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Reportaje:MÚSICA

La fiesta entre las balas

Oriente Próximo es uno de los puntos más conflictivos del planeta. Pero entre el odio y los petrodólares surge una importante escena de música 'dance'.

La fotografía del estadounidense Spencer Platt, que en 2007 recibió el prestigioso galardón World Press Photo, captaba a la perfección un fenómeno sin freno. Unas jóvenes y estilizadas libanesas, vestidas a la última, pasaban en un descapotable cerca de unas desastrosas ruinas de guerra en un Beirut recién bombardeado por Israel. La instantánea fue valorada por el jurado a causa de sus "complejidades y contradicciones". Beirut se ha convertido, precisamente, en una de las capitales de eso: sus fiestas salvajes para aquellos que están en situación de disfrutarlas se celebran sobre un eco de dolor. El volumen de la música hace que se olvide el mal e ingresa a los jóvenes —cristianos, musulmanes y laicos— en las filas del hedonismo mundial.

"El verano pasado iba a celebrarse una rave multitudinaria en Beirut", explica Roger Nunes, promotor español que, al frente de la empresa Quake Sound, organiza noches internacionales de música de baile en Oriente Próximo. "Pero como Israel entró en guerra contra Hezbolá, se anuló", añade. Los raids no son compatibles con las raves, que es como se refieren las fiestas radicales de música de baile en espacios no convencionales. "Líbano es un lugar de conflictos, y dos días después del estallido de una bomba, allí ya se preparan fiestas", dice Roger. El diario británico The Guardian indicaba en un reciente artículo que la música electrónica -algo que se ha convertido desde finales de los ochenta en banda sonora del ocio de buena parte de la juventud- y su industria debían desarrollarse desde Occidente -donde nació en los ochenta- hacia Oriente. Señalaba Europa del Este y China como los mayores mercados, pero el nuevo escenario brota en Oriente Próximo, incluyendo algunos territorios de fuerte carácter musulmán. Israel, Lí­bano, Turquía, Jordania, Emiratos Árabes o el reino de Bahrain forman parte creciente del circuito de los pinchadiscos y promotores europeos con más ambiciosa voluntad de expansión. "Es cierto que en algunos de estos países, la música de baile, por su carácter lúdico, su consumo nocturno y su esencia occidental, no es algo que guste a las autoridades religiosas o políticas tradicionales", comenta Roger, "pero yo he estado a punto de montar fiestas incluso en Irán". De hecho, en Teherán hay un gran número de disc jockeys que brindan su música a través de Internet -la Red ha sido vital para este fenómeno- buscando obtener actuaciones en países vecinos. El referente es el dúo de pinchadiscos iraníes Deep Dish, que residen en EE UU y pueden cobrar más de 20.000 euros por noche. Otro de los grandes es Pierre Ravan, pincha persa que vive en Dubai. "En la región hay clubes maravillosos, al aire libre, muy cuidados", explica. "Esta música, entre nosotros, está transmitiendo un mensaje de unión, de respeto contra las diferencias. De hecho, va a organizarse en Dubai una semana internacional dedicada al dance".

Camilo Franco, uno de los primeros disc jockeys que, desde nuestro país, han actuado en Oriente Próximo, insiste en que "desde España relacionamos toda esa región con guerras o con fundamentalismo, pero ellos nos relacionan a nosotros con atentados de ETA. Allí hay vida cotidiana y un circuito de diversión para los que tienen una situación social que se lo permite". Por eso, en los lugares de mayor pobreza, como Palestina, se abre camino en primer orden el hip hop más duro y contestatario, que cuenta con exponentes locales como es el grupo Dam. En Dubai, por ejemplo, el hip hop también arrasa, pero en su faceta más comercial.

"En Emiratos Árabes, los clubes nocturnos están en complejos hoteleros", explica Camilo Franco, "porque es donde se permite la venta de alcohol". Pese a restricciones islámicas, no sólo bebe el público occidental, sino también el local. "El disc jockey sólo puede entrar con permiso de trabajo, y no se te puede ver bebiendo en público en cabina, porque se considera que es incitación al consumo de alcohol". En Dubai se están erigiendo algunas de las mejores discotecas del mundo. "Son espacios muy lujosos, con muchos rincones privados, gente guapa", apunta Franco. "Las mujeres árabes acuden, pero con grupos de amigos", comenta. "Es una zona muy fuerte", explica Chus, famoso disc jockey español que ha hecho remezclas incluso para una musa como Madonna. "Quieren tener el mundo entero resumido allí, y lo quieren rápido. La escena de baile es un atractivo más y quieren lo que les proporcione nombre". El poder de los petrodólares.

La moda de exportar pinchadiscos y fiestas con denominación de origen nació en Inglaterra, pero también los profesionales y promotores españoles han sabido aprovecharla. La isla de Ibiza (casi ya una marca), y la fama que han adquirido determinados disc jockeys españoles, provoca que crezca el número de ellos que son requeridos en la región. Hasta en Sharm-El-Sheik, en la península egipcia del Sinaí, existe una discoteca Pachá (el origen de la marca es catalán). En Sharm, el público suele ser turista, algo que también pasa en los clubes de Turquía. "Pero en otros territorios, el público autóctono pesa", explica Luis Bonías, director de la discográfica española Factomanía. "Lo integra gente que procede de una tradición familiar islámica, pero que ha estado alguna vez en Europa o saben lo que pasa aquí y quieren eso en su casa". Wally López, propietario de ese sello y conocido pinchadiscos español, insiste en que "el público puede tener sus especificidades por la religión, pero pide pasarlo bien". López va a editar un disco recopilatorio llamado I'm coming to Dubai y explica que "allí, cada año se venden más discos".

Sin embargo, no falta quien se muestra escéptico con todo ello. Según Ricard Robles, uno de los directores del festival Sónar de Barcelona, "es una cuestión de negocio, no de penetración social, igual que está presente Chanel en Oriente Próximo, lo está tal o cual disc jockey conocido". Víctor Pérez, pinchadiscos que ha actuado en varios países de tradición musulmana como Argelia, cree que "en algunos puntos de la zona hay inseguridad. Yo no me sentiría tranquilo yendo a trabajar a Israel". Sin embargo, la tradición de Tel Aviv y Jerusalén con la música dance es larga, aunque polémica -nunca ha gustado a las autoridades de todo tipo-, y tiene una frondosa escena de productores -algunos famosos, como Skazi-, importada de viajes vacacionales que realizaban los jóvenes tras su paso obligatorio por el ejército.

Los mismos ingredientes que se manejan en los fiestones de Europa o Estados Unidos están presentes en cualquier discoteca de Israel. Drogas y noches largas son comunes allí, a diferencia de lo que sucede en los países estrictamente musulmanes, donde se pena al máximo la posesión de sustancias prohibidas. Sus clubes no cierran más allá de las tres de la madrugada y el alcohol tiene en sí mismo un atractivo distintivo. En opinión de Karim Miknas, promotor y propietario de salas en Bahrain, "las mujeres autóctonas cada vez salen más, es lento, pero todo va cambiando". "En Líbano, el público es casi totalmente local, en Dubai, lo es en minoría, y nosotros tenemos mitad y mitad", calcula, para añadir que "hasta en Arabia Saudí se escucha ya música electrónica y se ven disc jockeys". Es el poder de una forma de entender el ocio nocturno que ha revolucionado el mundo occidental. "En mi opinión", añade el remezclador y productor kurdo Kurd Maverick, de gran impacto internacional, "en la región ahora se nota una fusión real de lo antiguo y lo nuevo, y la música de baile nos transmite la libertad de vivir y dejar vivir".

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