Fantasmas
Cuando mi mujer me dijo que se hacía del Racing de Santander se apoderó de mi ánimo el fantasma del desistimiento junto a la frustración por haber sido arrojados de la Copa. Fue mucho peor que cuando la hija pequeña, en un ejercicio de reafirmación de su personalidad frente al padre, se me declaró de la Real. Y esto es peor porque el único equipo que nos queda en primera es, con permiso de los navarros, el Athletic. Me podía haber dicho que se hacía del Barça, como Zapatero, o del Madrid, como todos los del PP, pero del Racing... Máxime cuando todo el mundo sabe que el único derecho -histórico, además- que nos da la libertad de decidir nos decide por el único equipo que vale la pena y tiene campo con nombre de santo mártir. Esto empieza a ser trágico, pues no tiene solución. El futuro ya no será lo que era y el pasado, ante tanto cataclismo, es ya impredecible en Euskadi. ¡Mira que hacerse del Racing!
Educada como está la gente, no es extraño que no entienda que haya que acatar las sentencias
Pero fantasma auténtico es el que le persigue al Ayuntamiento de Bilbao con la incineradora para difuntos de la Funeraria Bilbaína. Fue en el segundo mandato como alcalde de Josu Ortuondo (y desde aquello ya ha llovido) cuando se inició la pesadilla del tanatorio en el barrio de Uribarri, pues iba a ubicarse en el antiguo restaurante Lasa. Y se armó parda. Una serie de triquiñuelas evitaron que se hiciera allí -en el fondo, lo único que se consiguió fue ganar tiempo, que en política no es ninguna tontería-, pero luego el tanatorio se instaló en la curva de Zumalakarregi, y el fantasma ha reaparecido. El problema es que cuando alguien hace una actividad adecuándose a la normativa vigente es muy difícil pararlo. Y por molestos que puedan ser los humos, si la ley lo permite, el Ayuntamiento no puede hacer otra cosa que cumplirla estrictamente. Por eso, los actuales ediles tienen mi comprensión ante este problema. Aunque, educada la gente como está a manifestarse contra sentencias judiciales detrás del lehendakari, no es de extrañar que los vecinos no entiendan que el Ayuntamiento tenga que acatarlas.
Recuerdo cuando la normativa obligaba a quitar los pararrayos nucleares de los edificios. Aquello sí que era un problema, porque sólo había una empresa autorizada para quitarlos, Enresa, a la que había que dirigirse. Pero como ningún municipio autorizaba a que se hiciera un cementerio nuclear para residuos de baja intensidad, los operarios los quitaban, pues estaban obligado a ello, los troceaban, los metían en un estuche de plomo, después en una envoltura de hormigón y luego en un pequeño bidoncito metálico, muy mono, amarillo, con el símbolo de nuclear y sello y nombre de la empresa. Finalmente, se lo daban al concejal del área como el que da un jamón de Jabugo.
Se cuenta de un concejal estaba harto de recibir a padres que querían que se quitaran los pararrayos próximos a los colegios y luego, como no tuvo otro sitio, metía los bidoncillos debajo del sofá de su despacho donde recibía a los visitantes. Cuando las visitas eran muy pesadas y se habían hecho notar por su radicalismo ecologista, aquel concejal les soltaba: "Pues miren, no deben ser tan peligrosos pues llevan dos horas sentados encima".
Puedo asegurarles que finalmente se les encontró una ubicación segura a aquellos pararrayos nucleares, pero cuenta la leyenda que cuando el actual concejal se echa una siesta sobre ese sofá una voz le despierta al oído susurrándole: "Soy el fantasma nuclear". Esto para que se fíen del Ayuntamiento.
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