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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Tallin a Lisboa

A los 18 años de la caída del muro de Berlín se ha producido la unificación práctica de Europa

Ya es posible recorrer los 4.000 kilómetros que separan Tallin, capital de Estonia, en las lindes de Rusia, de Lisboa, promontorio portugués en el Atlántico, sin pasar controles fronterizos. Esa nueva Europa de Schengen tiene 3,6 millones de kilómetros cuadrados, más de 400 millones de habitantes y 24 miembros. Con la accesión la semana pasada de los últimos nueve países, ocho de ellos antiguos miembros del bloque soviético y Malta, se produce, a los 18 años de la caída del muro de Berlín, un paso más en la unificación práctica de Europa. Y eso debería pesar más en el ánimo ciudadano que todas las crisis institucionales, que no son sino fruto amargo del crecimiento.

De los 24 países de Schengen, 22 pertenecen a la UE, a los que hay que sumar Noruega e Islandia, ajenas a la construcción europea, pero en la mejor de las vecindades. Y se espera que Bulgaria, Chipre, Rumania y Suiza, los tres primeros miembros de la Unión, se sumen pronto al nuevo espacio sin fronteras. Sólo quedarán entonces fuera Reino Unido e Irlanda, entre los componentes de la UE.

Pero esa gran conquista europea es al mismo tiempo una amenaza y un reto. Si la circulación dentro de ese vasto espacio ha de realizarse sin ninguna traba, también hay que blindarse ante el exterior, en lo que España juega un importante papel desde hace años, como puerta de entrada tanto del Mediterráneo como del Atlántico Norte. Y ahora a esa vigilancia se suma, sobre todo, Polonia, que tiene la más extensa frontera oriental de Europa, notablemente con la Federación Rusa.

A ese fin ha habido que armonizar y dotar de la última tecnología en seguridad a los límites de la UE con el mundo. Un instrumento financiero Schengen, por valor de 961 millones de euros, de los que 313 han sido para Polonia, ha costeado esa modernización, con un centro de control tan protegido como una caja fuerte, instalado en la localidad luxemburguesa que da nombre al acuerdo, y a su vez dotado de un inmenso fichero que garantice la impermeabilidad ante el crimen que pretenda cruzar nuestras fronteras.

Hay con Schengen más Europa, pero sólo a condición de que esté correctamente regulado el derecho de admisión, porque nadie quiere ni a ningún propósito sirve una liberalización interior si ésta se convierte en un coladero exterior.

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