_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Capitán Mangouras

Apostolos Mangouras, tiene la propiedad, como los espectros de Shakespeare, de aparecerse en sueños. Sus ojos azules, las mejillas cortadas por el salitre, los ojos acuosos de viejo lobo de mar y esos andares de la gente de Ítaca que parece que se balancean sobre los caminos porque piensan que nunca han dejado de navegar. Toda su fisonomía forma parte del sueño. Apostolos Mangouras aparece como los espectros de Shakespeare asomando la testa de marinero en una rendija de la galerna, bramando como un poseso la justicia que reclama el capitán al que le es arrebatada su embarcación un día de temporal en un lugar del que no había oído hablar, llamado Costa da Morte.

Han pasado cinco años desde el hundimiento del Prestige y Apostolos Mangouras personifica como nadie el absurdo trágico de las gentes de mar obligadas a llevar una negra sombra de petróleo encima por el resto de sus días, mientras en un pequeño juzgado, desbordado por el peso infame de los sumarios, pongamos que Corcubión, la luz permanece encendida día y noche esperando que alguna vez las compañías de seguros, los armadores y, sobre todo, los políticos deshilen la maraña del estrago.

Es como si todavía los tribunales no pudieran hacer justicia sobre aquella noche negra

Apóstolos Mangouras, de la tierra de Ulises y Nausica, vive mientras tanto su propia odisea de marinero sin honra en algún lugar de Grecia bajo la sombra de la chumbera, recordando ya para siempre el estrépito de los remolcadores en aquella noche de noviembre de 2002 en la que, después de poner a salvo a los 27 tripulantes del navío, afrontó la situación más desesperadas de su vida para la que un marinero de Ítaca debe estar preparado desde el día de su nacimiento: acompañar a su barco a su propio e irremisible entierro a 200 millas de la costa, como un samurai japonés que pide que la espada le siga y le de coraje en el último combate.

Es verdad que la popularidad de Mangouras entre las gentes del mar y las capitanías del mundo ha subido como la espuma, pero su memoria se ha ido quebrando como esos enormes trozos de hielo desprendidos de la Antártica, quebrándose y ensordeciendo por ese rumor que no ha cesado de asolar su mente desde aquel momento que notó el frío metal de las esposas en su muñecas, y aquellos meses en la cárcel y, luego, en un hotel de A Coruña viendo con melancolía la silueta de los cargueros mientras de nuevo le parecía ser el personaje de Sófocles envuelto en la inevitable y sofocante conspiración de la tragedia.

La Lista Lloyd, una de las publicaciones que todavía conserva el aroma a brea de los relatos de Stevenson con su sola mención, le otorgó a Apostolos Mangouras en 2004 el galardón de capitán del año, un protagonismo hollywoodiense para "un hombre valiente". Sin embargo, el enigma Mangouras, tiene una enorme carga de controversia a quien se le acerque: su misma lealtad a la carga podría llevarnos a suponer que el comportamiento que ahora alaba el Lloyds podría ser perfectamente premiado aunque se tratara de un cargamento de esclavos y según los códigos del mar así podría ser en tiempos de la Bounty o de los negreros. Con menos romanticismo, en esta época de petroleros, el caso es que Mangouras defendió su monocasco de toda orden de alejamiento antes que la teoría de Cascos y los marineros en tierra del PP creyeran que el océano no habría nunca de regurgitar las bodegas del petrolero y sí sepultarlo en el olvido de las profundidades abismales.

No volvamos al punto infame que ya bastante tienen en los juzgados de Corcubión. El caso es que en esta tragedia griega que ocurrió en Galicia han de analizarse de forma retrospectiva los comportamientos de la especie humana como el de una obra coral en la que va siendo de honor póstumo restablecer la honra de los que han sido condenados a vagar por el Averno de sus tormentos interiores, caso del capitán Mangouras, y los que siguen gobernando y remando a favor del viento en sus despachos sin el más mínimo atisbo de que aquel temporal atlántico les haya hecho mella en su doble casco de hipocresía.

Así las cosas hay que pensar que de muy poco ha servido la función. Y es como si las leyes de los hombres no estuvieran a la altura de las leyes del mar. Como si todavía los tribunales de tierra no pudieran hacer justicia sobre aquella noche negra en la que todos más o menos podemos distinguir al único héroe pidiendo justicia sobre la cubierta del naufragio. Con la misma clarividencia del capitán Mangouras, también nosotros nos vamos yendo a pique.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_