Mejores intenciones que lenguaje
El luminoso rostro de Robert Redford, desprovisto actualmente de expresividad, ofreciendo la lamentable sensación de que los abusos de la cirugía estética se han ensañado con él intentando en vano revitalizar el antiguo esplendor, ha representado ancestralmente la cara más grata y civilizada de Estados Unidos, la sensación de que era un tipo sólido y de fiar, con cerebro y con conciencia, duro y vulnerable, un hombre de bien, independientemente de los personajes y los atributos con los que Hollywood mimaba a una de sus estrellas más inmarchitables y rentables. Como Gary Cooper, a Redford nunca te lo podrás creer de villano, dando vida a lo enfermizo o al reverso tenebroso de América.
LEONES POR CORDEROS
Dirección: Robert Redford
Intérpretes: Robert Redford, Meryl Streep, Tom Cruise, Michael Peña, Andrew Garfield, Peter Berg, Derek Luke.
Género: Drama. EE.UU., 2007.
Duración: 96 minutos.
No es una obra maestra, pero es capaz de amargarle el sueño a Bush
El hombre que poseía todas las cosas ambicionadas de este mundo, se ha empeñado desde hace mucho tiempo en abandonar su urna de cristal, en demostrar que es mucho más que una imagen repleta de encanto, un modelo de ficción, que el ciudadano y artista Redford tiene opiniones propias sobre el estado de las cosas.
Paradójicamente, por vocación, convicción o mala conciencia, esta inagotable mina de oro, este todopoderoso símbolo de la gran industria de Hollywood ha dedicado su fama, su tiempo y su dinero al mecenazgo en la producción y distribución del cine independiente, rarito o marginal a través de la plataforma publicitaria que supone el Festival de Sundance. Y como director ha realizado películas sensibles y críticas, esforzadamente líricas, más que dignas, con vocación de estilo, con más ambición que perfección.
No existen pruebas fehacientes de que el cine haya detenido ninguna guerra, pero es tan necesario como agradecible que éste tome nota, plantee dudas y remueva conciencias sobre atrocidades que están ocurriendo aquí y ahora. Éste es el propósito del auténticamente liberal Robert Redford (no confundir con el bastardeo de las esencias de ese respetable concepto ideológico tan de moda, el simulacro, tan utilizado como sofisticado disfraz del facherío ilustrado) al hablar en Leones por corderos de las guerras contra los bárbaros que se ha inventado últimamente el arrogante y enfermo imperio.
Este incordiante, reflexivo y excesivamente didáctico Pepito Grillo no está solo. Otros pesos pesados del cine norteamericano como Brian de Palma en la tan experimental como inútil Redacted y Paul Haggis en la desgarradora, compleja y veraz En el valle de Elah también se han empeñado en contarnos a los mirones que no hay razón, ni gloria, ni honor en el infierno que han montado en Irak los turbios intereses geopolíticos y económicos que abandera Bush, que ni dios bendito ni los combatientes norteamericanos pueden creerse ya la conveniente, mezquina y estratégica falacia de que están luchando por la libertad.
Leones por corderos posee una estructura casi teatral, tesis expuestas con tono profesoral, espíritu concienciado. Me caen mucho mejor sus intenciones que su resultado, aunque este no sea en absoluto desdeñable. Tengo la sensación a ratos de un quiero y no puedo, se contiene tanto que puede resultar tibia, percibes que la honradez expositiva de su director huye del panfleto, pero tanto afán por el razonamiento le hace perder brillantez y garra. Es una película que la veo bastante mejor que la recuerdo, su poso en la memoria se difumina.
Redford divide su alegato en tres historias que llegan a parecer densos planos secuencia con autonomía propia, aunque exista hilazón argumental entre lo que nos están narrando en cada uno de ellos. Una periodista política, mayor y prestigiosa, escéptica y cansada, entrevista a un político emergente y que va a disponer de un poder abrumador en las decisiones sobre el curso de la guerra, un halcón sinuoso y pragmático convencido de que la única razón de esa guerra es ganarla, a costa de lo que sea. Paralelamente, un profesor humanista y racional, convencido de que el estado moral de su país se asemeja a Roma en llamas, y que sus asustados habitantes están intentando sortearlas en vez de apagarlas, intenta que un discípulo tan inteligente como lleno de desidia adquiera sentido crítico y carácter. La tercera y trágica historia se centra en dos chavales, uno negro y otro chicano, que creen haber encontrado cierto sentido vital a su desconcierto enrolándose en el ejército norteamericano, que lucha en Afganistán.
Redford es consciente de que los grandes actores pueden hipnotizarte y que ese magnetismo engrandezca el personaje y el texto que tienen que interpretar. Ver al mejor Tom Cruise, comparable al de Magnolia, dando vida a un retorcido, suave y modélico vendedor de guerras, e intentando venderle la moto a una Meryl Streep curtida en todas las trampas, el simulacro y el lenguaje sofista de la clase política, supone un espectáculo de primera clase. Redford otorga credibilidad, raciocinio y firmeza moral a un personaje con el que se identifica.
El admirable trabajo de estos tres justificados iconos del cine norteamericano es lo mejor de una película que no es una obra maestra, pero que tiene capacidad para amargarle el sueño a Bush. El mensaje sobre la crisis, el miedo y la incertidumbre que asalta a los invasores no lo retrata un profesional del panfleto o un radical incendiario, sino alguien modélico para la opinión popular. Palabras mayores.
Babelia
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