Que tú no sepas
Más de una vez he expresado en esta columna mi desolada opinión sobre nuestro sistema educativo, considerado en sus intenciones y resultados. En el concepto lo veo como una expropiación, y en la imagen como un desagüe. Nunca en nuestra historia han pasado los niños y los adolescentes tanto tiempo de sus vidas en un centro de enseñanza, y sin embargo la impresión general, palpable y fácilmente defendible con argumentos y ejemplos de peso, es que les aprovecha poco; que su viaje educativo no es en absoluto de largo recorrido sino más bien de aproximaciones o cercanías.
En fin, que saben cada vez menos de ciertas materias que, por casualidad, son aquellas de las que más se nutre la libertad. Aquellas que les permitirían acercarse con mayor perspectiva y ambición a la cultura y al pensamiento humano, es decir, a sí mismos, y situarse en la actualidad del mundo de un modo lúcido y crítico (que buena falta les va a hacer). Muchas veces el valor de algo se aprecia en lo que su nombre indica; las asignaturas englobadas dentro de la categoría de Humanidades proclaman su importancia en la formación de las personas, sólo con llamarse. Y sin embargo, hace ya mucho que en nuestro sistema de enseñanza no son eje ni faro; que las Humanidades -y con ellas la más fiable posibilidad de que un alumno adquiera hábitos, herramientas y conceptos capaces de conducirle después a cualquier altura intelectual o creativa- han muerto o agonizan en el esquematismo o la dura indigencia.
Sobre esa dudosa base de lo 'útil' se ha edificado nuestro sistema educativo
Todo sea, se ha aducido, para justificar lo injustificable de ese abandono educativo, todo sea en beneficio de los conocimientos científicos y de esas otras materias directamente aplicables a la vida práctica o laboral. En fin, que la escuela tiene que enseñar cosas que sirven, por decirlo llanamente. Y sobre esa frágil y dudosa base de lo útil, y por lo tanto de lo inútil, se ha construido nuestro sistema educativo; en realidad, se ha desmantelado, como resulta evidente a poco que se lo ponga a prueba. Todo sea por la ciencia, podía haber sido el lema, y ahora resulta que, según el último informe PISA, los alumnos vascos están en conocimientos científicos a la cola de la cola del mundo comparable. Es decir que de lo inútil ya no saben casi nada y de lo útil lo que se evidencia, que viene a ser lo mismo y un pésimo augurio para su porvenir profesional (por no referirme más que a ése), en un mundo cada vez más globalizado y desfronterizado, donde ser de aquí o de allá va a contar mucho menos, a la hora de conseguir trabajo, que saber de aquí o de allá, de esto y de lo otro.
Mis alumnos me preguntan a menudo, frente a algún escollo del conocimiento: "Saber esto, ¿para qué sirve?". Y yo siempre incluyo entre mis respuestas este consejo: "Pregúntate mejor a quién le sirve que tú no sepas". Pregúntate por qué y para qué causa has llegado hasta aquí, tras siglos de escolarización, ignorando eso y tantas cosas más; una porción tan grande de lo útil, de lo que realmente alimenta el crecimiento personal e intelectual; y las ideas, exigencias y proyectos ciudadanos; es decir, de todo lo que sirve para ser libre, para acercarse lo más conscientemente posible a esa ambición. O para no ser todo lo contrario de libre: un dirigible cordero de Panurge. ¿De quién? preguntan mayormente los alumnos. Pues eso.
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