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Columna
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Todos aprendiendo

Gracias a la gente intrépida de Operación Guateque y a sus corrupciones hemos aprendido algunos riesgos de Madrid, hasta ahora inéditos, y al mismo tiempo, una cosa por la otra, la ineficacia de su Administración y la falta de control que alimenta las corrupciones. Las anomalías son muy pedagógicas.

Yo mismo acabo de pedir una junta general de mi comunidad de vecinos para revisar nuestros papeles y licencias, y el de todos los inquilinos de la finca, al objeto de que no nos coja de sorpresa que al rebufo del descubrimiento de cualquier caso parecido al llamado Guateque, termine la autoridad municipal fijándose en nuestra comunidad de honestos vecinos y nos requiera papeles. Pero la vecina del segundo izquierda no sólo encontró indigna de nuestra casa tal sospecha, sino que descartó cualquier carencia documental en nuestra comunidad que pueda animar a una concejal a amenazarnos con una inspección. Como si en una ciudad en la que todo queda bajo sospecha fuéramos a librarnos. Se preguntaba la vecina qué interés puede tener una edil en mezclar churras con merinas, supuestas corrupciones funcionariales con incumplimientos burocráticos de la vecindad; qué interés puede tener en quitar los focos de un caso de corrupción para ponerlos en nuestra casa y que la música del guateque corrupto suene difuminada en el Consistorio.

En buena lógica no podrá pasar un coche ante el Museo Sorolla o el Lázaro Galdiano

También yo me hacía esa pregunta, mientras el prudente alcalde contenía a la concejala ante la casa de los socialistas en Ferraz, dispuesta ella a inspeccionar el domicilio de Pablo Iglesias para revisarle los sellos de una obra. Y al tiempo que los socialistas señalaban a Génova, como niños, por ver cómo andaban de sellos los populares en el caso de que también los populares hubieran estado remisos a cumplir la ley. Quizá la concejala pretendía enseñarnos que lo que es legal, legal, hay poco, que ni siquiera los partidos políticos tienen papeles, y por eso propuso el cambio de foco o le resultó inevitable vincular en la percepción pública partidos políticos y corrupción. La supuesta irregularidad administrativa tapaba el supuesto delito.

Pero si anómalo es todo lo que de Guateque venga, aunque contenga enseñanza, por su naturaleza muy distinta, más verde y elegante, más que anómalo fue insólito el enfrentamiento entre una señora baronesa y un alcalde democrático de la Villa, y vaya si nos ha enseñado. Antes pasabas por el Museo del Prado y acelerabas para que el humo le llegara a Velázquez, o te dabas una vuelta y volvías a pasar por allí, creyendo que a los cuadros de Goya lo que más les convenía era un coche cerca.

Ahora, después de que la señora Cervera nos ha instruido sobre lo mal que le sientan los coches a los cuadros es que cualquier política de tráfico que no pase por alejar los coches de los museos necesita empeñada contestación en la calle. Supongo que no correrán distinta suerte unos museos que otros, al menos en Madrid, y que en buena lógica no podrá pasar un coche ante el Museo Sorolla, el Lázaro Galdiano o el Museo Romántico. Y con los árboles de la calle, vaya si hemos aprendido.

Ahora hablas con los árboles de la Villa, les prometes a los plátanos dar tu vida por ellos, atarte a sus troncos si viene la mano asesina que los amenaza... ¿Qué puede poseer el árbol amado por la señora baronesa que le falte al tuyo?

En realidad, cuando la señora Cervera empezaba a defender los árboles del paseo del Prado, y defendía a la vez el Museo Thyssen, no nombraba los coches, pero es que aún no se había dado cuenta de que también había pasado a luchar contra el cambio climático. Y a lo mejor lo que intuyó, cuando el ministro de Cultura se puso por medio entre ella y el alcalde, fue que lo municipal pasaba a ser nacional, pero no global, que es la nueva dimensión, mientras Gallardón ya tenía la cabeza en la cumbre de Bali y había comprendido que ponerse del lado de la baronesa y contra los coches no era una cuestión de salvación del arte, sino de salvación del planeta, que es lo que empieza a importarle ahora, políticamente, a Gallardón.

Así que, a estas alturas, acabada la cumbre ecológica, no me extrañaría que el ministro de Cultura estuviera preparando ya un gran evento sobre los intereses de los museos y el cambio climático; que la baronesa haya advertido ya la dimensión global de su lucha con Gallardón, y que Esperanza Aguirre se quede antigua y demorada en la región de los túneles para que los coches continúen fastidiando a los cuadros.g

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