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Columna
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El envoltorio y las cajas

Josep Ramoneda

1- La importante manifestación del pasado sábado es como aquellos regalos a los que, por la ansiedad del que hace el obsequio, el envoltorio se cae antes de que el destinatario lo tenga en sus manos. Difícilmente se puede entender gran cosa de lo que pasó Via Laietana abajo si se centra la atención en lo que estaba escrito en el papel con el que se envolvió la convocatoria. En la calle, las infraestructuras no pintaban nada o casi nada. A lo sumo, eran la espuma de la marcha.

Cuando el envoltorio saltó por los aires, ¿qué apareció? Una variedad de cajas, colocadas con la suficiente separación entre ellas como para que no se produjeran estropicios. De modo que se formó una sucesión de piezas fragmentadas que no se podía juntar como las muñecas rusas, porque no encajaban, y que incluso era difícil de integrar en un puzle. Una parte importante del desfile, quizá la más numerosa, respondía al profundo malestar del sector convergente que vive muy mal una travesía por las tierras frías de la oposición para la que no estaba mentalizado. Después de tantos años en el poder, después de tanto abuso de la identificación entre la coalición nacionalista y Cataluña, dan por supuesto que si ellos no gobiernan, Cataluña va mal. Y protestan y reclaman el derecho a decidir, aunque en las infraestructuras, motivo oficial de la queja, muchas cosas las decidieron ellos. Otro bloque significativo era el del soberanismo de Esquerra Republicana, un partido que vive sin vivir en él desde que intenta hacer compatible el radicalismo reivindicativo y la responsabilidad de gobierno. La gente de Iniciativa por Cataluña aportaba la voz del amigo de la familia que quiere que no se le confunda con ella. Por lo cual, su empeño estaba en que quedara claro a la vez que ni es un monaguillo de los socialistas ni es un acólito de los nacionalistas. Por supuesto, había dos grupos más: la base soberanista de la plataforma convocante y un número impreciso de ciudadanos cansados de que las cosas no funcionen, que sospechan que el fallo es estructural.

"Pese a no responder a un liderazgo claro, la manifestación expresó diversas insatisfacciones"

Con esto, aunque la coartada de la manifestación fuera una protesta contra el Gobierno español, las claves eran internas. Así se explica un error de los organizadores que les ha quitado mucha visibilidad fuera de Cataluña: no haberse querido enterar de que, por la mañana, ETA había cometido un asesinato.

2- Todo esto y más estaba en la manifestación. ¿Símbolo de una oleada de crecimiento de la sensibilidad soberanista? Desde luego, sólo unas elecciones nos darán indicadores más o menos objetivos. Si el término de comparación es la manifestación del 18 de febrero de 2006 sobre el recorte del Estatuto, no parece que se pueda hablar de un gran salto adelante. Más bien lo contrario, si tenemos en cuenta que entonces no participaron en la convocatoria ni CiU ni Iniciativa per Catalunya.

En realidad, la manifestación fue un reflejo de la votación de reprobación de la ministra Magdalena Álvarez en el Parlamento catalán. Volvieron a encontrarse en la calle los mismos partidos que votaron contra la inefable ministra, con la excepción del PP, cuyo voto de entonces tenía que ver con otras batallas. Desde luego, de este dato se podría colegir que la relación entre ciudadanía y representación política es mejor de lo que ciertas teorías de la desafección ciudadana sostienen. En cualquier caso, el número de manifestantes no permite hacer extrapolaciones ligeras, como hacen los que ya están tomando falaciosamente una mínima parte por el todo y dicen que el pueblo de Cataluña ha hecho oír su voz. Pero esto forma parte de las cláusulas de estilo de cualquier manifestación de masas. Y, al mismo tiempo, al oír tanto los argumentos de los manifestantes como la respuesta de los socialistas que no fueran a la manifestación, desde el presidente Montilla que ya se había hecho eco en Madrid del cabreo catalán hasta los consejeros que tenían el corazón partido, pasando por el diario de Miquel Iceta, uno sigue teniendo la sensación de que el estancamiento catalán se debe, en buena parte, a que la política se hace para el 41% de los ciudadanos, aquellos que se consideran sólo catalanes (en torno al 17%) y aquellos que se consideran más catalanes que españoles (en torno al 24%).

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3- La variedad de cajas que se escondían detrás del envoltorio hace que esta manifestación no tenga dueño. Que nadie esté en condiciones de liderar su transformación política en un proyecto de amplio espectro capaz de ser alternativa al Gobierno existente. Es este vacío de poder alternativo el que ha permitido a los partidos del tripartito dividirse ante la manifestación sin que eso tenga efectos políticos inmediatos en la coalición. En lógica democrática, el presidente debería cesar de inmediato a los consejeros que se van a una manifestación rompiendo la unidad del ejecutivo. Y, sin embargo, todos sabemos que no ocurrirá. Y lo sabíamos desde antes del sábado, porque los tres socios de Gobierno lo tenían perfectamente pactado. La coartada oficial es que la manifestación no era contra el Gobierno catalán, sino contra el español. En realidad, la manifestación era contra lo que quisiera cada uno de los manifestantes. Es la inviabilidad, en estos momentos, de una mayoría alternativa lo que ha salvado al tripartito.

Después de una manifestación numerosa y exquisita, como la del sábado, el Gobierno español se equivocaría si la ninguneara o si le quitara relevancia por el hecho de no responder a un liderazgo y a un proyecto claros. Al contrario, la diversidad de motivaciones e intereses de los congregados deberían hacer reflexionar sobre las múltiples caras de un malestar que puede ser contagioso. El Gobierno socialista está acostumbrado a manifestaciones simples, en que todo converge en las siglas del PP. La del sábado no responde a este esquema. No es un desafío de la oposición al Gobierno, es la expresión de diversas insatisfacciones. El Gobierno socialista tampoco debe caer en la tentación de despachar la manifestación con el argumento del ensimismamiento de los catalanes, que tan obsesionados en lo suyo ni siquiera se acordaron del atentado de ETA. Lo que ocurre en Cataluña requiere más finura. No se resuelve en estricta dialéctica Gobierno/oposición.

4- En tiempos en que se aprecian indicios de retorno del espíritu moderno, Cataluña parece estar instalada en la apoteosis de lo posmoderno. Todo es táctica, no hay hueco para la estrategia. Entre el eufemismo y el espectáculo todo transcurre en perfil bajo. La ridícula expresión "derecho a decidir" es la mejor manera de explicar esta tendencia permanente a insinuar pero no señalar, a dotarse de una ambigüedad suficiente para que cada cual entienda lo que quiera. Hay una manifiesta dificultad para armar proyectos en mayúscula -"designio y pensamiento de ejecutar algo"- por la inseguridad sobre la capacidad de arrastre de cada cual. La política se teatraliza con suma facilidad y, una vez que los actores se han retirado de la escena y el telón se vuelve a levantar, se impone la idea de que finalmente no ha pasado casi nada. Por eso hay tanto espacio para el travestismo: para que algunos de los que el sábado estaban en la manifestación hoy sigan en los despachos de gobierno, y para que los que tantos años estuvieron en los despachos de gobierno, y tomaron decisiones que tienen que ver con lo que hoy ocurre, estuvieran en la manifestación como si sus responsabilidades anteriores les fueran ajenas. La manifestación del sábado podría ser perfectamente otro espejismo de que algo se mueve.

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