Supermartes del PP
Todos los presidentes electos, Suárez, González, Aznar, han ganado una segunda vez. Es lógico pensar que también repita Zapatero, pero las encuestas no permiten asegurarlo. Al menos hasta este supermartes negro en que se hundió la Bolsa y Ruiz-Gallardón anunció su probable retirada, abriendo una crisis que no podrá dejar de afectar a las expectativas del PP. A las electorales seguramente, pero sobre todo a las internas que abriría una derrota de Rajoy.
En España hay unos cinco millones de electores que deciden a última hora. En primer lugar, si abstenerse o participar, lo que dependerá de si el hartazgo por el sectarismo dominante se impone o no al temor de que gane el que menos se desea que lo haga. La decantación podría producirse en torno a los debates televisivos Zapatero-Rajoy. Pero también tendrá que ver con los aliados previsibles (o falta de aliados posibles) de cada candidato.
El electorado moderado votará o no al PSOE en función de su política de alianzas
Un mal resultado del PP daría a Gallardón la posibilidad de regresar por la puerta grande
J. M. Colomer llamó la atención (EL PAÍS, 18-3-2004) sobre el hecho de que si bien la suma de votos de los partidos de izquierda había superado a la del centro-derecha en ocho de las nueve elecciones celebradas desde 1977, sólo en cinco había podido gobernar. Ello había ocurrido cuando gran parte del electorado potencial del Partido Comunista (luego IU) había dado su voto al PSOE. Pero a condición de que esa concentración del voto se hubiera producido de manera espontánea, sin pacto previo. La única vez que los votos de izquierda fueron menos que los de derecha fue en 2000; en la única ocasión en que PSOE e IU concurrieron con un programa común e hicieron una campaña concertada. Su alianza perjudicó a los dos: el PSOE perdió (sobre todo en la sima de la abstención) millón y medio de votos de su electorado más moderado, y casi otros tantos IU por su costado izquierdo.
Esa experiencia contrasta con la de 1982. Tras el golpe de Tejero y la crisis interna de la UCD, Felipe González corrigió la orientación anterior y se presentó con una oferta de gobernar en solitario, sin hipotecas. O sea, sin expectativa de acuerdos tipo unidad de la izquierda. La idea era tranquilizar al electorado de centro pero impulsar a la vez una dinámica de voto útil de la izquierda contra una derecha encabezada por Fraga.
El resultado fue que el PSOE atrajo a 1,2 millones de antiguos votantes de UCD, a un millón del PCE y a otro medio millón procedente de fuerzas izquierdistas menores, según recoge Ch. Powell en España en democracia 1975-2000.
El dilema de Zapatero es cómo mantener los votos de los electores jóvenes y de izquierda rescatados de la abstención por la conmoción del 11-M y otros factores, sin por ello ceder terreno al PP en el espacio, más que de centro, de quienes unas veces votan al PSOE y otras al PP, dependiendo de las circunstancias. No parece arriesgado suponer que ese sector moderado votará o no al PSOE menos en función del programa que de la política de alianzas que ofrezca Zapatero.
En otoño de 2004, una encuesta de EL PAÍS detectaba que una amplia mayoría (52% frente a 32%) consideraba que el tripartito catalán condicionaba la política de Zapatero en toda España; y un año después, tras conocerse el proyecto de nuevo Estatuto aprobado por el Parlamento catalán, el PSOE pasaba de ir ocho puntos por encima del PP a situación de empate técnico.
Por eso ha reiterado Zapatero que no disputará la presidencia si no es el suyo el partido más votado (para estimular de nuevo el voto útil de la izquierda) y ha llamado a la vez a que se le otorgue una "mayoría más amplia" que le permita librarse de los condicionamientos de aliados nacionalistas. Un objetivo demasiado difícil como para jugárselo todo a esa carta. De ahí que mantenga abierta la expectativa de acuerdo postelectoral con CiU, pero intentando no agravar con ella la difícil relación entre el PSOE y el PSC.
Esa relación está muy deteriorada. Zapatero pactó con Artur Mas a espaldas del PSC los recortes al proyecto de Estatuto, y el PSC pactó a espaldas de Zapatero la repetición del Tripartito que dejó fuera a CiU. Ahora, La Moncloa tiene que hacer equilibrios para que asuntos como el traspaso de Cercanías de Renfe a la Generalitat (al que se oponen los sindicatos), la publicación de las balanzas fiscales (a la que se opone Solbes) o la modificación a medida del sistema de financiación (a la que se oponen las demás comunidades) no tengan un alto coste electoral en Cataluña, o uno altísimo en el resto de España.
Pero esto era antes del supermartes de Rajoy: pensaba solucionar con el fichaje de Pizarro el conflicto interno suscitado por la oposición de Aguirre a la presencia de Ruiz Gallardón como número 2 por Madrid, y el resultado ha sido el anuncio de retirada del alcalde de la capital, lo que augura una crisis mucho mayor. ¿Por qué tanto interés en ir o en que no vaya Gallardón al Congreso? Porque lo que estaba en juego era la posibilidad de un liderazgo alternativo. Por ejemplo, si ganaba Rajoy por poco y no encontraba aliados. O si los resultados eran tan ajustados que hacían inevitable un pacto PSOE-PP.
Los términos de la cuestión han cambiado. Puede que el episodio no tenga una influencia electoral tan decisiva, pero ahora un mal resultado de Rajoy le obligaría a dimitir. Lo que tal vez daría a Ruiz-Gallardón la oportunidad de regresar por la puerta grande; o, si no lo consigue, de impulsar la creación de un partido centrista capaz de completar mayorías tanto con el PP como con el PSOE.
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