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Columna
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La cuesta vasca

Lo difícil ahora es superar esta maldita cuesta del mes de enero, empinada como una penitencia. Ése es el gran asunto, el de la cuesta, esto es: las tarjetas de crédito temblando y el barril de petróleo, las tarifas eléctricas y las hipotecas amenazando con descalabrarnos en pleno ascenso después de los excesos navideños. Los políticos tiemblan mientras nos ven temblar, cobrar resuello y mirar hacia el cielo en mitad de la cuesta, tan cerca ya de marzo. Unos desearían que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas. Otros rezan (como Francisco Vázquez desde la plaza de San Pedro en Roma) para que Dios escriba con renglones torcidos el final imposible de la crisis que viene. Mientras tanto, la Iglesia continúa dando pasos de gigante hacia atrás.

Tienen montada desde hace cuatro décadas una carnicería con un público fiel

Es lo que pasa, aproximadamente, a nuestro alrededor. Pero olvidamos algo: estamos en Euskadi, un lugar en el mundo diferente, con cuestas diferentes y curas diferentes y elecciones también diferentes. Lo igual en todas partes aquí es distinto. Hay algunas personas que no quieren que subamos la cuesta, ni que pensemos en la dichosa cuesta, ni que empleemos nuestras escasas fuerzas en trepar por la cuesta. Quieren estas personas que entendamos de una dichosa vez que, nuevamente, como siempre en el fondo, lo importante en Euskadi no es la cuesta, es decir, no es la bolsa, sino la vida. A la cuesta, por tanto, ya le pueden ir dando. Nos conviene tentarnos la ropa o poner cuerpo a tierra o disfrazarnos, antes de Carnaval, con chaleco antibalas y casco de soldado. Seremos como Gila con teléfono móvil. El Carnaval sangriento no es nuevo en estas tierras. Nos conviene morirnos de miedo. Es lo que quiere ETA a tenor de la última entrevista, concedida nada más iniciarse el ascenso de la cuesta de enero. Si no es la cuesta la que nos revienta, será ETA quien lo haga. Como se ve, ser vasco es una suerte, un privilegio, un auténtico chollo. Es muy fácil dejar de fumar o llegar a la cima de la cuesta de enero nada más comenzar su ascensión con la ayuda de los fervientes militantes armados del independentismo vasco.

En la larga entrevista (tres folios de lo mismo), la banda armada augura "largos años de conflicto" y amenaza a los militantes socialistas (es decir, a la clase de tropa socialista), a quienes hace responsables civiles subsidiarios de las condenas del sumario 18/98 y de sucesos como el de la muerte en accidente de tráfico del familiar de un preso. Todo lo que en los últimos meses está pasando con relación a ETA y a su entorno tendrá, lo asegura la banda, "consecuencias para todos". Debemos, por lo tanto, agradecer a ETA y a quienes la secundan en silencio sus desvelos por hacer llevaderas nuestras vidas hasta el extremo de liberarnos de ellas. Demos gracias. Ni siquiera podemos decir que maten bien. Sabemos cómo matan. Dan miedo, entre otras cosas, por lo mal que lo hacen. Los magnicidios son cosa de anarquistas finiseculares. Las masacres internacionales llevan en este siglo la firma de Bin Laden. El terrorismo vasco (la lucha armada, como dicen los finos) trabaja al detalle: concejales de pueblo, jubilados, tenderos, cocineros, un tipo que pasaba por allí, un inmigrante o un adolescente o un niño de teta. Tienen montada desde hace cuatro décadas una carnicería con un público fiel que jamás le ha hecho ascos a la carne tronzada y socarrada, aunque sea recental. Rozar el mostrador de esta carnicería puede ser peligroso. Está visto. Tanto como sentarse con los dueños del negocio o sus representantes dondequiera que sea.

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