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Entrevista:WALTRAUD MEIER | Soprano dramática

"La ópera 'Tristán e Isolda' es eterna"

Jesús Ruiz Mantilla

Viajar con Wagner por la vida produce tanto placer como tormento. Waltraud Meier lo sabe bien y puede soportarlo todo sobre el músico alemán salvo que algunos conjeturen sobre él. "Muchas veces, las interpretaciones que se hacen suyas son tan artificiosas que no se acercan ni por asomo a su verdad", asegura la cantante. Ella puede presumir de conocer varios aspectos de los abismos de sus criaturas con el conocimiento que da haber representado 17 papeles del compositor alemán desde que debutara en 1976: largos, cortos, fascinantes o fundamentales como el de Isolda, la protagonista de una epopeya de amor que cambió el rumbo de la historia de la música. "Tristán e Isolda no es antigua ni moderna, es eterna", asegura esta cantante, para muchos, la más grande intérprete wagneriana que puede verse hoy encima de un escenario.

"Para Wagner, el placer existía en la compenetración de pensamiento"
"Entre la decoración y el teatro, yo me quedo con el teatro"

El próximo 15, Meier se sube por tercera vez a las tablas del Teatro Real, después de haber representado La valquiria y Lohengrin, con el deseo de intentar contagiar la emoción de un personaje inagotable: trágico y determinante, tierno y arrollador. Le toca darle vida ahora en un montaje de Lluís Pasqual, con Jesús López Cobos en el foso, después de haber triunfado en la Scala de Milán con el mismo papel bajo la batuta de Daniel Barenboim y la dirección de escena de Patrice Chéreau. Una experiencia que, confiesa, le ha cambiado su visión de la obra.

Pregunta. Las críticas han descrito el montaje de Tristán e Isolda en la Scala como algo muy profundo y deslumbrante. Para usted, ¿cómo ha sido?

Respuesta. He hecho el papel de Isolda desde 1993. Pero esto ha sido lo máximo en toda mi carrera. Chéreau y Barenboim han sabido extraer toda la verdad de la obra. Lo leíamos, lo analizábamos al detalle. Todo el mundo debería hacer lo mismo. Es la única forma de sonsacar los aspectos más luminosos porque no hay nada escrito al azar.

P. Pero ¿cuál ha sido la clave de esa visión de Chéreau y Barenboim?

R. Han ahondado en los aspectos más psicológicos. Se han centrado en lo que les ocurre a los personajes y han huido de contextualizarlo en una época o en otra. Así es como han extraído lo más puro y verdadero, toda la grandeza interior del comportamiento de los personajes, de sus sentimientos.

P. ¿Incluso le ha sorprendido la visión de Barenboim, que usted conoce tan bien porque lo han hecho tantas veces juntos?

R. Sí, incluso. Conozco su Tristán... desde hace 21 años y también cambia, se engrandece en los detalles. Hay veces que me sorprenden los sonidos de la orquesta. Pero, por encima de todo, él sabe que se trata de una ópera que conjuga como ninguna emoción e intelecto. Él dice que hay que pensarla con el corazón y sentirla con la cabeza.

P. ¿Y no será que usted también cambia en sus percepciones al enfrentarse a la obra? Porque Tristán e Isolda es de esas creaciones que acompañan toda la vida y crecen con nosotros.

R. También. Ahora me ha sorprendido la melodía del texto.

P. Abarca todos los aspectos del amor y de su ansiedad, esa dimensión tan contemporánea.

R. Es cierto, en el primer acto, esa ansiedad está provocada por el hecho de que no quieren permitírselo. Luego surge la pasión y después el amor en su mayor plenitud, en la que todo se comparte, hasta la debilidad y la vergüenza. Después, una vez vivido todo, exprimido todo, lo subliman muriendo juntos.

P. En esa visión ultrarromántica, la muerte también era preferible al fracaso amoroso que podía llegar cualquier día.

R. Así lo veía Wagner, así lo prefería.

P. ¿Y usted?

R. ¿Yo? ¿Personalmente? Creo que hay que luchar día a día por mantenerlo. O mejor que luchar, que es un poco fuerte, esforzarse para que no muera. Trabajar por ello. Los italianos, por ejemplo, confunden el amor con la pasión, yo no creo que sea lo mismo. Tampoco Wagner lo veía así. Para él existía un estadio del amor que producía un auténtico placer en la compenetración de formas de pensamiento, en la manera de ver la vida.

P. ¿El orgasmo intelectual?

R. Eso es. Así es.

P. También es necesario esforzarse para mantenerse en la cuerda wagneriana. Hay que trabajar duro, estar en forma. ¿Qué hace?

R. Mucho deporte. Gimnasia a diario si puedo. Dormir, beber agua, mucha agua y mantener los pies en la tierra.

P. Pero habrá días que le superará todo.

R. Sí, sin duda. Hay días en que no tienes ganas de nada, pero vences los obstáculos como puedes y luego, una vez en el escenario, se te pasa todo. Yo salgo al escenario y me convierto en una fiera.

P. El exceso, en Wagner, es un riesgo. Mal hecho cae en el ridículo absoluto.

R. Necesitas que predomine lo teatral, no dejarte llevar por lo artificial. Cuando en una ópera de Wagner se fomenta la buena interpretación y no sólo una bonita escenografía resulta mucho mejor. Entre la decoración y el teatro, yo me quedo con el teatro.

P. En Alemania, ¿conserva Wagner el peso que ha tenido históricamente?

R. En mi país, Wagner se está desdibujando. No se le entiende con profundidad en muchos casos. Me encontré una señora en el metro en Múnich que me reconoció y me dijo que ya no se le entendía bien. Le propuse que escribiera una carta al director de la ópera y me contestó que ya lo había hecho y que le habían contestado lo siguiente: "Señora, estamos muy satisfechos de que no le guste a todo el mundo". ¡Hay que ser arrogante y engreído!

La soprano dramática Waltraud Meier, ayer en el café del Teatro Real de Madrid.
La soprano dramática Waltraud Meier, ayer en el café del Teatro Real de Madrid.ÁLVARO GARCÍA

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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