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Columna
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Las izquierdas de América Latina

El izquierdismo cubano está hoy de más porque hay tantas izquierdas como Américas Latinas

La versión convencional de la historia asegura que hay dos izquierdas en América Latina, fundamentalmente distintas. Una es la estrepitosa y autoritaria de Hugo Chávez en Venezuela, que, por supuesto, niega el carácter de verdadera izquierda a todas las demás, y otra, la socialdemocracia a la europea, llena de las mejores intenciones, pero con limitada capacidad de intervención sobre la realidad como la de Michelle Bachelet en Chile. Y, admitiendo el matiz como categoría, hasta habría una tercera opción encarnada por los Kirchner en Argentina, que la derecha suele calificar de "populista", como expresión de un desdén indeterminado, pero seguro que nocivo. Vistas las cosas de cerca, diríase, sin embargo, que las izquierdas de América Latina son varias más.

La izquierda en permanente bronca consigo misma es, por antonomasia, la colombiana. Y ahora que Samuel Moreno, nieto del general Rojas Pinilla, retuvo el pasado 28 de octubre la alcaldía de Bogotá para el Polo Alternativo Democrático -sólo el nombre ya indica facción-, las contradicciones internas pueden agudizarse aún más. El Polo es una taifa de ideologías amalgamadas, desde la socialdemocracia académica al comunismo irredento, en la que nadie ignora que la única oportunidad de disputar con éxito en 2010 la presidencia a Álvaro Uribe o sucesor designado, es presentar a Lucho Garzón, alcalde saliente de la capital y socialdemócrata de libro, pero sin que haya ninguna probabilidad de que así sea, porque, en la mejor línea hispanizante, sus líderes prefieren un perdedor seguro a correr el riesgo de que gane un competidor de casa propia.

Y si la izquierda chavista es protocubana, marxista de oído, bolivariana como por ensalmo, y decidida a que las formas de la democracia no se interpongan en su camino, se desarrolla hoy en Lima el modelo literalmente opuesto. El presidente Alan García se presenta ante el mundo como el anti-Chávez, el líder de un partido izquierdista de antigua vitola, el APRA, que, como Deng Xiaoping, dice a los peruanos que lo importante es cazar ratones -enriquecerse y enriquecer al país-; y mientras que para el venezolano el pacto comercial -TLC- con Estados Unidos es anatema, el elocuente peruano quiere ser el primero de la clase en Washington y Bruselas.

Más complicado lo tiene Rafael Correa, de vocerío chavista pero alma episcopal, que es más nacionalista que izquierdista, en un país como Ecuador urgentemente necesitado de una remoción social incluyente, antes de que se la reclame el indigenado, como en Bolivia. Y tanto para el ecuatoriano como para el peruano ésta puede ser la última oportunidad del reformismo criollo, cuyos métodos entienden de forma tan diferente.

El propio Evo Morales, bajo la advocación del líder de Caracas, trata de cabalgar la primera revolución genuina, socialista o no pero de seguro caótica, de América Latina; Daniel Ortega en Nicaragua, jugador de todas las apuestas, quiere ser a la vez amigo de Chávez, protegido de la Iglesia católica, bien visto de Teherán y receptor en nómina de la ayuda de Occidente. Y aún quedan el presidente electo Álvaro Colom en Guatemala, cuya educadísima socialdemocracia hace temer que pueda haberse equivocado de país; Óscar Arias en Costa Rica, que ve, cuando ya no es el tiempo de Esquipulas y Contadora, cómo, sin la guerrilla alrededor, San José sólo es un nombre de santo; el uruguayo Tabaré Vázquez, acostumbrado, al contrario, a no llamar la atención; y Lula, izquierdista de lo posible -que ha comprobado que es bastante menos de lo que creía- empeñado en que su experimento, radical porque empieza por las raíces, eleve a Brasil a la gigantomaquia de la política mundial.

Más allá de las diferencias hay, sin embargo, coincidencias. En Colombia, con la colaboración del nacional-derechista Uribe, la izquierda está barriendo el sistema tradicional de partidos, hasta el punto de que nunca más un presidente colombiano llevará liberal o conservador de primer apellido. Y en esa tesitura se halla también el kirchnerato que ha elegido a la señora de la casa, Cristina Fernández, sobre los restos de un peronismo, vergonzante de su nombre, que va más de social que de legalista, frente a otro centro-izquierda que también dirige una mujer, Elisa Carrió, y una constelación de partidillos de la derecha. Y, por fin, Chávez, de ubicuidad petrolera, que el 2 de diciembre será declarado en referéndum, elegible sin límite de mandatos presidenciales, que también ha destruido el balancín derecha-izquierda del Antiguo Régimen.

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El clásico izquierdismo cubano está hoy de más, incluso para Caracas, porque hay tantas izquierdas como Américas Latinas.

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