Periodismo demencial
A veces la verdad cinematográfica no puede ser más distinta de la verdad de la vida. Por eso hay películas basadas en hechos reales a las que es necesario adjudicar un baremo sobre su verosimilitud, aunque sea, como hace irónicamente La sombra del cazador, con una frase inicial: "Sólo las partes más demenciales de esta historia son ciertas".
Basada en un reportaje de Esquire, y ambientada en los Balcanes, la película está protagonizada por tres periodistas muy distintos: un viejo zorro, con jornadas de gloria en el pasado, que cometió el error de inmiscuirse demasiado en lo que estaba transmitiendo y un mal día estalló en pleno directo televisivo; un ex cámara de guerra reconvertido en reluciente realizador, y un novato con familiar directo en las altas esferas de la cadena.
LA SOMBRA DEL CAZADOR
Dirección: Richard Shepard.
Intérpretes: Richard Gere, Terrence Howard, Jesse Eisenberg.
Género: comedia dramática. EE UU, 2007.
Duración: 96 minutos.
Un triángulo escaleno que tiene como objetivo uno de los mayores misterios (o certezas, según se mire) de la reciente política internacional: ¿dónde están el ex líder serbobosnio Radovan Karadzic y su jefe militar, Ratko Mladic, y por qué no han sido capturados para ser juzgados? Con este panorama, Richard Shepard ha compuesto una tragicomedia política, con toques de cine de acción, que funciona conforme más estrambóticas son sus secuencias. Toda película establece su propia realidad y la de ésta queda marcada no sólo con el aviso para navegantes; también con sus sorprendentes hechos, su adecuada puesta en escena (ágil, chocante), sus efectos de montaje, sus flashes informativos y su humor cargado de sorna.
Colocado el listón de la credibilidad en un punto alto, lo raro es que nunca se excede por arriba (la demencial situación de los cascos azules, el papel de la CIA...) y, en cambio, se derrumba por abajo: es en las escenas más trágicas (el asesinato de la novia de uno de ellos, los recuerdos de éste...) cuando se rompe el tono y el filme cae en unos charcos nada perdonables, que amargan la entretenida función y la gradación de la realidad que se había impuesto.
Babelia
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