El equilibrista sin red

Para la Serbia dolida que se debate entre fantasmas, mitos y traumas, Borís Tadic parecía el mejor presidente posible. Pero los males han resultado excesivos y los enemigos numerosos para este psicólogo de 50 años nacido serbio en Sarajevo y educado cosmopolita por su padre, Ljiobomir, un respetado filósofo disidente de los excesos del régimen de Milosevic.
Enredado en la red tejida por Vojislav Kostunica (su primer ministro; con quien mantiene un inestable Gobierno de coalición), arrastra una imagen de líder incapaz de romper del todo con la letra pequeña del nacionalismo patológico que ha destruido Yugoslavia y arruinado Serbia. Pero Tadic también es un político de gestos audaces. Como presidente fue a Srebrenica en julio de 2005 y pidió perdón a las víctimas de aquella matanza pese a que el Parlamento serbio no le secundó en el reconocimiento de culpa. Se le podría caracterizar como un tipo honesto -aunque a su alrededor bullan el enchufismo y los pelotazos en las privatizaciones- que ve en la Unión Europea la única salida (de emergencia) del laberinto.
Su taimado primer ministro, un experto en ganar batallas aunque se pierda la guerra, ha logrado traspasarle ante la opinión pública la responsabilidad de la lentitud de unas reformas cuyo ritmo depende del Gobierno, no de una presidencia más simbólica que ejecutiva.
Kosovo ha sido la gran causa. El sentimiento colectivo de humillación que, bien manipulado por el fervor nacionalista de Kostunica y los ultranacionalistas del Partido Radical, ha dejado a Tadic sin discurso propio. Sus aliados de la UE tampoco le han allanado el camino. El niño que se escapó de casa para trabajar en un circo ha terminado de equilibrista sin red en una función a la que el público no acude para aplaudir a los artistas, sino para derribarlos.
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