Ese oficio peligroso
Otro músico mexicano, el tercero en una semana, es asesinado en Oaxaca
"No vale nada la vida. / La vida no vale nada. / Comienza siempre llorando. / Y así llorando se acaba". Todos los artistas mexicanos han cantado esos versos feroces de José Alfredo Jiménez. Pero ahora son conscientes de que se aplican especialmente a su profesión. Una serie de asesinatos (véase recuadro) están sembrando el pavor entre los que cultivan la música popular del norte de México, también arraigada en los enclaves hispanos de EE UU.
Resulta tentador atribuir esas muertes a las relaciones peligrosas entre cantantes y delincuentes, con los estigmatizados narcocorridos.
La confluencia de alcohol y armas explica algunas de estas muertes
En las discotecas en las que tocan se instalan detectores de metales
Pero falla el argumento si se analiza la música de algunos de los fallecidos, que estaban en "la onda grupera", un estilo mayormente pop, donde manda el sintetizador y no el acordeón. Prácticamente todo el repertorio grupero está consagrado a los asuntos del corazón.
Aunque no se aprecie desde fuera, existen enormes diferencias sonoras entre esos artistas que trabajan a ambos lados del Río Grande.
Los gruperos no son siempre cumbieros, especializados en una variedad machacona de la cumbia colombiana. Muchas bandas tocan cumbia y otras formas tropicales, pero no deben confundirse con las bandas, formaciones numerosas basadas en los metales. Característico de la frontera es el estilo norteño, marcado por el acordeón y el bajo sexto (ahora, reemplazado por bajo eléctrico). Cada estilo tiene su público, definido por matices generacionales o de origen, aunque muchas agrupaciones intenten ser polivalentes.
Fueron músicos norteños quienes popularizaron los narcocorridos, que despegaron en 1972 con la inmortal Contrabando y traición, alias Camelia la tejana. El rumor de que los narcocorridos estaban prohibidos —sencillamente no se radiaban— logró que aumentara su atractivo y su reputación de fiabilidad. Hoy, la temática narco se ha contagiado a otras variedades musicales, aunque se combina con otros asuntos menos escabrosos.
Los gruperos y los norteños sí coinciden en lugares de actuación. Son veteranos de los palenques, recintos aptos para peleas de gallos donde suele volar el plomo. También se presentan en discotecas que, como medida rutinaria, tienen detectores de metales a la entrada. No era así en el club de Coachella, en la California gringa, donde se presentó Chalino Sánchez el 20 de enero de 1992: el cantante se enfrentó a tiros con un cliente y hubo varios heridos y al menos un muerto. Cuatro meses después, Chalino fue ejecutado en su Sinaloa natal. Fue el primer mártir del narcocorrido.
La confluencia de alcohol y armas explica algunas de estos dramas que afligen a la familia musical mexicana. Trigo Figueroa murió en agosto de 2006, en Mission (Tejas), cuando intentaba evitar que unos borrachos importunaran a su padre, el muy famoso cantante Joan Sebastián. También hay oscuros crímenes pasionales: la superestrella Selena fue tiroteada en 1995 en Tejas por la ex presidenta de su club de fans.
Todos los músicos extranjeros que visitan México tienen sus historias sobre la facilidad con que salen a relucir las armas. Si son relativamente famosos, deben habituarse a los guardaespaldas. Si son lo suficientemente desdichados, pueden conocer su poder intimidatorio: Loquillo cantaba con sus Trogloditas en Guadalajara, segunda ciudad del país, y se vio obligado a concluir su concierto cuando alguien se lo sugirió con una pistola.
Anécdotas aparte, la presente racha de asesinatos en México no debe hacer olvidar lo ocurrido en otras músicas. El hip-hop quedó conmocionado por los asesinatos consecutivos de primeras figuras como Tupac Shakur (1996) y Notorious B. I. G. (1997), fruto de una absurda rivalidad entre el gangsta rap de Los Ángeles y el de Nueva York.
También abundan los caídos en el reggae: se intentó asesinar a Bob Marley en 1976; 10 años después, moriría su compañero en los Wailers, Peter Tosh, en circunstancias similares; y las esquelas son habituales en el submundo del dancehall.
Pero no se sabe de una secuencia de asesinatos de músicos como la que escupen los teletipos desde México. Finalmente, responden a la violencia que caracteriza a aquella República, no necesariamente conectada con el narcotráfico; obedecen a una "cultura de la muerte" con la que se identifican muchos mexicanos. La citada ranchera de José Alfredo no se llamaba No vale nada la vida, aunque ahora se conozca universalmente con ese título, sino Camino de Guanajuato y era en origen una turística oda a la ciudad de León, en Guanajuato.
Las últimas víctimas
- José Luis Aquino, trompetista del grupo Los Conde, 37 años. Su cadáver apareció el miércoles 5 de diciembre en un río de Oaxaca. Un hombre muy celoso de su intimidad al que no se le conocían vínculos con el narcotráfico.
- Sergio Gómez, cantante del grupo K-Paz de la Sierra. Fue secuestrado, con algunos compañeros, por una partida de hombres armados, y su cadáver, con señales de tortura, fue hallado el domingo 2 de diciembre en un camino de Michoacán. K-Paz tocaban versiones aceleradas de éxitos pop y baladas románticas.
- Zayda Peña, vocalista de Zayda y Los Culpables, 28 años. Tiroteada el viernes 30 de noviembre en un motel de Matamoros, fue rematada al día siguiente en un hospital.
- Banda Fugaz. Cuatro miembros de este modesto grupo fueron asesinados el 18 de febrero en su pueblo natal de Puruarán. La Banda Fugaz no tocaba narcocorridos.
- Javier Morales, del grupo Los Implacables del Norte. En diciembre de 2006, falleció tras ser disparado desde un coche en marcha, cuando se hallaba en un parque de Michoacán.
- Valentín Elizalde, alias El Gallo de Oro, de 27 años. Junto a su manager y su chófer, cayó bajo las balas tras actuar en un palenque en Reynosa, Estado de Tamaulipas, en noviembre de 2006.
- Lupillo Rivera tuvo más suerte. El 11 de diciembre de 2006 evitó una lluvia de balas cuando abandonaba un restaurante de Guadalajara. Lupillo pertenece a una familia de Los Ángeles (California) que ha explotado el filón de los narcocorridos, como intérpretes y como editores de discos.
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