Tu bandera, mi carné
El pasado viernes, el diputado del PP Carlos Urquijo interpeló al lehendakari sobre el incumplimiento de la Ley de Banderas. Recurrió para ello a la legalidad y también, ¡oh dolor!, a los sentimientos de un sector de la ciudadanía. Al no cumplir el mandato de izar la bandera, las instituciones vascas "no respetan los sentimientos de los miles de vascos de pertenencia española", dijo Urquijo, observación que tal vez sea cierta, pero que como argumento político resulta irrelevante y confusa. Mi españolidad no es un sentimiento, es un hecho, y aunque odiara mi condición de español, ésta no dejaría de ser un hecho, tan fundamental para mí como que sea el que me constituye en sujeto político y me otorga el estatus jurídico de ciudadano en posesión de derechos y tributario de deberes. Mi libertad en el mundo deriva del hecho de ser español, me guste o no, como la de un ciudadano francés deriva del hecho de que sea francés. Los sentimientos poco tienen que contar en esta historia, tampoco con las banderas, que lo único que señalan es que en el lugar en que ondean mis derechos ciudadanos van a ser respetados y amparados. Siendo vasco no tengo por qué sentirme extraño en una institución extremeña, y a un ciudadano extremeño debe ocurrirle lo mismo en una institución vasca. Eso es lo que señala una bandera, aquí y en Madagascar, y el independentismo más radical lo sabe y hace uso de ello, también en Madagascar.
Los sentimientos poco tienen que contar en esta historia
Pero Urquijo recurrió a los sentimientos y le ofreció con ello al interpelado su baza favorita. Entre otras lindezas, el lehendakari le respondió que el PP trata de "hollar con la bandera española las instituciones", acusación sorprendente viniendo de quien viene. Sin embargo, lo esencial de la respuesta del lehendakari consistió en su recurso al truque: si tú no bandera, yo no carné. Y ahí se produjo ya ese desparrame que convierte la política y sus instrumentos en un subgénero de la novela rosa. Así, el lehendakari le espetó al diputado popular que mientras los vascos con un sentimiento de identidad español pueden acreditarse como españoles, con un carné de identidad y un pasaporte españoles, aquellas personas que se sienten vascos no tienen ese mismo derecho de poder acreditarse con su carné de identidad y su pasaporte vasco. Yo no sé lo que piensa el lehendakari que es un carné de identidad, pero no es otra cosa que un instrumento de control del que disponen los Estados y la comunidad internacional. Mi carné me acredita como ciudadano en regla de un Estado, en regla y controlado, y no como portador de cualséase sentimientos, que, en caso de ser inexistentes, me permitirían no disponer de carné alguno. ¿Puedo ir por el mundo sin carné dado que mis sentimientos de identidad, salvo el que me une a mi efímera vida, son nulos?
Nunca he entendido muy bien esto del "me siento" tal o me considero cual, salvo que esas expresiones quieran decir "deseo ser" tal o cual. Que alguno de mis conocidos me dijera que se siente mono o que se considera un cocodrilo no pasaría de ser una extravagancia, pero no concibo la posibilidad de que cada dos por tres me recordara que se siente humano, lo que es, a todas luces, una obviedad salvo que mi amigo sea el mono de Kafka. Entre el ser y el sentir creo que sólo media el deseo, y la verdad, pienso que es ya bastante con el simple hecho de ser español y de ser vasco como para tener además que desearlo. Visto lo que hay, y puesto a desear ser algo, yo desearía ser otra cosa, y considerarme japonés por ejemplo. ¿Me darían por ello el carné japonés y ondearía para mí la bandera nipona en Ajuria Enea?
Leía hace unos días en The New York Rewiew of Books una crítica a un libro de la escritora italiana Maria Messina en la que se citaba un pequeño fragmento del mismo. Refiriéndose a una niña recién nacida, y lamentando su futura condición de mujer, la narradora se fija en sus puñitos cerrados y se pregunta qué estará aferrando en ellos. Quizá la felicidad, se responde. El mundo ya se encargará de abrírselos, como a todos, y de robársela, y tal vez la patria no sea la más misericordiosa a la hora del expolio. Ésta es mi idea fija. ¿Puede alguien librarme de ella?
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