La biblioteca del Infierno
Somos el tiempo que nos queda. Eso es lo que nos dice el poeta José Manuel Caballero Bonald. Seamos optimistas y pensemos, por tanto, que tenemos un año por delante. Pensemos que, si hay suerte, nos quedan doce meses para hacerlo mejor (y para ser mejores) que el pasado ejercicio. De manera que somos lo que haremos y lo que diremos, lo que veremos y lo que escucharemos en los próximos meses, en el próximo tiempo que nos quede. Somos incluso lo que votaremos el 9 de marzo, aunque aún no lo hayamos decidido. Somos también -lo dicen los expertos que elaboran el informe PISA- los libros que leemos (o más exactamente los que no leemos). ¿Qué libros leeremos en el curso de los próximos meses? ¿Qué libros seguiremos sin leer a lo largo del año 2008?
La biblioteca de Rajoy es la cifra del Infierno borgeano. La hemos visto.
Uno comienza el Año Nuevo leyendo al viejo Borges. El autor argentino concebía el Paraíso como una biblioteca. El destino, que es cruel y caprichoso, decidió concederle el privilegio de dirigir la Biblioteca Nacional de Buenos Aires cuando ya no podía leer. El autor de El Aleph era un ciego rodeado de libros deslumbrantes que para él eran sombras. Afortunadamente, antes había tenido la precaución de frecuentar las páginas de Stevenson y Kafka, leer a Schopenhauer y a Spinoza, conversar con los Vedas y Platón, internarse en las sagas islandesas y en el Eclesiastés, escuchar con los ojos a Quevedo y descifrar los haikus de Matsuo Basho. Antes había leído como un tigre y la lenta ceguera, según dijo, la recibió con aceptación. "Esta penumbra es lenta y no duele", escribió en un poema titulado Elogio de la sombra (igual que el luminoso ensayo de Tanizaki). En el mismo poema nos relataba Borges: "Mis amigos no tienen cara, / las mujeres son las que fueron hace ya tantos años, / las esquinas pueden ser otras, / no hay letras en las páginas de los libros". Pero ahí están los libros. Ahí siguen los volúmenes sobre los anaqueles. La biblioteca de Babel nos espera. El Paraíso aguarda.
Si el Paraíso, entonces, era una biblioteca para Borges, el Infierno no tiene más remedio que ceñirse a un espacio idéntico al despacho de Mariano Rajoy. La biblioteca de Rajoy es la cifra del Infierno borgeano. La hemos visto. Hemos visto el Infierno a través de la página web que el PP le ha construido a su líder en Internet. Un lugar -el despacho del candidato popular- frío y desangelado, inhóspito, esquelético. Allí están sus canciones, películas y libros favoritos, ocupando muy poco y proclamando a gritos su programa de mínimos y su indigencia estética. ¿Somos lo que leemos? ¿Qué dicen de nosotros nuestros libros, aquellos que leímos o pensamos leer? Dicen los responsables del PP que desean acercar la figura de Mariano Rajoy a la ciudadanía. Por eso le han montado, al parecer, esa estupefaciente biblioteca virtual.
Que Regreso al futuro sea una de las películas del canon de Mariano Rajoy y que prefiera La catedral del mar a El Quijote, La Regenta o los Episodios Nacionales no sé bien lo que quiere decir, pero no es desde luego nada bueno. Si la elección la ha realizado el propio interesado, no hay nada que añadir; estaríamos ante un autorretrato en negativo. Si ha dejado que otros organicen su infernal biblioteca, deduciremos que el señor Rajoy no le concede el mínimo valor a estos asuntos, o que nos considera a todos indigentes mentales. Malo en todos los casos. Sólo faltaba que los libros que dicen que prefiere don Mariano fuesen cajas vacías -como en esas bibliotecas de atrezzo de algunos nuevos ricos- para cerrar el círculo infernal.
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