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Reportaje:CINE

Escribir en la oscuridad

Son mentiras sin argumentos documentados para ser derribadas. Puede que sí y puede que no. Aquí todo vale. Puede que la escritora británica Jane Austen (1775-1817), que murió soltera, tuviera en su juventud una decepción amorosa con un mozalbete irresponsable que le señaló el camino del decoro, el desespero, orgullo y prejuicio de sus hoy encumbradas novelas sobre jóvenes victorianas anhelando matrimonio. Como puede que en aquella majestuosa Francia del Rey Sol, el joven Molière (1622-1673) ocupara ese hueco insondable que hay en su biografía viviendo en carne propia la aventura del Tartufo. El cine, que es pura mentira o pura verdad, según se mire, se ha encargado recientemente de dar forma creíble a estas dos suposiciones en La joven Jane Austen, de Julian Jarrold, protagonizada por Anne Hathaway, aún en cartelera, y en Las aventuras amorosas del joven Molière, del francés Laurent Tirard, con Romain Duris encarnando al dramaturgo, de inminente estreno. "Accidentalmente redescubrí a Molière hace tres años y me asombró lo contemporáneo que resulta hoy, pero no me podía imaginar adaptando una de sus piezas, así que diseñé un concepto que me permitiera coger todo lo que amaba en su trabajo. El vínculo más obvio para unir todos los elementos era Molière mismo, así que decidí que sería el protagonista y que la película sería un encuentro imaginario entre el dramaturgo y sus piezas", relata Tirard.

Vila-Matas: "El secreto de Joe Gould' es la única película que he podido soportar sobre un escritor no inventado"

"La joven Jane Austen no me interesó y quería que me interesara", dice decepcionado Jordi Balló, profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra, director de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y autor del libro sobre los arquetipos del cine La semilla inmortal. "Es cargante porque quiere hacer visible que hay un escritor, cuando lo más interesante no es el cine que habla de literatura sino el que la sucede, cuando el cine mismo toma el relevo de la literatura". Y se explica con un ejemplo muy clarificador referido a Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959), basado en un sugerente guión de Marguerite Duras, y El amante (Jean-Jacques Annaud, 1992), adaptación de la novela autobiográfica de la famosa escritora. "La película que te lleva a amar la literatura de Duras es Hiroshima mon amour y no El amante porque lo interesante en un filme sobre un escritor es que puedas intuir su trazo y no que te lo presenten de una manera imperialista".

Una vida es muy larga y una película muy corta. Por muy documentada, investigada y profusa que sea una biografía, siempre le deja al guionista amplio margen para poner sus propios ingredientes cinematográficamente viables. El caso de Shakespeare in love (John Madden, a partir de un guión en el que participó el dramaturgo Tom Stoppard, 1998) es ejemplar. Siendo una invención a partir de las enormes lagunas biográficas del dramaturgo, ha cimentado una vertiente del llamado biopic y creado una suerte de escuela, de la que sorben la Jane Austen y el Molière que hoy brillan en las marquesinas. Están diseñadas como grandes entretenimientos pero corren el peligro de hacer que el espectador se forme una idea equívoca e históricamente poco rigurosa del escritor tratado. "Si el escritor adaptado es famoso, la fama ya conlleva una imagen errónea. La reiteración amplifica el error. El público se nutre de los ídolos y fantasmas que se les da y los transforma a su capricho. Por eso conviene más que nunca andar con tacto y sentido de la responsabilidad a la hora de abordar la vida de los demás", asegura Gonzalo Suárez, escritor y director asturiano que acaba de estrenar Oviedo Express y que en 1988 rodó Remando al viento, una recreación poética del encuentro entre Lord Byron (jovencísimo Hugh Grant) y Mary Shelley, en los tiempos en que ella escribía Frankenstein. "Shakespeare in love me parece una bonita mierda", asegura tajante. "Por lo demás, cualquier relato más o menos biográfico acaba siendo una ficción. No basta ser fiel a los datos, hay que aventurarse y darles vida".

Al novelista catalán Enrique Vila-Matas autor, entre muchos otros, del libro Historia abreviada de la literatura portátil, no le parece que las convenientes invenciones y agregados a la vida de un escritor en una película afecten demasiado. "Da igual porque en general la imaginación en las películas sobre escritores vuela muy bajo: siempre acaban mostrándonoslos en el momento más tópico de la creación, sentados delante de la máquina de escribir, dando vueltas alrededor de sus lamentables fantasmas".

Los caminos por los que se puede abordar la biografía de un escritor en el cine son muchos pero la tentación más recurrente es la de mezclar los acontecimientos de su vida con las fantasías y personajes de su propia literatura, intentando forzosamente que su vida se parezca a su obra, lo cual no es siempre necesariamente cierto. Lo hace Jarrold con su Jane Austen, que intenta que el parecido no solamente sea con sus libros sino con la calculada estética de las muchas películas que sobre ellos se han hecho, y lo hace también Tirard con su relato de Molière en tono de comedia de enredos. Wim Wenders consiguió en Hammett (1982) hacer de la vida de Dashiell Hammett una película de auténtico cine negro, y Philip Kaufman, en Henry y June (1990), un filme erótico sobre el erotómano escritor Henry Miller. Es el camino fácil y de vía más comercial, el que hace coincidir la vida del autor con el género que mejor le encaje. Otra ruta es desvelar las circunstancias que rodearon la escritura de un libro famoso, y en este caso cabría destacar la inteligencia con la que Marc Foster relata en Finding Neverland (2004) cómo una familia ajena inspiró a Sir James Matthew Barrie (Johnny Deep) para escribir su inmortal Peter Pan.

Lo realmente complicado, sin embargo, es taladrar la epidermis del escritor, romper la frontera de su imaginación para fusionar creador y obra en un todo cinematográfico único. La manera, del todo magistral en que Stephen Daldry se aproxima a la vida y obra de Virginia Woolf en Las horas (2002), subdividiendo el relato en tres tiempos, tres mujeres y tres situaciones (una de ellas la escritura de Miss Dalloway por parte de la misma Woolf, encarnada con notable acierto por Nicole Kidman); el poético, esteticista y meticuloso trabajo de Paul Schrader en Mishima (1985) o el arrebato alucinado de El almuerzo desnudo (David Cronenberg, 1991, recientemente reeditada en DVD), a partir del beat William Burroughs, son tres excelentes y muy diferentes ejemplos de fusión sensible e inteligente entre obra y creador.

Esta fusión no siempre funciona. Balló recuerda especialmente cómo Steven Soderbergh se estrelló al intentar meterse en los retorcidos vericuetos mentales del autor de La metamorfosis en su fracasada Kafka (1991), con Jeremy Irons. No obstante, cuando hay menos pedantería de por medio, todo puede resultar más creíble, enriquecedor e incluso poético. Es el caso de Remando al viento, de Gonzalo Suárez, quien asegura que para materializar a Lord Byron y Mary Shelley los convocó a través de la documentación y se le aparecieron. Hoy ya no sabe cuánto de invención y cuánto de verdad hay en ellos porque han tomado una dimensión cinematográfica más allá de lo que fueron sus vidas. "Imposible de dilucidar. En vida ya eran una invención de sí mismos. Ahora no podría imaginarlos de otra manera. Los personajes de la película, como la criatura de Frankenstein, han cobrado vida propia".

En cualquiera de los casos, la figura de un escritor tiene menos movilidad y acción que la de otros artistas como un cantante o un pintor (recordar los esfuerzos físicos de Ed Harris en Pollock, 2000). "Una película es un medio visual y si tú muestras a un bailarín o un pintor haciendo su trabajo, las emociones fluyen con facilidad hacia el espectador pero con un escritor no hay manera, no es directo, no puedes enseñar las emociones que a ese artista le supone crear su obra", admite Laurent Tirard aun cuando él mismo ha rodado una imaginaria biografía de Molière. Lo convulso, apasionante y cinematográficamente atractivo de un escritor ocurre dentro de su cabeza. Por lo demás, se trata de la figura estática de un señor frente a una máquina de escribir intentando teclear ideas. Y esto juega en contra de la acción cinematográfica. "¿Hasta qué punto un escritor es un motivo visual que comunica emociones al espectador? ¿Cómo lo haces?", se pregunta Balló. "Creo que por eso las cartas tienen gran importancia en la historia del cine, porque es la única manera de hacerlo visible, son objetos: las pueden romper, las pueden echar al fuego o arrojarlas, con ellas pueden hacer algo, una acción".

También es cierto que hay vidas de película, escritores que han vivido intensamente situaciones políticas adversas y brutales persecuciones por lo que piensan, por lo que escriben, por lo que hacen. Julia (Fred Zinnemann, 1971) documenta con estremecedor realismo la sólida amistad entre la dramaturga Lillian Hellman (Jane Fonda), mujer de Dashiell Hammett, y una activista política antifascista (espléndida Vanessa Redgrave) en tiempos de dominación nazi. La desaparición de García Lorca, de Marcos Zuriñaga, y Wilde, de Brian Gilbert, en 1997, optaron también por esta vía vinculando a sus protagonistas, ambos homosexuales, con el entorno político y social hostil que les tocó vivir consiguiendo resultados desiguales. El Lorca de Zuriñaga, encarnado rutinariamente por Andy García, ya ha caído en el olvido pero el Wilde construido con meticulosidad por Stephen Fry aún resuena en la memoria. También cabría destacar Vidas al límite (Agnieszka Holland, 1995), que relata el arrebatado y prohibido amor salvaje entre Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, encarnados por Leonardo DiCaprio y David Thewlis.

Truman Capote ha tenido recientemente no una sino dos versiones cinematográficas, no exactamente de su vida sino de un fragmento muy concreto, el del extraño y apasionante proceso que significó escribir A sangre fría. Capote (Bennett Miller, 2005), por la que el camaleónico actor Philip Seymour Hoffman recibió un oscar, se llevó toda la fama y reputación a pesar de que la otra versión, Historia de un crimen (Infamous, de Douglas McGrath, 2006) con un fantástico Toby Jones como Capote y Daniel Craig era infinitamente superior. Es un caso peculiar porque aquí el proceso de escritura, lejos de introspectivo, es una profunda e interesante investigación casi policial. Ahora mismo, hay también dos proyectos en marcha para rodar la vida de Philip K. Dick, autor de Blade Runner. Terry Gilliam (que en 2005 estrenó El secreto de los hermanos Grimm) espera dirigir en 2009 The owl in the daylight, con Paul Giamatti, mientras que Bill Pullman lo hará en otro proyecto aún sin título ni director. También hay rumores de que Robert Downey Jr. podría dar vida al oscuro Edgar Allan Poe en una futura producción sobre su vida.

Pero no todas las películas biográficas de escritores se refieren a celebridades y Enrique Vila-Matas cita como su favorita una muy peculiar, El secreto de Joe Gould, una rareza que dirigió en 2000 el actor indie Stanley Tucci. "Es la única que he podido soportar sobre un escritor no inventado. Debe ser porque el propio Joe Gould tuvo una vida que parecía inventada. Era alguien que, a pesar de ser licenciado por Harvard, prefería estar en la calle, alimentarse de bocadillos de huevo frito y dedicar su vida a un libro que iba a ser el más extenso de la historia, Historia oral de nuestro tiempo, una minuciosa transcripción de todas las conversaciones que había oído en las calles de Nueva York a lo largo de cuarenta años".

Anne Hathaway, en una imagen de <i>La joven Austen</i>, dirigida por Julian Jarrold.
Anne Hathaway, en una imagen de La joven Austen, dirigida por Julian Jarrold.

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