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Columna
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Descubrir el Mediterráneo

Lluís Bassets

Al presidente Sarkozy ya se le cita. Como ha sucedido con los grandes líderes. Sus discursos se convierten en referencias para comprender lo que sucede en Francia. ¿Quiere usted conocer nuestra nueva doctrina sobre la disuasión nuclear? Lea el discurso d'Ile Longue (Finisterre), de julio pasado. ¿Sobre la Unión Mediterránea? En Tánger, durante su primer viaje a Marruecos. Hay muchas plumas en sus discursos, pero una destaca entre todas. Es la de Henri Guaino, ahora consejero especial en el Elíseo, y durante la campaña presidencial el escribano que puso en su boca los discursos más celebrados. La denigración de Mayo del 68 es Guaino. El rechazo al arrepentimiento respecto a los crímenes coloniales también es Guaino. Los platos más fuertes y picantes que salen de la cocina intelectual sarkozyana se deben en su gran mayoría al chef Guaino. Pero el más cargado de todos es el discurso de Dakar, donde se decía que "el drama es que el hombre africano no ha entrado suficientemente en la historia, no se ha proyectado hacia el futuro", y que fue considerado racista incluso por algunos amigos del presidente.

La Unión Mediterránea, que se lanza hoy, reforzará el Proceso de Barcelona

Henri Guaino es un hombre de pluma muy literaria, que viene del gaullismo social. Es soberanista, un auténtico euroescéptico francés. Ama la palabra y la acción política con una pasión algo antigua, de los tiempos en que las ideas movían el mundo. Él las tiene y tiene los resortes para lanzarlas y luchar para convertirlas en realidad. Éste es el caso de la Unión Mediterránea, un artefacto multiuso. Situar a Francia de nuevo en un centro de gravedad cuando culmina la ampliación de la Unión Europea hasta 27 nuevos miembros. Equilibrar la dualidad con Alemania, tras la pérdida de peso que significó la unificación alemana y los nuevos tratados, con menos votos y peso institucional para París. Recuperar el terreno perdido en todo el Mediterráneo, como resultado del trauma argelino y del avance de Estados Unidos en toda la zona. Ofrecer una salida a Turquía, como alternativa a la negativa sarkozyana a su integración en la UE.

La idea original era limitar la nueva institución a los países ribereños. Y como todo lo que hace Sarkozy, era rupturista y adanista: prescindía de lo que se había hecho hasta entonces, que es fundamentalmente el Proceso de Barcelona, con sus dos conferencias euromediterráneas en 1995 y 2005 y su sistema de cooperación; y hacía una curiosa reversión de argumentos: el Proceso de Barcelona no ha funcionado porque Europa está decantada hacia el Este, cuando en realidad el presidente español Felipe González y su entonces ministro de Exteriores Javier Solana lanzaron la Conferencia Euromediterránea precisamente para equilibrar una Europa que sólo miraba hacia el Este y de la que Francia estaba ausente.

Los discursos de Sarkozy están llenos de arrebatos líricos y guiños históricos y literarios. También de hipérboles. Será como la reconciliación franco-alemana. Habrá una reunificación del Mediterráneo, después de 15 siglos de separación. Haremos del Mediterráneo la mayor fuente de creatividad frente a la globalización. Lo que se juega es decisivo para el equilibrio del mundo. Qué digo, para el futuro de la humanidad. Detrás del lirismo del Elíseo, llegan las brigadas de operarios de la diplomacia francesa, que convierten las grandes ocurrencias históricas en ideas prácticas y manejables. Y también están las realidades más que materiales agazapadas bajo la poesía: la ambición francesa de recuperar el norte de África. Cada arrebato lírico de Sarkozy sobre el azul del cielo y del mar ha ido acompañado de proyectos y contratos multimillonarios para construir centrales nucleares, autopistas, aeropuertos, una línea de tren de alta velocidad y vender material militar y aviones de combate. A mayor gloria y beneficio del peculiar capitalismo colbertiano francés.

El resultado es que hoy los tres dirigentes de los tres principales países mediterráneos, Sarkozy, Zapatero y Prodi, lanzan el saque de honor de este partido. Será plenamente europeo. Estará Alemania, y cualquier otro socio de la UE que quiera, aunque su territorio no dé en el Mare Nostrum. Si no fuera así, Bruselas no recibiría autorización para invertir. No servirá para excluir a Turquía. No será una enormidad institucional, sino una modesta secretaría, unas reuniones de primeros ministros bianuales, y unos objetivos de trabajo, tres o cuatro, concretos, prácticos: una unión de proyectos, según Sarkozy, expresión de las cooperaciones reforzadas o vanguardias de países que trabajan conjuntamente sobre algún tema, como inmigración, contaminación marina o energía nuclear. Será un Barcelona Plus o una Unión Euromediterránea y significará la resurrección y reforzamiento del Proceso de Barcelona. Nadie se conforma cuando le dicen quítate tú que me pongo yo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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