, en el que parecía que todo era posible, era un enorme decorado, un universo de las apariencias, montado sobre una realidad que deja a mucha gente en mala posición: fallos estrepitosos en los controles, ejercicios de codicia irracional que hacen dudar sobre la responsabilidad de quienes manejan los dineros, impotencia de los gobiernos, ineficiencia de los mercados y desigualdad, mucha desigualdad.

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Si el arte significa alguna cosa, en este momento asistimos a un retorno de un rococó reciclado por los grandes diseñadores que iluminan las casas de los ricos y de ciertos ecos de la cultura pop en la calle. Son dos síntomas que aúnan decadencia cultural y cambio. Y probablemente es a partir de este sentimiento, de esta consciencia de que hay un paradigma político-ideológico que ha dominado las últimas décadas que se está agotando, cómo se explica que las elecciones americanas vivan sobre el signo del cambio -un cambio cultural necesario para el cambio económico- y que los mileniales, como les llaman los sociólogos -los jóvenes americanos que tienen entre 18 y 29 años y representan el 20% del electorado- se sientan más motivados que nunca. Que un afroamericano -para decirlo conforme a la corrección política- y una mujer sean las estrellas de la fiesta es ya de por sí una doble ruptura cultural.

¿Por qué este clima no alcanza a la campaña electoral española? Ensimismados en el España va bien, esta vez versión PSOE, nos hemos encontrado de golpe con unas crudas señales emitidas por la realidad que nadie parecía esperar, salvo los que confiaba en ellas para aspirar a ganar. El PSOE necesita más que nadie motivar a los jóvenes y a los no tan jóvenes que le dieron la victoria en el 2004, con la guerra de Irak mediando. Pero para ello tendría que decirles algo que permitiera entender que se ha enterado de la pérdida de poder de los asalariados y que permitiera respirar en el asfixiante modo en que algunos han entendido la globalización.

Un partido de izquierdas no puede vivir sólo de los obispos. Tiene que apuntar al futuro, como hace Barack Obama, y no sólo repetir una y mil veces que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Aunque así fuera.

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