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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rusia digital

Los cambalaches sucesorios de Putin reducen la democracia en su país a una mera caricatura

Vladímir Putin ha roto el suspense y designado a su sucesor en la presidencia rusa en la persona de un incondicional durante 17 años, Dmitri Medvédev, presidente del gigante Gazprom. A cambio, el joven Medvédev se ha apresurado a ofrecer a Putin, al que constitucionalmente está vedado un tercer mandato, el cargo de primer ministro tras las elecciones presidenciales de marzo, que según los primeros sondeos se llevará de calle.

Todo es posible, pues, en la democracia virtual rusa; o, mejor, digital. Para que el apaño tuviera visos institucionales y no pareciese un puro ejercicio de amiguismo, ha sido el líder del partido de Putin, que ha arrasado con el 64% en las recientes y amañadas elecciones parlamentarias, el que ha propuesto al presidente el nombre del viceprimer ministro Medvédev como candidato. Putin aceptó encantado.

A todos los efectos, el jefe de Gazprom es una criatura de Vladímir Putin. Le ha seguido estrechamente desde su juventud en San Petersburgo y nunca se han separado. Medvédev, antiguo profesor de derecho, carece de base política propia y tiene cierta fama de liberal en su país. Pero como jefe del mayor conglomerado gasístico ruso no ha tenido rubor en utilizar el formidable poder del leviatán para forzar a países limítrofes reticentes a aceptar las reglas del juego del Kremlin. En cualquier caso, la elección de Putin podría haber sido peor. Al próximo presidente ruso no se le conocen vínculos con los servicios secretos.

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Está por ver si, como parece, Putin acaba por convertirse en primer ministro. Si fuese el caso, y dado que su partido, Rusia Unida, controla a placer la Duma, asistiríamos a la reescritura de las reglas políticas tras el desplome de la URSS, que consideran al presidente el hombre fuerte y a su jefe de Gobierno un mero administrador. Pero en este puesto o en otro, el actual jefe del Estado, favorito de sus conciudadanos, retendrá una parte sustancial de sus vastísimos poderes al frente del mayor país del mundo. Han sido cimentados en siete años de prosperidad económica (petróleo de 15 a 90 dólares por barril) y la mano de hierro mostrada con la disidencia. Al fin y al cabo, la presidencia rusa es hoy mucho más poderosa después de que la apisonadora de Putin haya colocado en su lugar a quienes creían que Rusia era una democracia.

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