Un pacto herido

El pacto se ha roto y esto hace que la más profunda alegría por la liberación de nuestras compañeras se acompañe hoy de una indignación de dimensiones similares. Desde la tranquilidad que da el saber a Pilar y Mercedes a salvo, decir que con su secuestro no sólo se ha secuestrado a dos trabajadoras humanitarias que no hacían más que cumplir con ese compromiso que nos une y define como un puñado de seres humanos cuidando de otros seres humanos, sino que se ha secuestrado también y de forma injustificable, a la ya de por si escasa acción humanitaria que en nuestros días aun permanece independiente. Y también en este caso concreto a la escasa acción humanitaria que aun permanece activa en Somalia, atreviéndose a meter en la ecuación de sus operaciones la incertidumbre de la inseguridad y la violencia creciente para poder asistir a un pueblo que si de algo sufre en este momento es de olvido y abandono.

"El pacto se ha roto, y la confianza rota, por desgracia, no tiene valor"

La acción humanitaria está al margen de la política, por definición, pues suele aparece allí donde la política falla. Es el acercamiento al individuo como tal, desposeído en ese momento de ideología, raza, etnia, religión o color alguno, y por tanto es inaceptable que en la justificación a su ataque estén estos parámetros.

La acción humanitaria no tiene otro objetivo que el ser humano. Es un acto tan sencillo como poderoso, es un ser humano acercándose a otro que sufre, ocupándose de él y reivindicando así el derecho que todo el mundo tiene a recibir asistencia. Es lo que llevó a Mercedes y Pilar al norte de Somalia y es lo que fue secuestrado esa mañana del 26 de diciembre sacándonos a todos de la cama en un sobresalto.

El pacto callado se ha roto. La acción humanitaria se basa en un contrato social no escrito entre el que asiste y el que es asistido que se podría resumir en un "yo cuido de ti, tú cuidas de mí". Es lo que nos ha permitido estar en Somalia todos estos años asumiendo esa violencia creciente y esa inseguridad, sabedores de que el pueblo, la comunidad, el clan, nos contaban entre los suyos y por tanto cuidaban de nosotros. Contando con esa confianza como único escudo frente a la indefensión de quien, por principios, no trabaja armado ni con escolta. El pacto se ha roto y la confianza, que es una herramienta tan poderosa como frágil, rota, lamentablemente, no tiene ningún valor.

Algunas voces desde la autoridad de Puntland afirmaban que actos así avergüenzan al pueblo somalí. Estoy de acuerdo, y es una vergüenza que el pueblo somalí, orgulloso como pocos de su identidad, no se merece. Les toca pues a ellos volver a poner las cartas sobre la mesa y devolvernos esa sensación de pertenencia que a día de hoy se tambalea. El poder en Somalia discurre por complicados canales, la estructura y la jerarquía de los clanes es tan compleja que hacen falta años para llegar a entender quién es quién, sin embargo, cuando falla la consecuencia es muy sencilla. Un chaval malnutrido que hoy se quedará a las puertas de un centro nutricional sin poder ser atendido porque los equipos de MSF han tenido que ser reducidos a la espera de que las nuevas reglas del juego vuelvan a definirse. Estoy de acuerdo. Sólo indignación. Sólo vergüenza.

Paula Farias es presidenta de Médicos Sin Fronteras España