Destierro y condena por Cajasur
La trayectoria de Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada, en la última década no puede entenderse sin Cajasur, la caja cordobesa fundada por la Iglesia católica.
Su tormentosa relación con la entidad financiera, que tiene seis sacerdotes sentados en su consejo de administración, le han supuesto dos castigos en los últimos cuatro años. El primero fue de la Iglesia, que le desterró de Córdoba a Granada por su guerra con el entonces presidente de la caja, el cura Miguel Castillejo. Una guerra en la que intervino el Vaticano y en la que la Iglesia tuvo que decidir entre el poder económico de la caja o respaldar a un obispo. Y se quedó con lo primero.
El segundo castigo ha sido de la justicia terrenal, que le ha condenado a pagar 3.750 euros por coaccionar e injuriar a un sacerdote de Granada que quería editar un libro financiado por Cajasur, iniciativa a la que se oponía el arzobispo.
¿Por qué Martínez mostró tanta inquina con el sacerdote? La clave es su derrota en el conflicto con el cura Castillejo en su etapa como obispo de Córdoba.
La soberanía de los obispos sobre sus diócesis es absoluta, pero cuando Martínez llegó a Córdoba en 1996 comprobó que el cura Castillejo mandaba tanto como él... o más.
La convivencia fue difícil desde el primer día, pero la ruptura total se produjo a finales de 2002, cuando se supo que Cajasur había suscrito un seguro de tres millones de euros para garantizar a Castillejo una pensión vitalicia cuando dejase la caja.
Martínez, miembro de Comunión y Liberación, un movimiento católico muy conservador, tildó de "escandalosa" esa pensión. En esos agitados días, Castillejo desobedeció varias veces al obispo, que vio cómo la Conferencia Episcopal, dirigida por el cardenal Antonio María Rouco Varela, le daba la espalda.
Ante este vacío, Martínez fue al Vaticano a principios de diciembre de 2002 para comunicar un expediente canónico por el que destituía a Castillejo de su cargo en la catedral de Córdoba, lo que suponía su salida inmediata de Cajasur. Recibió la conformidad, pero poco después todo se frenó desde España. Castillejo, que gracias al dinero de la obra social de la caja había tejido una fluida relación con otros jerarcas de la Iglesia, también acudió al Vaticano para quejarse del obispo.
La Iglesia miró hacia otro lado cuando se conocieron nuevas irregularidades en Cajasur (varios de los curas del consejo de administración cobraban dietas por ir a misa o a conciertos) y puso sordina al cisma entre el obispo y el cajero. Martínez comprendió que había perdido el pulso y resignado recibió el destierro a Granada, que se disfrazó como un ascenso a arzobispo.
Allí sucedió a Antonio Cañizares, uno de los principales baluartes de Castillejo. En Granada, vio que el fantasma (y el dinero) de Cajasur reaparecía en su diócesis en forma de patrocinio de un libro. Las presiones al sacerdote que llevaba el tema, Francisco Javier Martínez Medina, mano derecha de Cañizares, fueron tales que el arzobispo acabó juzgado y condenado.
Martínez suma así dos penas (una de la justicia divina y otra de la terrenal) que tienen un mismo origen: Cajasur.
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