Hacinados a la espera de una ambulancia en el Puerta de Hierro
Nadie puede consolar a Josefa. "Me muero, me muero", repite la anciana, de 89 años. Una enfermera del hospital público Puerta de Hierro (Moncloa) le coge la mano y la acaricia. "Tranquila, que ya se va a ir". Josefa no se lo cree y llora. "Por Dios, que llamen a un coche, que yo lo pago". Su hija se desespera. Explica a EL PAÍS al filo de las seis de la tarde que le dieron el alta a la una tras una operación de cadera. Ayer esperó una ambulancia cinco horas en una sala junto a la puerta de urgencias. Vive en una residencia en Moralzarzal. Compartió habitación con una docena de enfermos más, con sus familiares, con el ajetreo de camillas y enfermeros. Veinticinco personas sin intimidad en unos cuarenta metros cuadrados.
La docena de enfermos que aguardan una ambulancia comparte sala sin cortinas que separen su intimidad, sin puerta que les aíslen de las miradas curiosas del pasillo. Cinco enfermeros cambian a una anciana de una silla de ruedas a una camilla frente al mostrador de admisión. La mujer queda unos segundos con las piernas al aire. Suena el teléfono de la sala. Una enfermera lo coge. "No bajes más gente, que aquí no caben".
Jesús está en la última fila de camillas. Tiene 58 años y sufre una enfermedad degenerativa desde hace más de 15. "Esto parece un hospital de campaña", dice su mujer. Su ambulancia a Las Rozas se retrasa tres horas y media.
Lo vivido ayer por la tarde en la llamada "sala de prealtas" es una "situación especial", según una portavoz del Puerta de Hierro. "Ha coincidido una demanda superior a la habitual", explica. Pero una trabajadora, de las que cambian camillas y tranquilizan pacientes a la vista de todos, lo ve de otra manera. Asegura que de 14.00 a 16.00 ni siquiera hay servicio de vehículos. "Siempre es igual, les pido a todos que pongan reclamaciones. Es muy duro trabajar así".
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