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Columna
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Estilos e ideas

Lejos de ser un dato incuestionable, la plurinacionalidad es el eje de la disputa

Decía Daniel Innerarity en una entrevista reciente que cada vez se vota más en función del estilo de liderazgo que se ofrece. El estilo se estaría convirtiendo en algo central, en algo más importante que el contenido. Es esta una conclusión que nos viene al pelo a propósito de lo que presenciamos ya entre nosotros y vamos a seguir presenciando durante la inminente campaña electoral, un enfrentamiento de estilos solapando las diferencias ideológicas que puedan darse entre los candidatos en liza, hasta el extremo de que los mismos programas electorales se elaborarán casi como estilemas que subrayen esa diferenciación de las formas. Lo vimos ya en la campaña electoral francesa del pasado año, convertida en un duelo retórico capaz de desdibujar las líneas ideológicas, y es muy posible que Innerarity al formular su sospecha se esté limitando a constatar lo que le muestran los hechos, sin que con ello nos quiera dar a entender que eso sea además lo deseable.

Es curioso, sin embargo, que poco después Innerarity señale una tendencia que contradice lo anterior, al subrayar que se detecta una cierta recuperación de la función de las ideas en política, del valor de los proyectos. Sé lo que son las entrevistas y cómo fuerzan a pensar por sobresaltos, de manera que nos llevan a desprender cabos sueltos de un hilo cuya coherencia seguramente es más sólida que la que puede reflejar la charla. A Innerarity le gusta hablar de una política postheroica, de una política sin enemigos. Sería bajo esa perspectiva como se enlazarían estilo y proyecto, entendiendo el primero como una forma de liderazgo que fuera cooperativo e integrador, capaz de escuchar y de deliberar con otros, hasta el punto de que llegara a corregir su proyecto de partida. Concebido así, el estilo no sería tanto un elemento sustantivo, capaz de fundamentar la diferencia entre las diversas propuestas, como una disposición o prevención antidogmática. Lo sustantivo se hallaría en el proyecto necesario, sin el cual no habría liderazgo posible, proyecto que encerraría, no obstante, un margen de flexibilidad a la receptividad social, en sentido amplio, que pudiera suscitar. Esta actitud postheroica evitaría las tendencias impositivas y las vocaciones visionarias, de modo que las trincheras de confrontación de la política al uso se convertirían en líneas permeables.

Yo no sé si los proyectos o las ideas agotan, sin embargo, todos los presupuestos en los que se funda la política. Sospecho que los avatares traumáticos de la política vasca habrán tenido algo que ver en la reflexión de Daniel Innerarity y que su apelación al estilo responderá también, aunque no sólo, a la necesidad de alcanzar entre nosotros un acuerdo de convivencia hacia dentro y hacia fuera, necesidad inalcanzable si nos atenemos a los parámetros de la actual época de hierro. No obstante, aunque pueda ser que el estilo sea aplicable a cualquier proyecto o compatible con él, me sigo preguntando si es con un proyecto con lo que topamos cuando las posiciones se hacen irreductibles.

Innerarity habla, por ejemplo, de la oportunidad de sustituir el proyecto de una España plural por el de Estado plurinacional, lo que sería en su opinión más ajustado a la realidad verdadera y corregiría uno de los fallos del desarrollo constitucional español, a saber, el empeño de conseguir al mismo tiempo la descentralización del Estado y la articulación de su plurinacionalidad. Donde él ve un dato, la plurinacionalidad, a partir del cual se puede desarrollar un proyecto u otro, es donde yo veo, por el contrario, el escollo que impide cualquier actitud permeable. Lejos de ser un dato incuestionable, es precisamente la plurinacionalidad la que se constituye en eje de una disputa que no sé denominar de otra forma que ideológica o de creencias. Tal vez sea su puesta en juego la que esté impidiendo cualquier acuerdo o la articulación de proyecto alguno.

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