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Columna
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Seis meses de Gordon Brown

El año no terminó bien para el premier británico. Según The Daily Telegraph del 21 de diciembre, el 60% de los británicos están descontentos con el nuevo Gobierno. En las encuestas el Partido Laborista se coloca 12 puntos por debajo del Partido Conservador, al que David Cameron ha conseguido darle una nueva dinámica al desplazarlo al centro. Y como las desgracias no suelen venir solas, la Administración ha perdido los datos personales de 25 millones de británicos, la crisis hipotecaria norteamericana llegó al banco británico Northern Rock, y para colmo se descubre que desde 2003 los laboristas han recibido donaciones ilegales por un monto de 850.000 euros.

Hace seis meses Gordon Brown había empezado con sólo un 27% de descontentos, ofreciendo continuidad en la política socialdemócrata, a la vez que cambió con nuevas prioridades, encaminadas a recuperar la confianza del pueblo británico en la política.

El 60% de los británicos están descontentos con el nuevo Gobierno, según 'The Daily Telegrah'

Algunos gestos que satisfacían a los conservadores y a los laboristas más tradicionales, como distanciarse del proyecto de construir supercasinos regionales, o elevar la peligrosidad del cannabis, coadyuvó a que en el otoño el Partido Laborista aventajase al conservador en 10 puntos, sin desmentir los rumores de prontas elecciones para contar con un jefe de Gobierno elegido por los ciudadanos. Los conservadores apoyaron una iniciativa que temían en el fondo, convencidos de que Brown no arriesgaría su puesto con 30 meses de antelación, sin haber mostrado antes lo mucho de que es capaz.

Gordon se aferra a la visión socialdemócrata que unifica crecimiento económico con distribución más justa de la renta nacional, ofreciendo mayores oportunidades a cada uno, a la vez que ayudas solidarias a los que no puedan salir adelante por su propio esfuerzo. Ello implica volver a reconocer el papel primordial del Estado, sobre todo en el desarrollo de las infraestructuras y el de la ciencia.

En esta línea, la innovación más significativa pienso que ha sido la creación del Ministerio para la escuela, los niños y la familia, con el objetivo de extender la escolaridad obligatoria de los 16 a los 18 años, convencido de que el futuro del país depende de una buena educación desde la primera infancia hasta la adolescencia. Una sociedad más próspera y más justa, ambas tienen que marchar a la par, es aquella que sabe encarrilar a la población desde el nacimiento hasta los 18 años, período clave, tanto para el desarrollo de la personalidad, como para la prosperidad del país.

También en política exterior Brown se ha distanciado de su antecesor, tratando, eso sí, de oponerse, tanto al antiamericanismo de la izquierda como al euroescepticismo de la derecha. Al final de la época Bush, cuando Francia y Alemania han renovado sus vínculos transatlánticos, parece tarea fácil mantener las relaciones tradicionales con EE UU. Más complicada está siendo la política con la UE en un momento en que el distanciamiento de la opinión pública británica y sobre todo la agresividad antieuropeísta de la prensa de derechas le lleva a tratar de apartar lo más posible la cuestión europea del debate público. Brown sabe que si se convirtiese en un tema estrella de la campaña electoral, por mucho que se distanciara de Europa, podría perder las elecciones.

A este respecto resultó altamente significativo el que, pese a que se conocía la fecha con bastante antelación, retenido en Londres por una sesión del Parlamento, el 13 de diciembre Gordon Brown llegase con dos horas de retraso a la firma del Tratado de Lisboa. Frente a la presión de la derecha de llevar el Tratado a referéndum, cuando sólo parlamentariamente, tras largo debate, podrá conseguirse su aprobación, Brown quería además recalcar el mayor peso que otorgaba al Parlamento, máxime cuando la renovación de la vida política que propone pasa por potenciarlo.

Desde su ingreso en 1973, el Reino Unido se ha mantenido firme en el principio de que sobre el Parlamento, expresión de la soberanía del pueblo británico, no puede prevalecer ningún órgano supranacional de decisión. Una vez que la ampliación ha acabado con el eje franco-alemán, y con él, con cualquier modelo de integración política, nunca Reino Unido ha estado tan cerca de reducir la UE a un mercado único, sin perfil político alguno.

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