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Reportaje:

Líbano se precipita hacia el caos

El presidente saliente propone el estado de excepción, que el Gobierno rechaza

Líbano es un país que se asoma al caos, que padece una fractura abismal entre dos bloques con visiones radicalmente opuestas del futuro. Desde ayer es, además, un Estado sin presidente. Por cuarta vez desde septiembre, los diputados de la mayoría que respaldan al Gobierno prooccidental y la oposición pro Siria fueron incapaces de pactar el relevo de Emile Lahoud, que abandonó a medianoche de ayer el palacio de Baabda.

La población espera que la violencia no se adueñe una vez más de las calles

Tres horas antes de expirar su mandato, Lahoud emitió un último comunicado en el que pedía al Ejército que mantuviera "el orden y la seguridad" y proponía el "estado de excepción", palabras similares a las pronunciadas el miércoles por el jefe de las Fuerzas Armadas, Michel Suleiman, quien advirtió que los soldados no permitirán que las distintas facciones armadas provoquen choques violentos. Sobre el terreno, ese estado de emergencia se aplica de hecho desde la noche del domingo.

Un portavoz del Gabinete que encabeza el primer ministro Fuad Siniora criticó el comunicado y recordó que la declaración del estado de emergencia es una facultad que le corresponde solo al Ejecutivo, y no al presidente. Fuentes muy próximas al Gobiernosostienen que la referencia de Lahoud al Ejército no supone una invitación a apoderarse de las instituciones civiles.

La población, harta de los caciques que dominan la vida política desde la fundación de Líbano, en 1943, y con la guerra civil (1975-1990) que devastó el país fresca en la memoria, sólo espera que la violencia no se adueñe una vez más de las calles.

El Parlamento libanés era, a mediodía de ayer, un hervidero. Los legisladores llegaban en sus vehículos blindados a la sede de la Cámara, en el centro del Beirut reconstruido por las empresas del asesinado ex primer ministro Rafik Hariri. Un espacio tomado por el Ejército y la policía, y repleto de tanquetas, alambre de espino y francotiradores. Sólo se permitía el acceso a políticos y periodistas. Las lujosas tiendas y los restaurantes permanecieron cerrados. Se trataba de forzar en el último instante un acuerdo. Pero la sesión, convocada para las 13.00, acabó media hora después con un comunicado del presidente del Legislativo, Nabih Berri, que fijaba una nueva cita para el próximo viernes. Nadie confiaba en el pacto.

La incertidumbre es absoluta, incluso para los más avezados observadores, y las alternativas que se plantean son a cual peor. La mayoría parlamentaria -el partido del suní Saad Hariri, el movimiento del druso Walid Yumblat y las Fuerzas Libanesas del ultraderechista cristiano Samir Geagea- afirma que asumirá las competencias presidenciales, tal como establece la Constitución. No obstante, sería osado dar ese paso al frente. "Si el primer ministro, Fuad Siniora, asume las competencias del presidente, en horas la oposición estará en las calles para derrocarle por la fuerza", advirtió Wiam Wahhab, dirigente de Hezbolá. Lo más probable es que hasta el próximo día 30 de noviembre ambos bandos prosigan las frenéticas negociaciones.

En un país acostumbrado a que corra la sangre, con la poderosa Hezbolá ampliando su espacio de influencia, y con las milicias de los partidos en pleno rearme, los riesgos son evidentes. A todos los líderes políticos se les llena la boca proclamando que hay que evitar la guerra civil a toda costa. Pero, mientras, los parlamentarios admiten que compran metralletas. "Es para defendernos", asegura el diputado Misbah Ahdab. Si nadie duda de que Hezbolá posee un potente arsenal, varios de sus rivales -y en este sentido tanto Geagea como Yumblat atesoran un sangriento currículo- también son acusados de rearmarse. Los precios de los lanzagranadas suben como la espuma y varios residentes de las zonas montañosas cristianas aseguran que el acopio de armas se ha generalizado.

Nadie se atreve a pronosticar en qué desembocará la más aguda crisis política libanesa que se registra desde el fin de la guerra civil, que desangró Líbano durante 15 años. El secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, pidió anoche un acuerdo. Lo único cierto es que el acuerdo entre ambos bloques se antoja tan difícil ahora como lo era en septiembre, cuando arrancaron las negociaciones. La ley fundamental establece que para la elección del presidente -debe ser un cristiano, según la legislación- se requiere un quórum de dos tercios en la Cámara, algo que no permite el boicot de Hezbolá y su aliado, el Movimiento Patriótico del ex general Michel Aoun.

Sin embargo, como es habitual en Líbano, la disputa política da pie a todas las interpretaciones del texto legal. El diputado Mohamed Qabani, prominente miembro del bloque leal al Gobierno, ha asegurado a este diario que el presidente será finalmente elegido por la mayoría, que cuenta con 68 de los 128 diputados, tres más de los necesarios.

El presidente saliente, el prosirio Emile Lahoud, se dirige a los periodistas a la salida del palacio de Baabda, anoche en Beirut.
El presidente saliente, el prosirio Emile Lahoud, se dirige a los periodistas a la salida del palacio de Baabda, anoche en Beirut.AFP

Un campo de juego de potencias extranjeras

El jueves no hubo desfile del Ejército en Beirut. Era lo propio en el Día de la Independencia en este convulso país que cumplía 64 años. Pero hablar de independencia en este Estado de cuatro millones de habitantes y 18 confesiones religiosas es un sarcasmo. Los hilos de esta marioneta se mueven desde Teherán, Damasco, París y Washington, protectores de unos intereses a menudo cambiantes. Líbano paga la factura. Aunque sus dirigentes, señores de la guerra y amos de sus feudos, siguen con fervor el macabro juego: en su ambición de poder siempre buscan el respaldo de esas potencias.

La presencia de militares extranjeros es la norma. Siria, que considera Líbano parte irrenunciable de su proyecto nacional, mantuvo su tutela durante tres décadas (1976-2005) con el beneplácito francés, estadounidense e israelí. Entre 1978 y 2000, el Ejército hebreo ocupó el sur del país hasta que Hezbolá causó tal sangría de muertes al enemigo que el primer ministro Ehud Barak ordenó la retirada. Ahora, 14.000 soldados de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en Líbano (FINUL (un millar, españoles) patrullan la región meridional chií. "No se despliegan para proteger Líbano, sino para defender a Israel", coinciden numerosos analistas.

Prooccidentales y quienes se miran en el espejo de Irán admiten tácitamente su papel de títeres. Misbah Ahdab, diputado suní afín al Gobierno prooccidental, reconoce que no se rebeló contra la presencia siria: "La comunidad internacional siempre ha metido las manos aquí. Ahora apuesta por la independencia del país, y quiero su intervención. Hay una guerra entre Irán y EE UU, y no deseo que Líbano se convierta en una base de Teherán". Tampoco el partido-milicia chií oculta su padrinazgo. "Somos parte de la resistencia a la hegemonía estadounidense en la región. Lo gritamos desde los tejados", ha declarado Nawaf Musaui, director de política exterior de Hezbolá.

Líbano suele salir malparado cuando se mueven las piezas en Oriente Próximo. A tres días de la conferencia de Annapolis, brotan las suspicacias. "Washington insistía en que la mayoría que respalda al Ejecutivo debería elegir al presidente sin el consenso de la oposición. Luego cedió el testigo a la diplomacia francesa. EE UU está esperando a Annapolis y tememos que Líbano sea parte de un acuerdo global", lamenta Rayyan Ashkar, joven dirigente del partido encabezado por Walid Yumblat, feroz adversario del presidente sirio, Bachar el Assad.

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