_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Guerra contra la Tierra

Andrés Ortega

La lucha contra el calentamiento global corre el riesgo de verse como otra guerra, esta vez de nosotros mismos contra la Tierra o viceversa. El discurso de Al Gore al recibir el pasado lunes en Oslo el premio Nobel de la Paz va, desgraciadamente, en esta dirección. Desgraciadamente porque, quizás para persuadir al público estadounidense, recogía fraseología propia de la disuasión nuclear durante la guerra fría, como la "destrucción mutua asegurada", o hablaba de una "amenaza universal", y de "movilización" como para la guerra.

Incluso citó cómo se ignoró la amenaza de Hitler, aunque esta vez el enemigo es el CO2. Este discurso belicista de la catástrofe, sin embargo, no lleva a un análisis de teoría de juegos frente a un rival, la Tierra, que no es un actor racional, sino, justamente, natural.

El calentamiento global se sitúa en tercer lugar de los temores de los ciudadanos

Esta teoría se hubiera podido aplicar a la cumbre de Bali, que ha aprobado in extremis una "hoja de ruta" hacia un Kioto II, término que últimamente reemplaza la falta de acuerdos. Dependerá del próximo presidente de EE UU (algo que fue Gore durante un tiempo). Sea como sea, hoy en día, con el discurso norteamericano dominante, parece como si todo tuviera que ser una guerra, contra el sida, contra las drogas, contra el terrorismo, y ahora contra el calentamiento global.

No es un lenguaje neutro. Vivimos en la era del temor o del miedo, age of fear como la describía recientemente un suplemento de The Wall Street Journal que giraba en torno a una encuesta sobre los mayores temores de los europeos ante la sociedad global. En primer lugar se sitúa el terrorismo (17%; 27% en el caso de España), seguido de la guerra, y en tercer lugar (en cuarto en España tras la crisis económica) llegaba el calentamiento global y otros daños al medio ambiente. Una mayoría de los encuestados (50%) considera que, como sociedad global, vamos a peor.

Gore, que en su último libro ha criticado el discurso del miedo en EE UU desde el 11-S, puede estar cayendo en un error paralelo. Ha hecho mucho por alertar del calentamiento global, aunque quizás no tanto como para merecer el Nobel. Él y muchos de su edad en EE UU se educaron refugiándose bajo los pupitres ante un supuesto ataque nuclear soviético y posteriormente con el miedo al invierno nuclear, que mencionó en su discurso, que vendría tras una guerra atómica. Después llegó el 11-S y lo que siguió. Y ahora llega este nuevo miedo a los efectos del calentamiento.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Los niños de hoy en día se están educando bajo este nuevo temor, este discurso de la catástrofe medioambiental, que está causando ansiedad en algunos de ellos como empiezan a reflejar algunas encuestas en el Reino Unido. Puede que este discurso sirva, en los países desarrollados o en las partes más ricas de los en vías de desarrollo, para que apaguen las luces de sus cuartos cuando salen o cierren los grifos del agua. Pero a lo que no se está educando realmente es a que la lucha contra el calentamiento global causado por el ser humano requiere, sobre todo, un cambio en la forma de vida, avanzar hacia un consumo, no consumismo, responsable.

Como señala la ONG WorldWatch, en muchas partes del mundo la población se ha estabilizado, pero en ninguna parte ha disminuido el consumo, y el 80% de los materiales que consumimos se usan una vez y se tiran. Hace no mucho se descubrió que, pese a los progresos logrados en los años anteriores con la prohibición de los gases CFC, el agujero de ozono se estaba reabriendo debido a la utilización de estos materiales en los aires acondicionados y otros aparatos en la China en desarrollo. Es difícil decirles a los chinos que no pueden aspirar a vivir como nosotros vivimos.

No es sólo que el discurso de la seguridad haya entrado en el del medio ambiente, sino también al revés. Varios informes empiezan a hablar de las consecuencias del deterioro medioambiental, como causas de guerras, lo cual es históricamente verdad, pero no sólo en tiempos de calentamiento, sino también de enfriamiento.

Las guerras siguen en muchas ocasiones a los precios de los alimentos y ahora éstos se encarecen, no debido al calentamiento sino a la demanda de bioenergía y otras causas. Francia quiere revisar la doctrina europea de seguridad durante su presidencia comunitaria en el segundo semestre del año próximo, y estaría pensando en introducir en ella la seguridad alimentaría, que es una forma de reforzar la pervivencia de la ya absurda Política Agrícola Común.

aortega@elpais.es

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_