La cueva de los milagros
Hay un lugar en Madrid donde cada noche acude gente a aguardar que suceda algo extraordinario. Desde hace más de dos décadas, al Candela llegan flamencos, cineastas, escritores, toreros, músicos, pintores y curiosos de las cuatro esquinas del mundo. Y esperan a que ocurra un milagro. Porque si el arte es un milagro que estremece a quienes son testigos, entonces, entre las cuatro paredes de este local flamenco se han producido unos cuantos.
No existen fotos ni grabaciones que reflejen las noches que han hecho famoso al Candela. Allí no hay actuaciones y nada está previsto. El milagro, llámese como se llame -genio, ángel, pellizco, arte...-, puede ocurrir, o no. Es imposible atrapar el duende por la cola. Pero el dueño del local, Miguel, un ateo convencido, asegura que no hay mes sin prodigios. La lista de quienes han sido protagonistas y testigos es tan impresionante como heterogénea: Sabicas, Miles Davis, Camarón, Paco de Lucía, Enrique Morente, Alicia Keys, Lenny Kravitz, Sordera, Tomate, Vicente Amigo, Chano Lobato, Chocolate, Rubén Blades, Farruquito, Pina Bausch, José Tomás, Almodóvar... Si preguntas qué sucedió, nadie sabe describirlo. Algo así como cuando dos cables se unen y salta un chispazo. O cuando la Virgen se aparece en El Escorial a sus seguidores. Algo así.
El único que jamás falla es un antiguo bailaor. Es él quien marca la espera
En el Candela, que está a punto de celebrar su 25º aniversario, no se pueden hacer reservas por internet ni comprar entradas por anticipado. La luz, que ilumina la fachada salmón del local, sirve de guía a quienes ascienden desde Lavapiés y a quienes descienden desde la plaza de Santa Ana. Allí, donde la calle del Olivar se encuentra con la calle del Olmo, una puerta enrejada da paso a una estancia blanca y alargada con una barra de azulejos granadinos, grandes ventanales y mesas de madera sobre el suelo ajedrezado verde y blanco. Una auténtica venta donde sólo faltan los bandoleros con sus trabucos.
Llegas una noche y sólo encuentras chavales marroquíes que han subido de Lavapiés y charlan agarrados al gollete de sus cervezas. Entras la noche siguiente y, acodados en la barra, están los hermanos Cohen. Así es el Candela, pura sorpresa. Si hay mesas libres es que aún es temprano. Es el after hours de la ciudad y por allí sólo caen los artistas cuando acaban sus actuaciones. El único que jamás falla es un antiguo bailaor. Es él quien marca la espera: con las manos metidas en los bolsillos deformados de su chaqueta de lana y sus zapatillas azules de tela, pasea silencioso de un extremo a otro del local, igual que el péndulo de un reloj. Cuando le da la gana, arranca a bailar y cuando le da la gana, se sienta y cruza las piernas. De cuando en cuando, se acerca a los parroquianos para que le cambien un billete de 10.000 pesetas donde el rostro negro del futbolista Seedorf ha sustituido al del rey Juan Carlos. Él también confía en los milagros.
En el Candela es preciso estar atento a la constelación de signos: las miradas, los movimientos, una seña... De repente, llegan los artistas y, de repente, desaparecen como si se los hubiese tragado la tierra. Y de las entrañas de la tierra parece, en verdad, escapar el sonido que se escucha al poco tiempo: quejíos, palmas, jaleos... Una pulsión animal y poderosa que atrae a los que esperan hasta una puerta, próxima a los baños, que da acceso al secreto del Candela: su cueva. Allí abajo, entre muros blancos abovedados, se oficia el rito del arte que ha hecho famoso al local. La puerta está vigilada por un imponente cancerbero que sólo obedece a su jefe, Miguel: "No dejamos que baje gente que toca las palmas fuera de compás, que no sabe escuchar y que no da valor a lo que está pasando". Tan sólo la prueba de las palmas bastaría para dejar a la mayoría fuera.
Aun así, el milagro puede suceder o no. Nadie lo sabe. Ni siquiera Miguel, un hombre bajito y moreno que nació en una chabola de Orcasitas, fue alumno de Torrente Ballester y convirtió una antigua patatería en el Candela, un sitio que no es un tablao ni una venta ni un local de ensayos ni un ateneo de artistas, aunque sirve para todo eso. "Vienen gentes de Japón, de Estados Unidos, de Australia, de Suráfrica, de India, de todo el mundo, y me dicen que abra una página web. ¿Para qué? ¡Nunca sé lo que va a pasar! ¿Qué puedo anunciar? Puedo decirles lo que hubo ayer, pero nunca lo que va a pasar hoy. Tengo la mejor programación del mundo, pero no está programada".
Antes de que el Candela abriera sus puertas, en su vientre hubo una academia de logopedia. Algo de eso permaneció porque fue allí donde se fraguó una nueva forma de expresar el flamenco. En su cueva ensayaron los Ketama, Antonio Canales, Gerardo Núñez, Morente, La Barbería... Mientras, en la parte de arriba cerraban contratos productores, músicos y palmeros. Si la movida madrileña giraba en torno al Rock-Ola y al Elígeme, los flamencos vivían su propia movida en el Candela.
Acuden tantos curiosos que Miguel ha ideado un sistema para asegurar, al menos, una consumición los fines de semana. Al inicio de la noche teclea una copla sobre las entradas que reparten el ucranio y el moldavo que vigilan la puerta. Porque no sólo suceden milagros en la cueva. En la parte de arriba se viven sucesos de otro signo, pero igualmente extraordinarios. Las coplillas de las entradas sirven a más de uno de guión en sus conquistas. Hay letras para las inaccesibles: "Yo te quisiera a ti hablá / pero tú estás como Cádiz / de murallas rodeá". Para las accesibles: "A qué niegas el delirio / que tienes por mi persona / le das martirio a tu cuerpo / tú te estás matando sola". Para las desdeñosas: "He pasao fatigas dobles / pero va a llegar la hora / en que mi gusto se logre".
El Candela sólo cierra en Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo. La mayoría de las veces parece no suceder nada e, incluso si sucede, lo más probable es que nunca lo veas. Pero al final de la noche, cuando abandonas el local y te alejas por la calle adoquinada, sabes que volverás. ¿Cómo resistir la amenaza de que suceda el milagro justo la noche en que no has ido al Candela?
Candela. Calle del Olmo, 2 (Madrid). Abierto todos los días de 23.00 a 6.00.
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