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Columna
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¿Feas y sucias?

Vicente Molina Foix

Antes de ser una calle, Augusto Figueroa fue un ilustre periodista que un día de 1901 recibió en su despacho madrileño del Diario Universal a una mujer alta, morena y "gruesa como una valenciana". Se trataba de Carmen de Burgos, que llegaba recomendada por un cura republicano, el padre Ferrándiz, quien, para darle ánimos, le dijo: "Una mujer en un periódico es algo... sugestivo. Augusto es un proyectista casi desenfrenado e incorregible Una mujer trabajando en un periódico es buena idea". Y así se lo pareció a Figueroa, que estaba entonces ultimando la salida a la calle del nuevo rotativo; después de una breve conversación con Carmen le encargó una columna diaria, Lecturas para las mujeres, pero no sin imponerle una condición: firmar con seudónimo. Así nació para el periodismo y la literatura Colombine, la primera mujer que llevó el título de redactora, tal y como se anunció en el primer número del Diario Universal.

Lo que hacen es informar, entrevistar, editorializar, ponerse un casco y pelear la guerra de los sexos

Ése y otros muchos episodios los relata Inés García-Albi en su muy interesante libro Nosotras que contamos. Mujeres periodistas en España (recién publicado por Plaza & Janés), crónica agridulce de una batalla ganada no sin grandes esfuerzos por las mujeres de este país, aunque García-Albi, más modesta, describe su obra como la "foto panorámica de lo que ha pasado desde que Carmen de Burgos entró a pedir trabajo en el Diario Universal. Colombine fue una figura excepcional, no sólo por su papel pionero y progresista en el periodismo, sino en razón de sus múltiples actividades literarias, su tertulia de escritores, famosa en aquel tiempo, y sus amores con Ramón Gómez de la Serna, a quien sacaba 20 años de edad. Todo ello, venciendo las resistencias de un gremio o clan eminentemente masculino, en el que Cansinos-Assens le perdonaba la vida hablando de su coquetería femenil y su buena maña en aprender de los hombres, y Julio Camba se mostraba más beligerante en el uso de los clichés machistas, como la propia Carmen de Burgos recuerda en sus memorias: "Es la tragedia de la mujer que escribe. Hemos de ser unas locas o unas beatas de estropajosa, feas y sucias ¿No han leído ustedes esa crónica de Julio Camba el otro día? Decía que todas las escritoras éramos unos estafermos, que no teníamos pantorrillas, ni tetas ni na".

Actualmente, todo aquello nos parece antediluviano, cuando no inverosímil; el mejor periodismo está en gran medida en manos de las mujeres, y lo que en 1909 supuso un acontecimiento, el envío de Carmen de Burgos como corresponsal de guerra al norte de Marruecos, es hoy habitual en todos los frentes del mundo. Las chicas también son guerreras en eso, aunque estén peor pagadas que sus compañeros varones. García-Albi entrevista en su libro a Soledad Álvarez-Coto, una de las periodistas iniciales de este periódico, quien, sin duda hablando de otros tiempos, señala que "en EL PAÍS, estando de redactora jefa, ganaba menos que el chico de Internacional". Lo mismo cuenta Ima Sanchís, que comparte con Lluís Amiguet y Víctor Amela 'La contra', una de las secciones estrella de La Vanguardia; Ima cobra menos que ellos.

Pero no hay que hablar sólo de dinero. El libro de Inés García-Albi hace un recuento de cien años de rareza paulatinamente desactivada, en el que van apareciendo nombres históricos como el de Josefina Carabias o Marichu de la Mora junto al de periodistas que aún siguen activas: Pilar Urbano, Rosa María Calaf, Elisenda Nadal, Victoria Prego, Nativel Preciado, Rosa Montero, por citar unos pocos nombres. Algunas de ellas han tenido hijos, lo cual sin duda no habrá de parecernos antinatural, si bien despertaba recelos en sus centros de trabajo, según cuenta Almudena Ariza, reportera de Televisión Española en Pakistán, Irak, el 11 de septiembre o el tsunami asiático. Al volver de sus más largas misiones periodísticas, cierto amigo o conocido le preguntaba a Ariza infaliblemente: "¿Cómo puedes estar tanto tiempo fuera?, ¿y tus hijos?". A los periodistas-padres nadie les pregunta eso, añade Ariza, para quien las separaciones temporales de su familia resultan dolorosas pero no menos que lo sería el tener que renunciar a un trabajo que le apasiona. Por ello afirma que sus hijos "vivirían con más dramatismo si su madre no fuera feliz haciendo lo que hace". Lo que hace ella y otras es informar, entrevistar, editorializar, criticar, ponerse un casco y un chaleco antibalas y pelear -también- la guerra de los sexos.

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