Una diosa sin cabeza
La estatua de Cibeles está en la plaza de su nombre desde 1780. Es una santa pagana implantada por Carlos III y planeada por Ventura Rodríguez. Ahí sigue ella, más fresca que una lechuga y más estoica que el emperador Marco Aurelio. Ni las bombas de Franco en la Guerra Civil, hace 70 años, lograron inmutar su rostro sereno. Es manca, sí, porque las hordas balompédicas fundamentalistas consiguieron mutilarla hace unos años. Perdió un brazo en la ocasión, que ha sido sustituido por otro ortopédico. Craso error, porque podría competir en belleza y barbarie con la Venus de Milo. En todo caso, ahí está, como si nada, tan guapa, tan escéptica y tan cosmopolita. De hecho, los leones que la acompañan son obra del escultor francés Robert Michel.
Ahora corre por Internet una imagen escalofriante de la diosa decapitada, con la tragedia en la ciudad y en el mundo. Es la campaña promocional de una superproducción cinematográfica norteamericana de tintes apocalípticos. Similar suerte a Cibeles corren en la ficción la Torre Eiffel de París, los rascacielos de Tokio, el Centro de Congresos de Hong Kong o las torres del Támesis en Londres. De todo lo cual se colige que, en el mundo, Madrid es conocido por la Cibeles. Ni osos, ni madroños, ni cocido, ni Quevedo, ni Lope, ni Bernabéu siquiera: Cibeles. Por algo Gallardón se ha puesto al lado, aunque nada más sea por la foto.
La decapitación de la diosa en la ficción cinematográfica coincide con el hipotético asesinato de Bush en el filme de Gabriel Range Muerte de un presidente. Hay alguien empeñado en meternos el miedo en el cuerpo. El cine y la literatura, además de otras cosas, dan muchos sustos. Pero todo puede ocurrir. Que se lo pregunten a Julio Verne.
Sea lo que fuere, si por canalladas del destino dejan alguna vez sin cabeza a Cibeles, no se les ocurra sustituirla por otra, señoras y señores. Déjenla competir con la Victoria de Samotracia. Los dioses son muy raros, con cabeza o sin ella.
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