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Diálogo intercultural

Comprender hasta qué punto hemos sido capaces de estigmatizar al diferente y darnos cuenta de la vigencia de los mecanismos culturales de exclusión en nuestro mundo contemporáneo, son dos de las reflexiones que nos regala Apartheid. El mirall sud-africà, exposición que puede verse en el CCCB hasta el próximo 2 de febrero. Es que los humanos somos capaces de problematizar aspectos que son consustanciales a la propia condición humana. La diversidad cultural es uno de ellos. A pesar de nuestro innegable parecido, los seres humanos vamos configurando formas culturales e imaginarios distintos que se retroalimentan dando luz a nuevas formas y expresiones en una cadena interminable que el informe de la Unesco, dirigido por Javier Pérez de Cuéllar, ha bautizado como diversidad creativa. La diversidad cultural, la forma genuina de expresar la propia condición humana, ha sido, a la vez, generadora de segregación y desigualdad. Racismo y xenofobia son los límites de una larga tradición de heterofobia, que considera la heterogeneidad como amenaza y acaba utilizando la diversidad cultural como forma de dominación y segregación social.

La cultura catalana tiene el reto de acomodar la creciente diversidad cultural que la visita

La diversidad cultural se ha trasladado del mundo a la ciudad. Ya no hay que viajar para encontrarse con el extranjero puesto que se convive con él en la misma manzana. Los ciudadanos de Barcelona somos más diversos, lo que no debería suponer, y éste es el reto, más distantes. Dos respuestas clásicas a esta nueva realidad: la que pretende que los nuevos ciudadanos abracen la cultura de acogida y se integren en ella, y aquella que fomenta que mantengan sus rasgos culturales de origen, haciendo una exaltación del componente multicultural de la ciudad. Ambos modelos, afirmémoslo sin timidez, no han sido capaces de resolver con éxito la compleja convivencia urbana. Tanto la exaltación multiculturalista como la asimilación cultural han derivado en situaciones conflictivas incapaces de gestionar la complejidad del sustrato urbano contemporáneo.

Algunos años más tarde que otras ciudades europeas, Barcelona afronta el reto de la convivencia, y lo hace en un entorno cada vez más diverso y apostando por el diálogo intercultural. La medida de gobierno presentada en el plenario municipal del mes de noviembre por la que la ciudad se adhiere a la iniciativa de la Unión Europea de declarar el 2008 Año Europeo para el Diálogo Intercultural, va en esta dirección. Parte de la constatación de que nuestro panorama cultural ha cambiado y no propone ni la asimilación como meta ni mucho menos es un canto a la multiculturalidad desgajada. Reivindica la necesidad de fomentar el diálogo y la interacción entre las personas procedentes de las distintas formas culturales que habitan la ciudad.

Los modelos anteriores se sitúan en un lugar de llegada, la apuesta por el diálogo intercultural es una forma de situarse ante las nuevas realidades culturales urbanas poniendo por delante la convivencia en la ciudad. No se trata de no actuar desde lo público -modelo multicultural- ni tampoco de sobreactuar con unos patrones culturales preestablecidos -modelo asimilacionista-: se trata de favorecer interacciones e intercambios en ámbitos como la escuela, los grandes centros culturales, las fiestas populares, el espacio público o los centros de trabajo, entre otros.

Existe, asimismo, el poso cultural que tiene una relación histórica con el territorio, en nuestro caso la cultura catalana. Como todas, es fruto de interacciones pasadas y va a continuar evolucionando en función de los intercambios que realice en el futuro, pero sin duda desempeña y debe desempeñar un papel central en los procesos culturales que se den en nuestra ciudad. Ricard Zapata habla de acomodación en lugar de integración. Cuando uno se acomoda a un nuevo espacio se adapta a las nuevas características del lugar y trata de modificarlo para que se adapte a sus gustos y preferencias. Esta negociación, en términos culturales, significa fomentar procesos en los que tanto se transforma el recién llegado como la cultura que lo acoge.

Barcelona es la capital de la cultura catalana, una mancha cultural de límites imprecisos y con una lengua propia que la articula. Una cultura que se ha construido fruto de múltiples intercambios a lo largo de la historia y que tiene el reto de acomodar la creciente diversidad cultural que la visita. En este proceso, complejo y dinámico, nuestra ciudad puede convertirse en ejemplar y demostrar que la diversidad es el petróleo que mantendrá en marcha la creatividad.

Jordi Martí es delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

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