El quinquenio virtuoso
Lo más significativo de las grandes reuniones políticas suele pasar entre las bambalinas. Así ocurre con los seminarios que todos los años se desarrollan antes de la asamblea de jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, que profundizan en los debates que luego procurarán figurar en la declaración final de los mandatarios. Dedicada a la cohesión social, la XVII Cumbre Iberoaméricana, que ha tenido lugar en Chile, ha estado precedida de varias reuniones, cuyas líneas maestras coinciden en lo sustantivo.
En primer lugar, se define al último lustro de América Latina (AL) como el "quinquenio virtuoso", frente a la "década perdida" de los años ochenta. En los últimos cinco años, la región ha crecido a tasas cercanas o superiores al 5%, ha visto disminuir su deuda externa, ha acumulado reservas por valor de más de 400.000 millones de dólares y, sobre todo, ha aprendido que para que el crecimiento sea sostenido ha de estar acompañado de sociedades abiertas y sin desequilibrios macroeconómicos exagerados. El secretario general de Iberoamérica, Enrique Iglesias, en el seminario convocado en Santiago por la Asociación de Periodistas Europeos y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, declaró: "Se ha aprovechado el tiempo".
La econonía informal en Latinoamérica representa el 29% del total
Que el quinquenio temporal haya sido virtuoso no significa que lo haya sido del mismo modo el círculo económico. Tomada la senda del crecimiento, el problema es ahora la velocidad adquirida: mientras AL crecía al 5% anual, el resto de los países emergentes (China, India, etcétera) lo hacía al 10%, con lo que decaía el peso relativo de la zona en el conjunto del planeta. Al tiempo, la aparición de este segundo piso de ciudadanos en el mundo, con 2.000 millones de consumidores emergiendo, es una gran oportunidad para la región latinoamericana, como lo muestra el uso que está haciendo del incremento de los precios de las materias primas que exporta, y que explican en buena parte ese crecimiento económico.
Pero el ritmo lento se manifiesta sobre todo en la reducción de la pobreza y del paro, y en la persistencia de la desigualdad. Es cierto que los dos primeros conceptos han disminuido como media en la región, pero la visibilidad de las bondades del crecimiento apenas se manifiesta en los sondeos a los ciudadanos. La pobreza es entendida no sólo como falta de bienes, sino como ausencia de movilidad social: es prácticamente imposible que las familias que son pobres de solemnidad por más de una generación, logren salir de esa bolsa de pobreza. En los volúmenes de la misma cobra sentido la economía informal, que asciende a un 29% como media de la economía total de la región: desde el año 1990 hasta la actualidad, siete de cada 10 nuevos empleos creados corresponden a la economía informal. Además, sólo seis de cada 10 nuevos empleos generados desde ese año en el sector formal tienen acceso a algún tipo de cobertura social, lo que plantea una seria alarma sobre el futuro de estas sociedades: muchos ciudadanos, además de las carencias que sufren en la actualidad, están afectados por el riesgo de la desprotección total a la hora de llegar a su jubilación.
Ello ocurre, para mayor gravedad, en un entorno de presión fiscal mucho menor que en el mundo desarrollado. Los pobres son igual de pobres, pero los ricos son más ricos porque no pagan impuestos y porque no haciéndolo, se apoderan además de una parte del gasto social que financian los Estados: son verdaderas termitas fiscales. El resultado es que los agravios generados por una fenomenal desigualdad no disminuyen. Este es el caldo de cultivo de las políticas populistas, que ofrecen soluciones sencillas a problemas muy complejos.
Otra de las preocupaciones centrales es que cada vez más ciudadanos identifican la democracia con la extrema desigualdad, lo que se manifiesta en los sondeos en una adhesión meramente instrumental a la primera: son partidarios de la democracia si arregla los problemas económicos, pero apoyan otros sistemas políticos si son más eficaces en la solución de la vida cotidiana. Para un porcentaje de los encuestados, hay legitimidad de origen en los sistemas políticos, pero no de gestión.
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