Hay motivo(s)
Poco antes del 14 de marzo de 2004 un grupo de cineastas presentó, con una inequívoca vocación de ejercer y publicitar su compromiso político, el proyecto cinematográfico Hay Motivo. Los que lo vieron recordarán que era una sucesión de cortos en los que uno de los cineastas participantes abordaban -y algunos bordaban- un motivo que los distanciaba -a ellos y a muchos ciudadanos- del Gobierno de entonces (¿recuerdan a un tal Aznar?). Han pasado casi cuatro años y encaramos una nueva convocatoria electoral para elegir representantes en el Congreso de los Diputados e, indirectamente, inquilino en la Moncloa hasta 2011. No pretendo interpretar el sentir en otros ámbitos territoriales, pero es más que evidente que los ciudadanos de Cataluña tienen de nuevo motivos para sentirse distanciados del Gobierno actual, el del señor Zapatero.
Ninguna fuerza política sabe dar respuesta a la crisis de confianza
La lista es generosa y no es necesario repetirla íntegramente. Desde las promesas que se quedaron en el camino pasando por los déficit de financiación autonómica que repercuten en la calidad y cantidad de los servicios recibidos por los ciudadanos y culminando en el desaguisado de las infraestructuras ferroviarias. Es evidente que los motivos existen y que, a diferencia de otros momentos, esos motivos no son, ni sólo ni básicamente, ideológicos sino que afectan a la cotidianidad de decenas, cuando no centenares, de miles de personas. No recuerdo ningún otro momento desde la recuperación de la democracia en que la afectación al bienestar y la vida de las personas fuera tan evidente y continuada como ahora. Probablemente tampoco hay ningún ejemplo en países de nuestro entorno que permita resistir una comparación con las fallas reiteradas en servicios básicos.
Todo ello es lo que me lleva a afirmar que ahora, como en 2004, hay motivo(s) para sentirse distante del Gobierno. La cuestión es cómo se traducirá esa distancia, o si se prefiere, la cuestión está en saber si habrá un castigo electoral en Cataluña al Gobierno Zapatero como lo hubo al Gobierno Aznar. Es evidente que la percepción de distancia en política es siempre subjetiva, difícil de medir y no siempre de conducta o consecuencias previsibles. Muchas veces no es tan relevante lo distante que uno se siente de un partido como sus sentimientos respecto a todos los demás y, muy especialmente, a la alternativa que se intuye ganadora. Es decir, si la distancia que uno siente con la formación política alternativa con posibilidades de ganar es mucho mayor que la distancia que uno siente con otras formaciones, es muy posible que se decida a apoyar -en un acto de pragmatismo o voto útil- al partido que, pese a sentirse distanciado de él, lo está en menor medida que la otra opción con posibilidad de ganar. En verdad, si hay una posibilidad de que el próximo 9 de marzo los socialistas no retrocedan de manera contundente en sus apoyos electorales en Cataluña se debe más al rechazo que genera la otra opción que aspira razonablemente a ocupar la Moncloa que al entusiasmo que Zapatero y su gestión despiertan entre los ciudadanos de nuestro país.
El hecho de que hasta la fecha de hoy no se hayan producido movilizaciones ni protestas relevantes, que el malestar generalizado que existe haya derivado más en frustración que en cabreo colectivo, no nos debe hacer suponer cómo se expresará en el futuro este malestar y, menos aún, cómo se traducirá ante las próximas elecciones. Lo que está ocurriendo, sociológicamente hablando, si se prefiere la relativa pasividad de los ciudadanos afectados por las anomalías de algunos servicios públicos esenciales, se explica más por un sensación de incapacidad de influencia en el sistema político que los ciudadanos sienten, que en una actitud de indiferencia manifiesta ante lo que está ocurriendo. No debe ser exagerado hablar de impotencia ciudadana o, si este término les parece excesivo, de falta de confianza en el sistema. Es evidente que satisfacción no puede existir. Por lo cual, la pasividad o falta de reacción sólo se puede explicar por la seguridad que cualquier gesto, cualquier protesta, cualquier presión es inútil.
Éste es el principal problema de la democracia en nuestro país a fecha de hoy. Los ciudadanos dan pruebas evidentes de que no sólo no confían en los que, desde la preeminencia del sistema político, deberían vigilar para evitar estas situaciones, sino que desconfían en la propia capacidad para influir en el sistema. Hay una crisis de confianza que va en aumento y a la que ninguna fuerza política desde el interior de las instituciones sabe dar respuesta. Afortunadamente, en nuestras latitudes, el populismo no ha arraigado y no parece haber nadie dispuesto a liderar esta opción. De no ser así, hoy estaríamos ante un problema de consecuencias mayores y más graves para nuestra democracia.
Es cierto que reconocer desde la izquierda que hay motivo(s) contra un Gobierno socialista no es fácil. Pero que no sea fácil e, incluso, que la alternativa política sea subjetivamente menos deseable a la mayoría actual no justifica que no se proclame que hay motivo(s). El 9 de marzo cada uno votará lo que crea oportuno o menos malo, pero hoy nada nos debería impedir desde el catalanismo de izquierdas decir que hay motivo(s) ante los cuales no nos deberíamos resignar.
Jspicanyol@hotmail.com
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