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IDENTIDADES CONFUSAS
Columna
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El espíritu de la transición

Sumergidos tiempo ha en el marasmo intelectual y el fárrago político, creíamos haberlo visto todo y vivir curados de espanto, pero los grandes timoneles no descansan y gustan de sorprendernos, para demostrar por qué les corresponde guiar nuestras vidas. El afán de deslumbrar al mundo ha afectado ahora a Acebes, al anunciar la conferencia del PP de este fin de semana sobre la reforma del modelo de Estado. Dicen que ha dicho -lo recogen todos los periódicos, por lo que a lo mejor lo dijo, debilitándose así nuestra confianza en el género humano- lo siguiente: "La Constitución no tiene mecanismos para garantizar que, en cuestiones fundamentales, el consenso se respete", entre otras lindas variantes de la misma ocurrencia. Dicen que es una idea fuerza del PP, y que este finde la va difundir a todas las Españas, por lo de ganar votos, tarea de suyo honorable pero que a veces parece afectar las meninges.

Si no hay consensos resulta imposible que la Constitución los garantice
Era imposible que durase para siempre el espíritu de la transición

Si las imágenes del futuro que nos viene son tan luminosas como ésta, mejor temblar. Repasen la frase de marras. Esa bella ideíta no tiene ni pies ni cabeza, y constituye una contradicción en sus términos. Enmascara una falsedad: por supuesto que la Constitución tiene mecanismos para que se respete el consenso. No es mucho mérito; sería imposible que una Constitución democrática consiguiese lo contrario. Lo que no tiene nuestra Constitución -ninguna lo podría tener, es conceptualmente irrealizable- son mecanismos para garantizar el consenso, que depende de la voluntad de los partidos. Si no hay consensos, y esto es tarea de los políticos y no de la Constitución, resulta imposible que ésta los garantice y logre que se respeten, como parece ambicionar el pensador Acebes. Esto es como si volvemos al matrimonio indisoluble para asegurar bellas uniones amorosas de por vida. Pues no: el cariz que adopten las relaciones conyugales no lo impone la ley. Si no hay, no hay.

El consenso no puede crearlo esta Constitución, le reformes lo que sea, ni ninguna otra. El consenso nace de las voluntades políticas, no puede forzarlo la ley. Que un partido quiera llegar al consenso a constitucionalazo limpio resulta incongruente. Hacer de este planteamiento una oferta electoral, como parece es el propósito, es un despropósito. Propiamente: si algo rompe consensos constitucionales es improvisar en periodo electoral -y llevarlo a la campaña como lema de una parte contra la otra parte- reformas constitucionales, quizás meditadas, quizás no, pero desconocidas hasta el día. Reformar la Constitución constituye tarea de tal enjundia que no debería enarbolarse para ganar votos partidistas y meter el dedo en el ojo del contrario. Eso rompe cualquier espíritu consensual, lo digas como lo digas y aunque pongas cara de bueno y a Zaplana en otro plano.

No se entra aquí en si las reformas que propone el PP son pertinentes o no, sino en la argumentación con que las justifica, esta apelación al consenso que lo hace imposible. Aunque conviene no dramatizar. Reconozcámoslo: ya ha pasado la época del consenso, ya ha muerto el espíritu de la transición. No es ninguna tragedia, era imposible que durase para siempre.

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El espíritu de la transición no fue un fracaso. Simplemente, el tiempo pasa, nada es eterno y estamos en otro periodo histórico, distinto al de hace tres décadas. No podía pensarse que durase siempre el consenso sobre determinadas cuestiones básicas, la voluntad de acuerdo entre partes dispuestas a renunciar a sus maximalismos, los sacrificios ideológicos en virtud de la convivencia ciudadana o el repudio de la crispación... Es verdad que muchos lo echamos de menos, a lo que contribuye que hace treinta años teníamos treinta años menos, así como cierta satisfacción por cómo salió la transición, seguramente el proceso histórico más importante que nos ha tocado en suerte, pero con nostalgias no se construye el futuro. La transición ha pasado, el espíritu de la transición ha pasado, el consenso ha muerto, la voluntad de consenso ha muerto: estamos en otra época y tenemos los políticos que tenemos. Por eso, las apelaciones al espíritu de la transición son extemporáneas, por lo común interesadas y estructuralmente anticonsenso. Las pronuncian no para recuperarlo, sino para acusar al otro de sinvergüenza. La propia imputación suele llevar la voluntad de impedir los consensos y sostener como irrenunciables algún principio propio -lo que explica el dicho acebesil-.

Entre todos lo mataron y el espíritu él solo se murió. Pueden escribirse versiones diferentes de cómo llegó la defunción y, por lo que se lee en las acusaciones de traición al mentado espíritu, populares y socialistas tienen transcripciones encontradas en las que quedan como virginales criaturas que nunca han roto un plato y los otros como unos canallas impresentables, lo peor de lo peor. Es cuestión que merece un estudio serio, pero en el fondo, lo más probable es que voló el espíritu de la transición porque no hay espíritus que cien años duren, menos el Espíritu Santo y habría que verlo, y quizás porque no puede vivirse a perpetuidad en tránsito. También porque a nuestros próceres no les da la gana.

No hay que rasgarse las vestiduras. A lamentar: que persistan apelaciones al consenso hechas para romper con él, pues no deberían dar gato por liebre; que las nuevas claves políticas, basadas en la crispación, caen de arriba abajo, de las elites políticas al común, y no al revés, un problema ético para los mandos; y, sobre todo, que aunque este nuevo periodo es posterior a la transición tiende a construirse sobre cabreos anteriores. ¿La historia no nos avanza? Todavía es pronto para evaluar el nuevo periodo, además de que todos navegamos en la ola y, envueltos por la espuma y los remolinos del agua, resulta difícil averiguar si la marea sube o baja y si vamos hacia la playa o directos contra los acantilados.

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