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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Garantía de serenidad

La continuidad de Solbes premia el éxito de la estabilidad y aporta tranquilidad ante la crisis

La continuidad de Pedro Solbes como vicepresidente económico durante la próxima legislatura -si gana las elecciones el PSOE- es un activo importante del candidato Rodríguez Zapatero. Por muchas razones, entre las que cabe mencionar su infatigable ortodoxia económica, el fervor con que defiende la estabilidad presupuestaria y su rechazo del aventurerismo económico, Solbes infunde tranquilidad sedante a los ciudadanos y a los agentes económicos, en especial a los empresarios. No es la menor de sus virtudes, por cierto, su resistencia a bajar los impuestos por razones electorales. En su indudable credibilidad influyen además el éxito al imponer durante el último Gobierno de Felipe González una estricta reducción del déficit público, continuada después por los Gobiernos del PP, y la férrea determinación con que ha conducido al Presupuesto a su primer superávit público. Más allá de sus aciertos y errores, Solbes se ha convertido en el icono indiscutible de la estabilidad económica.

La continuidad de las políticas de Solbes se impone porque durante los últimos cuatro años la economía española ha vivido una etapa de prosperidad sin precedentes, con tasas de crecimiento anual próximas al 4%, casi un millón de nuevos puestos de trabajo al año y una inflación en retroceso hasta casi aproximarse al 2% en sus meses más afortunados. Solbes se enfrentará probablemente el año próximo -si Rodríguez Zapatero gana las elecciones- a un empeoramiento económico en forma de inflación más alta, una desaceleración del crecimiento en torno a un punto y, por tanto, menos empleo. Ya ha dicho que el reto le apasiona; esperemos que no le desborde.

La figura de Solbes, tan cortejada por el presidente del Gobierno, también presenta contraindicaciones. En no pocas ocasiones parece más respetada que escuchada. De nada sirvió, por ejemplo, su defensa de subidas de las tarifas eléctricas en consonancia con los aumentos de los costes en el mercado o su disgusto evidente ante el cheque-bebé. El vicepresidente suele resistirse a los cambios, incluso a los que parecen justificados, y evita las trifulcas económicas que huelen a conflictos políticos. Recuérdense al respecto sus reticencias a la reforma fiscal incluida en el programa electoral del PSOE o su distanciamiento durante el crudo enfrentamiento entre el Gobierno y Endesa a cuenta del rosario inacabable de OPA sobre la empresa eléctrica.

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Con todo, el problema capital para la política económica y para el propio Solbes durante los próximos años será el defectuoso diseño actual de la Oficina Económica del Presidente. Todo será más fácil si se evitan las duplicidades de poder económico público. La Oficina no puede competir con Economía en la toma de decisiones que afectan a la estructura fiscal, empresarial o territorial de España. Si Solbes es vicepresidente durante otros cuatro años sería deseable que pueda decidir sin interferencias.

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