28 años sin decir ni pío
Tricicle celebra con 'Garrick' sus casi tres décadas de humor mudo
Y qué, ¿nervios? Faltan cinco minutos para que Joan Gràcia, Carles Sans y Paco Mir suban a escena, pero la pregunta se torna absurda nada más pronunciarla. Mir, inmerso en una tabla de estiramientos propia de un auténtico yogui, doblado en dos y sometiendo sus corvas a una tortura, suelta un bostezo digno de uno de los famosos gags de Tricicle. "Unos nervios de la hostia", sonríe. "A estas alturas...", se justifica Sans.
Sí, los tres miembros de Tricicle hablan. Y no, no están nerviosos. "Hombre, el día del estreno sí pasamos nervios", conceden. "O cuando el público no responde. Porque hay públicos que parecen pintados". Es jueves 3 de enero y estamos en el camerino del teatro Gran Vía. Repartidos por la habitación, un espacio diáfano con las vigas de hierro vistas y sin más adorno que un sofá rojo -"el camerino más inmundo de los que hemos pisado últimamente", dicen- hay tres calzoncillos blancos, tres pares de calcetines negros, tres chanclas, tres zapatillas color crudo, botellas de Aquarius, un arsenal de medicamentos... Y unos talismanes salidos no recuerdan muy bien de dónde, pero que les acompañan de camerino en camerino: un osito de peluche, tres figuritas de nazarenos y una bandera del Barça. "Porque algo hay que adorar en esta vida", sonríe Sans.
"Nuestro reto tras tanto tiempo es seguir gustando sin resultar repetitivos"
Siempre comparten camerino, pero cada uno duerme en una punta de Madrid
De una pared cuelga un cartel que recuerda que en pocos minutos representarán por trigésimo tercera vez en Madrid su espectáculo Garrick, que está en su séptimo mes de gira desde su estreno, en mayo. La obra es un homenaje al cómico inglés del siglo XVIII David Garrick, cuyos espectáculos eran recomendados por los médicos como remedio curativo.
"Desde hace años la gente nos comenta lo bien que le sienta reírse en nuestros espectáculos y siempre hemos bromeado con la idea de salir a escena vistiendo batas blancas, como si fuéramos doctores", explica Mir. "Bueno, pues por fin lo hemos hecho. Garrick es un espectáculo ideado con el único objetivo de arrancar carcajadas. Muchos humoristas recurren a transmitir un mensaje para hacer lo que les gusta, como si hacer reír en sí mismo no fuera compromiso suficiente. Se trata de una obra ligera de equipaje en la que hemos dado rienda suelta a nuestras posibilidades. Y además, Garrick termina en 'ic', como nuestros últimos espectáculos: Terrific, Manicomic, Slastic. Un tipo previsor este Garrick".
Éste es el séptimo espectáculo que estos maestros del humor mudo, que beben de artistas como Buster Keaton, Jango Edwards o Els Comediants, ponen en marcha desde su nacimiento, allá en noviembre de 1979, hace 28 años. Entonces tenían poco más de veinte años. Coincidieron en un curso de verano de la escuela Timbal. Y volvieron a coincidir en las aulas del Instituto Español del Teatro de Barcelona. Pero Tricicle propiamente dicho no nació hasta que empezaron a actuar en la sala de café teatro El Llantiol. Desde entonces, y con una media de cuatro años de gira por espectáculo, han pisado 20 países y han "conocido unos restaurantes maravillosos".
A las 20.30 empieza el espectáculo. Tras bambalinas el ritmo del trío es frenético. Mantener su mandamiento estrella -no menos de un gag cada 10 segundos- requiere un ritmo endemoniado. Joan, Carles y Paco entran y salen del escenario en una coreografía perfecta. Ahora uno por el fondo, ahora dos por un lateral, ahora quítate que van a salir corriendo por aquí. En algún sketch los cambios de vestuario suceden a una velocidad tal que uno se pregunta cómo es posible que no acaben saliendo a escena en pelotas. El público, ajeno al baile que se vive detrás del escenario, ríe con ganas. "Molt bé", anima Sans a Gràcia tras una escena.
Casi treinta años juntos son muchos años. Grupos de teatro españoles reconocidos con un historial de esa envergadura no hay muchos. Pero los tres actores no le dan importancia al dato. Minutos antes de subir a escena reflexionan sobre las claves que los han mantenido unidos tantísimos años. "Cuando estás en movimiento, no paras", dice Mir. "El trabajo te hace seguir. Además, nos respetamos y ninguno de los tres quiere liderar. Eso es fundamental", añade. "Y nos contamos las cosas sin discutir, conocemos la posición de cada uno y tenemos claro que nuestra empresa es ésta", interviene Sans. "Y hay otra cosa que para mí es fundamental", dice Gràcia, "y es que los tres hemos decidido disfrutar más. El nacimiento de nuestros hijos ha cambiado nuestra mentalidad. Antes no nos importaba estar de gira todo el año. Nuestra casa era cualquier hotel o tenías una novia en cada sitio... Ahora estamos de acuerdo en que trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar. Estas navidades, por ejemplo, no hemos actuado del 24 de diciembre al 2 de enero, lo que no es muy normal, porque son buenas fechas. Y en verano paramos dos meses. Lo decidimos después de un mes de agosto en el que actuamos en 29 sitios diferentes. Ganamos pasta, pero sin poder disfrutarla. Hay actores para los que actuar es su vida. No es nuestro caso".
Los años, dicen, han mejorado su química. Y hay una prueba de que no mienten: siempre comparten camerino. Eso sí, una vez fuera del teatro, vuela cada uno por su lado. Estos días en Madrid están durmiendo en lugares diferentes: Mir, en un apartamento céntrico. Sans, en el hotel de Goya al que es fiel desde hace años. Y Gràcia, "en una caja de cartón en Tirso de Molina. Y no por necesidad, sino por la experiencia", dice. Y aunque todo parece indicar que se trata de una broma, la periodista no pone la mano en el fuego.
Los años, eso sí lo reconocen, han aportado un pero: el miedo a repetirse. "Hemos usado mucho nuestras ideas y la combinación es complicada: seguir gustando manteniéndonos fieles a nuestro estilo sin resultar repetitivos. Pero lo debemos estar haciendo bien, porque tenemos el teatro lleno cada día", dice Sans. Y así es. Desde su estreno en Madrid el pasado 28 de noviembre, 50.000 personas han visto ya Garrick. Estarán en la capital hasta el 2 de marzo, pero está complicado verles: agotaron las entradas desde el primer día de función.
En escena, continúa el baile de cambios de vestuario y de gags. Resulta hilarante la escena de dos médicos que se quedan atrapados en un ascensor o su frenético repaso a los tipos de humor: el verde, el negro, el repetitivo, el absurdo... Tras una hora y media sobre el escenario, el espectáuclo llega a su fin y, siguiendo la tradición, los tres actores salen a la puerta a despedir al público personalmente. ¿Incidentes? Sans se ha hecho un corte en un dedo con un muelle y no sé qué de un móvil que no apareció, obligándoles a acortar un sketch. Pequeñas incidencias que sólo han notado los actores. Una vez fuera, una frase del espectáculo permanece un rato en la cabeza: "Afortunado el hombre que se ríe de sí mismo, ya que nunca le faltará motivo de diversión".
Babelia
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