El monstruo encantado de Davos
"Enchanté" decían en francés las invitaciones a la fiesta con ese nombre que anoche ofreció en Davos la agencia de promoción de inversiones de Francia. Abajo y en letras más pequeñas decía: "Disfrutemos responsablemente". Por desgracia, la irresponsabilidad de Société Générale, el importante banco francés que permitió que un oscuro empleado de 31 años perdiera 4.900 millones de euros impidió a muchos disfrutar responsablemente de "Enchanté". La fiesta fue parte de un esfuerzo sin precedentes por parte del Gobierno y las empresas francesas para "encantar" a los participantes en el foro económico mundial en Davos, Suiza. "Queremos que se sepa que ésta es una nueva Francia que no le teme a la globalización y que puede competir con éxito en las grandes ligas del mundo de los negocios y las finanzas", me dijo un dirigente francés antes de que se supiera lo de la debacle de Société Générale. Unos días después sólo atinó a decirme: "La vida está llena de sorpresas".
Los franceses no fueron los únicos sorprendidos por la increíble semana que acaba de vivir el mundo financiero. En Davos, el ánimo general fue de sorpresa y ansiedad. Un grupo de asistentes, cuyo portavoz más estridente es el financiero George Soros, siente que ésta es la crisis económica más importante en los últimos 60 años y cambiará el mundo de manera profunda y permanente. En el polo opuesto están quienes creen que ésta es una crisis más, sin duda importante pero no catastrófica. Según ellos, la economía mundial crecerá más lentamente, pero sin caer en una recesión profunda. Pero la abrumadora mayoría, que incluye los principales líderes empresariales, líderes políticos, premios Nobel de Economía y muy respetados comentaristas, confiesa no tener idea de lo que terminará sucediendo.
Que reine tal confusión e incertidumbre en un grupo que sin dudas incluye a muchas de las personas mejor informadas del planeta llama mucho la atención. Y revela tres interesantes paradojas de esta crisis económica.
La primera es que resulta sorprendente la sorpresa. Llevamos años escuchando que la economía estadounidense sufre importantes distorsiones, que sus déficits comerciales y fiscales son insostenibles, que hay una burbuja en el sector inmobiliario y que, por lo tanto, un ajuste es inevitable. ¿Y cuáles han sido las respuestas apenas comienza el ajuste? Pues primero sorprenderse y luego tratar de hacer lo posible por evitarlo. El problema es que posponer los ajustes los puede agravar y hacer aun más larga y dolorosa la recuperación.
La segunda paradoja es el temor a una crisis de liquidez monetaria al mismo tiempo que en el mundo existen enormes acumulaciones de liquidez. Los países exportadores de petróleo y materias primas así como muchos en Asia tienen masivos excedentes de liquidez. Pero no está claro a través de qué mecanismos y a qué precio se accede a estos fondos. Un mecanismo que ha sido usado recientemente son los llamados fondos de inversión soberanos. Éstos son organismos estatales que invierten los fondos excedentes de un país en empresas privadas en otros países. Hace poco, por ejemplo, el fondo soberano de Abu Dabi contribuyó al rescate de Citigroup y Merril Lynch invirtiendo en estos bancos para cubrir las inmensas pérdidas que sufrieron a raíz de la crisis hipotecaria. Una de las sesiones más controvertidas en Davos fue acerca de estos fondos y se centró en la acusación a los panelistas, representantes de los fondos soberanos de Rusia, Arabia Saudí y Noruega, que sus formas de funcionar eran poco transparentes. Uno de ellos respondió irónicamente que no entendía por qué a ellos se les exigían normas más estrictas de transparencia que las que se aplicaban a los fondos privados de riesgo y a bancos de inversión (tuvo la elegancia de no mencionar a Société Générale).
La falta de transparencia es la tercera paradoja de esta crisis. En todos los crash financieros, la información es incompleta y difícil de obtener e interpretar. Pero nunca al extremo de lo que está sucediendo ahora. La información es opacada por el uso masivo y generalizado de muy sofisticados instrumentos financieros, los llamados derivados. Son tan complejos que en ocasiones hasta a quienes los compran y los venden les cuesta calibrar exactamente su valor y el nivel de riesgo que conllevan. Estos contratos que se comercian electrónicamente a gran velocidad en todo el mundo y que dispersan el riesgo hacen más difícil entender quién es dueño de qué y quién le transfirió a quién qué porcentaje de los activos y pasivos asociados a estos contratos. Si evaluar el valor y el riesgo de estos productos financieros resulta difícil para quienes los comercian, lo es mucho más para los entes gubernamentales a cargo de regularlos. La paradoja es que esta falta de transparencia ocurre en los mercados financieros que en teoría deberían ser los más transparentes ya que los participantes suelen estar muy bien informados de lo que todos los demás vendedores y compradores están haciendo.
Pues resulta que no es así y ahora la economía mundial enfrenta casi a ciegas un monstruo financiero cuyo tamaño, conducta e itinerario de viaje por el mundo nadie conoce. Pero si el monstruo se queda un tiempo entre nosotros habrá que ponerle un nombre. ¿Qué les parece "Enchanté"?
mnaim@elpais.es
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