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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Hace 50 años

Es la efeméride del día, de aquel día 50 años atrás cuando el Turia desbordó los pretiles, recuperó su lecho primitivo y anegó Valencia. Las crónicas del episodio y las exposiciones gráficas que en estas fechas lo rememoran -excelentes las del Muvim, L' Almudí y falla Na Jordana- dan cumplida cuenta de su vastedad y dramatismo, lo que nos exime de abundar en una descripción que poco o nada añadiría a la documentación divulgada. Si acaso, anotar la impresión de tristeza y desamparo que se desprende de las imágenes y que ciertamente reflejan la magnitud de la catástrofe, pero tanto o más delatan el encogimiento de una ciudad anclada en el siglo XIX. El color sepia de algunas fotos no es otro que el de aquella desvaída misma vida urbana aún antes de ser enfangada por el aluvión fluvial.

Por mor de la síntesis, suponemos, algunos cronistas consideran que la riada significó un sesgo en la historia local, un antes y un después, dicen aludiendo al despliegue urbanístico que propició. Los estudiosos -Josep V. Boira, Josep Sorribes, Gustau Muñoz y otros- establecerán los hechos, su cadencia y valor, pero es obvio que el mentado después tardaría casi 30 años en llegar. Durante buena parte de esos decenios de espera los valencianos capitalinos lucimos la condición de damnificados por tiempo indefinido y por un suceso cuya memoria se prolongaba en algunas secuelas, como la marginación de Ciutat Vella, donde todavía hoy es fácil verificar hasta dónde alcanzó la inundación y cuánto asoló a su paso, pues ahí siguen los solares y las huellas.

Lo bien cierto es que la riada fue un condicionante del desarrollo urbano de la capital -y del frustrado Plan Gran Valencia- que tan sólo proyectó su influencia cuando el gobierno municipal de los socialistas (1979-19991), con Ricard Pérez Casado a la cabeza, empezó a poner los fundamentos y los gramos de poesía -"la ciudad nos hace libres", peroraba el citado edil- necesarios para que Rita Barberá armase su eficaz proyecto, tan a menudo ingrato con sus predecesores, de los que es feudatario, quiera o no quiera. ¿O es que el Jardín del Turia, la Ciudad de las Ciencias y el estallido cultural de los años 80 es cosa suya o de los suyos?

Con la perspectiva de nuestro tiempo podemos afirmar que ni el más visionario de los augures hubiera sido capaz de anticipar desde aquellas ruinas urbanas, sociales y políticas de los 50 una Valencia como la actual, multirracial, turística -cuando no ha tanto que limosneaba un par de horas a los viajeros que la transitaban por su periferia- y plaza mayor de congresos y grandes eventos, singularmente deportivos. Es verdad que su eufórica expansión sintoniza con la onda general de progreso y renovación urbanística que se percibe por doquier, ya sea en Berlín, Pontevedra o Algeciras, pero sería injusto no dar fe de esta eclosión de dinamismo que tanto enorgullece a muchos capitalinos y al PP gobernante que se arroga en exclusividad el éxito.

A mano viene mencionar la ensaimada mental que la izquierda política exhibe frente a este fenómeno expansivo de la ciudad. Da la impresión de haberse quedado sin palabras ante el mismo y que va a rebufo de los acontecimientos, tanto más cuando las críticas que formula, aún pertinentes, se diluyen por la carencia de un modelo alternativo y la fanfarria mediática que jalea las iniciativas de la administración municipal. En tales circunstancias, reivindicar la huerta, la conservación del centro histórico, la responsabilidad por la descoordinación metropolitana o la adjudicación de solares para iglesias antes que para escuelas cede ante el estrépito de los bólidos de la tierra o del mar.

Hemos aludido a las muestras gráficas que, junto a las documentales que han publicado los periódicos, proporcionan datos y reflexiones sobre aquellas jornadas infaustas. En estas páginas, el suplemento Quadern del pasado día 11. No obstante, y a nuestro entender, hubiera sido plausible un recordatorio singular e institucional para aquellos dos ciudadanos que, remedando al consejero morellano Francesc de Vinatea en el siglo XIV, plantaron cara al Gobierno por el desamparo en que se nos tenía en aquellas trágicas jornadas. Nos referimos al alcalde Tomás Trenor Azcárraga y el periodista Martí Domínguez, que sacrificaron sus cargos, e incluso su profesión, al deber cívico. 50 años y la cuenta sigue pendiente.

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