Jolgorio y cine en Roma
Coppola inaugura el festival de la ciudad con su último filme
Lo de Roma no es un festival, ni una muestra, ni unas jornadas. Es una fiesta, la Fiesta del Cine, y hay que entender la palabra de forma literal. Monica Bellucci protagonizó anoche el desfile inaugural sobre la alfombra roja del Auditorium y dio inicio a un programa de festejos que incluye casi de todo, sin otro orden aparente que la voluntad de llenar 10 días con el mayor número posible de actividades relacionadas, de cerca o de lejos, con el cine. El máximo atractivo cultural de esta segunda edición de la fiesta es, sin duda, la proyección de Youth without youth, la primera película de Francis Ford Coppola en una década.
El alcalde de Roma, Walter Veltroni, cinéfilo de siempre, ideó la Fiesta con tres objetivos, por este orden: divertir a los romanos (lo que suele incrementar la popularidad del alcalde), atraer turismo y concentrar muchas proyecciones en pocos días. Este año, Veltroni no necesita ser más popular. Acaba de ser elegido secretario del nuevo Partido Democrático y ya es, sin ninguna duda, el político más influyente del país, sin sufrir por el momento la erosión de quien gobierna. Lo del turismo funcionó muy bien el pasado año (la ocupación hotelera aumentó un 17%), porque Roma y el cine constituyen un binomio de éxito. Basta recordar Vacaciones romanas o La dolce vita para sentir el impulso de acercarse a la Fontana di Trevi. Lo de las proyecciones fue bien en cantidad, regular en calidad; más o menos lo mismo se espera de la edición recién iniciada.
La Fiesta de Roma carece de las aspiraciones de Cannes, Berlín o Venecia. No apuesta por líneas concretas en su selección de películas ni aspira a descubrir nada. Las obras a concurso, valoradas por un jurado popular, constituyen una lista heterogénea con dos presencias españolas: Barcelona (Un mapa), de Ventura Pons, y Caótica Ana, de Julio Medem. Se da prioridad a las películas que no concursan, sobre todo a los platos fuertes de Hollywood que deciden iniciar en Roma su promoción europea. En esta edición, además de Youth without youth, de Coppola, destacan Lions for lambs, de Robert Redford, con Meryll Streep y Tom Cruise; Into the wild, de Sean Penn; Before the devil knows you're dead, de Sidney Lumet, y Things we lost in the fire, de Susanne Bier, por la presencia de la pareja Halle Berry y Benicio del Toro.
Terrence Malick no lleva a Roma ninguna película, pero basta su rarísima presencia para atraer la atención. Malick (La delgada línea roja, Días del cielo) dio su última entrevista en 1973, ha rodado sólo cuatro largometrajes en 40 años de carrera y no tolera fotografías. El peculiar cineasta, entre cuyas actividades se cuenta la traducción al inglés de una obra del filósofo Martin Heidegger, ha aceptado encontrarse con el público romano para hablar de cine, pero sólo de cine italiano. Y ha advertido que si ve una cámara en el recinto se largará sin decir palabra.
Para la industria cinematográfica italiana, muy escasa de éxitos recientes y refugiada en la producción televisiva, la Fiesta del Cine constituye una oportunidad de ampliar negocio. El encuentro romano sustituye, en cierta forma, al malogrado Mifed (Mercado Internacional del Cine y el Multimedia) milanés. La fascinación que la Ciudad Eterna y calles como Via Veneto ejercen en todo el mundo atrae a la Fiesta a potentes productores asiáticos, y existe la esperanza de que esos magnates ayuden a reanimar una industria decaída.
Lo esencial, según Walter Veltroni, inventor e impulsor del asunto, es la "fiesta popular". Y eso no se cuenta, se vive. A la gente le gusta el gran jolgorio de las estrellas (desde la inmarcesible Sofia Loren a la extraordinaria Cate Blanchett), las limusinas, las cámaras, los conciertos al aire libre. Da igual que los taxistas, como casi siempre, amenacen con una huelga, y que una asociación de directores, Centoautori, planee una manifestación sobre la alfombra roja para exigir al Gobierno, y a Veltroni, una ley de cine. El desorden y los momentos de caos, cuando se llevan con desparpajo romano, contribuyen a la diversión.
Babelia
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