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Reportaje:

La Ana Frank de Sarajevo

Zlata Filipovic reúne en 'Voces robadas' la tragedia de los niños en las guerras

7 de mayo de 1992. Sarajevo. "Querido Mimmy, Estaba casi segura de que la guerra terminaría, pero hoy... Hoy ha caído una bomba en el parque, delante de mi casa, el parque donde iba a jugar con mis amigas. Hubo muchos heridos. (...) Selma ha perdido un riñón, pero no sé cómo se encuentra porque todavía está en el hospital. Y NINA HA MUERTO. Un trozo de metralla se le incrustó en el cerebro y murió. Era una niña tan dulce, tan encantadora. Fuimos juntas a la guardería y jugábamos juntas en el parque. ¿Es posible que nunca más vuelva a ver a Nina?".

Zlata Filipovic: "Es de locos, ¡pudimos escapar gracias a un diario!"
"Nina ha muerto. La metralla se le incrustó en el cerebro y murió"
"Cuando me relacionan con Ana Frank tengo miedo a sufrir su destino"

Una niña de 12 años llora y escribe estas líneas en su diario, llamado "Mimmy", agazapada en la cocina de su casa durante la guerra de los Balcanes. Zlata Filipovic (Sarajevo, 1980) no es consciente en ese momento de que se está convirtiendo en la Ana Frank de Sarajevo, ni que la guerra todavía seguirá hasta 1995 con un saldo de 150.000 muertos y más de 20.000 mujeres violadas. Sus testimonios y los de otros niños de la guerra se recogen en Voces robadas, libro que acaba de publicar la editorial Ariel.

Escribe con el sonido de los tiroteos al fondo y el olor de la pólvora mezclándose con la cera de las pocas velas que iluminan su casa. Hace tiempo que la familia se quedó sin electricidad y su padre improvisa con la batería del coche para encender de vez en cuando una radio y escuchar las noticias. Casi toda su casa tiene amplios ventanales que dan a las colinas, justo de donde proceden los disparos, así que han abandonado esas habitaciones y la vida transcurre en la cocina, la única estancia segura donde comen, duermen e incluso se bañan sobre láminas de plástico extendidas en el suelo.

Hambre de pizza

El hambre también es difícil de llevar a los 12 años y Zlata lo sabe bien. No son suficientes las cartillas de racionamiento -100 gramos de harina, un poco de aceite por persona- ni la solidaridad entre vecinos, que comparten la comida. Su madre cocina de mil formas distintas los mismos ingredientes: judías, arroz y pasta. Por las noches Zlata sueña, literalmente, con hamburguesas, coca-cola, y pizza. Y ha escrito una lista de los alimentos que disfrutaba hace apenas un año y que le gustaría probar de nuevo... Al menos así se distrae y no piensa en el apestoso sótano adonde suele bajar con sus padres para refugiarse de los bombardeos o el frío tan terrible que le corta la respiración.

"A papá se le han congelado los dedos al cortar leña en el sótano helado. Tienen un aspecto horrible, están hinchados. Ahora le están poniendo una pomada, pero le escuece mucho", continúa escribiendo, sin imaginar que poco después su diario se convertirá en el salvoconducto para huir con sus padres a París, el 23 de diciembre de 1993.

Quince años después de comenzar a escribir las cartas a "Mimmy", convertida en una mujer que colabora con programas de ayuda a niños en conflictos armados, recuerda esa huida con cierto sabor agridulce.

"Es de locos, ¡pudimos escapar gracias a un diario! Yo sólo di mi cuaderno a una profesora que nos lo pidió porque Unicef estaba buscando diarios de los niños en guerra. Como el mío había cientos, pero escogieron ése y pudimos salir. ¿Por qué yo y no otra niña que conocíamos, por ejemplo, que estaba herida y además perdió a sus padres?", reflexiona Zlata. "Al principio me costó vivir con esa sensación de culpabilidad, pero era muy inútil y preferí hacer algo práctico, como hablar de la guerra para dar voz a los niños que no pudieron salir".

Entre su colección de recuerdos difíciles destaca la angustia para decidir qué guardaba en una sola maleta para su huida. "No me llevé nada de ropa, porque durante la guerra se me había quedado pequeña. Cogí todos mis libros, algo muy tonto porque en París podría haber encontrado los mismos títulos traducidos, pero me pareció importante. Y también guardé mi colección de bolígrafos de colores y gomas de borrar. Eso es todo lo que me llevaba, junto a un oso de peluche". Sus padres, en cambio, guardaron lo que cualquiera intentaría salvar ante una desgracia: la colección de fotos familiares.

Zlata no quiere que la relacionen con Ana Frank, aunque entiende el paralelismo que se estableció en 1993, cuando su diario de adolescencia se publicó y fue traducido a 36 idiomas. "Es por superstición: cuando me decían que parecía Ana Frank tenía miedo a sufrir el mismo destino que ella", confiesa con una sonrisa triste.

Gracias a su diario no sólo consiguió salir de los Balcanes y estudiar en Oxford, sino que desde entonces ha colaborado con organismos como Unicef, el departamento de ayuda a los niños en conflictos armados de la ONU y la Anne Frank House.

Allí conoció a Melanie Challenger, autora del libreto para adaptar el diario de Ana Frank a la ópera Annelies, del compositor James Whitbourn. Juntas han buscado durante tres años de investigación en archivos y bibliotecas los diarios de jóvenes menores de 20 años, desde la I Guerra Mundial hasta Irak, aunque se saltan la Guerra Civil española. De esta forma, Zlata considera que cumplió su objetivo de dar voz a los jóvenes sin infancia como ella, y espera que se pueda emplear en los institutos como apoyo a los libros de texto: "Es necesario que se sepa lo que ha pasado, lo que sufren los niños, para que no vuelva a ocurrir nunca más".

Zlata Filipovic, co-editora de &#39;<i>Voces robadas. Diarios de guerra de niños y adolescentes&#39;,</i> ayer en Madrid.
Zlata Filipovic, co-editora de 'Voces robadas. Diarios de guerra de niños y adolescentes', ayer en Madrid.MANUEL ESCALERA
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