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Reportaje:La carrera hacia la Casa Blanca

Dos opciones, dos estilos

Un Obama cálido y sencillo frente a una Clinton fría y profesional

Antonio Caño

En su última noche de campaña en Las Vegas, Barack Obama contó una hermosa historia ocurrida hace ya varios meses en la remota y diminuta localidad de Greenwood, en Carolina del Sur.

Obligado a ir a ese lugar como condición para conseguir el apoyo de un congresista del Estado, emprendió camino una mañana antes de salir el sol con mucho más sueño que ganas. El día había empezado mal, con un artículo negativo en The New York Times. Pero siguió peor, al descubrir que le esperaban en Greenwood no más de veinte personas. Una vez allí, intentó cumplir con su trabajo. ¡Qué otra cosa podía hacer!

Y se puso a estrechar manos e interesarse cortésmente por los problemas de los presentes. De repente, una mujer de unos 60 años se puso a gritar: "¡Vamos a conseguirlo! ¡Estamos listos!". Una y otra vez. Las mismas frases. Tanto, que el resto de los que allí estaban acabó coreándolas. Primero, tímidamente; después, a todo pulmón. El candidato, entonces, saludó a la mujer, se despidió de todos y se fue.

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En el camino de regreso, Obama comentó con sus asesores que le había impactado lo ocurrido y que le habían parecido fantásticos los gritos de ánimo de aquella señora. Poco tiempo después -esos gritos acabaron incorporados como eslóganes de la campaña-, The Wall Street Journal publicó un reportaje en primera página sobre aquella mujer autora de tales eslóganes y la hasta entonces anónima ciudadana de Greenwood acabó hace un mes sentada al lado de Oprah Winfrey en un mitin en la capital de su Estado y aclamada por 30.000 personas.

"Es un ejemplo para mí", dijo Obama el viernes por la noche ante unos 3.000 estudiantes de la Universidad de Nevada, "de que una sola voz puede cambiar a un grupo, un grupo puede cambiar una ciudad, una ciudad puede cambiar un Estado y, en última instancia, una sola voz puede acabar cambiando América".

Éste es Obama, emocionante y cálido, sugerente y sencillo.

Apenas media hora después y a quince minutos en coche, Hillary Clinton hablaba en el gimnasio de un instituto de enseñanza media. La audiencia era notablemente mayor y significativamente más femenina. Clinton no contó ninguna bonita historia. Se limitó a decir que "no basta con denunciar la situación en la que estamos, hay que ofrecer soluciones", desmenuzó su propuesta para crear un sistema de salud universal y habló de la crisis de las hipotecas y de cómo hacer frente a la probable recesión económica. Todo ello, en un escenario rodeado de carteles con mensajes como "Hillary, la decisión inteligente" o "Soluciones para América".

Obama estuvo solo sobre el escenario. Precedido brevemente por Rudy Rivera, un veterano de Irak. Clinton estuvo acompañada de su marido, el ex presidente Bill Clinton, de su hija, Chelsea, y del antiguo jefe de las fuerzas de la OTAN, Wesley Clark. La candidata se abrazaba de vez en cuando a su esposo y comentaba con él algunas cosas al oído. Pero no podía evitar que todo se viera artificial y forzado.

Sin estar siquiera a su lado, Obama tuvo un recuerdo hacia su mujer, Michelle, que resultó mil veces más auténtico. Contó que, precisamente la noche anterior, había sido el cumpleaños de ella. 44, por cierto. La sacó a cenar a un restaurante elegante, pidió un par de copas de champán -"a Michelle le gusta el champán", dijo- y le regaló una joyita. "La sorpresa llegó", contó Obama, "cuando pedí la cuenta y vi lo que costaba el champán. ¡Dios mío! No podía creerlo".

En el acto de Clinton había varios grupos de mujeres circulando entre los asientos de los participantes recogiendo firmas para comprometerse a participar en los caucuses de ayer. En el acto de Obama, había unos muchachos que hacían unas admirables piruetas con unos carteles de propaganda electoral.

No se puede decir que el acto de Clinton estuviera ausente de emoción. Realmente conmovía la pasión con la que una de las mujeres presentes gritaba "¡Señora, presidenta! ¡Señora presidenta!". Pero las cosas ocurrían de forma más previsible, más rutinaria, más profesional.

Tampoco se puede decir que el acto de Obama fuera improvisado y espontáneo. Los numerosos agentes del servicio secreto que le acompañan no se lo permitirían, además. Pero sí se notaba que no estamos ante un político tradicional.

Barack Obama interviene en un acto de apoyo a su candidatura en la Universidad de Nevada el viernes en Las Vegas.
Barack Obama interviene en un acto de apoyo a su candidatura en la Universidad de Nevada el viernes en Las Vegas.EFE

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