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Reportaje:9 d'octubre

¡Volem l'Estatut..., el bingo y la línea!

Hace 30 años, Valencia acogía la primera gran manifestación de la democracia

En 1977 se lanzaba al espacio el primer satélite Meteosat destinado, entre otros menesteres, a predecir las contigencias meteorológicas. No sabemos si aquel satélite pionero captó el tsunami humano en que desembocó la primera y gran manifestación celebrada en la ciudad de Valencia y con la que el pueblo, uno e invertebrado, entre el Sénia y el Segura, se otorgó su carta de existencia en la nueva España de la cartografía autonomista. Como el pueblo elegido del Antiguo Testamento, atravesó las Torres de Serranos, la farmacia Cañizares y Tejidos Selogar y, a través de las aguas de un Nilo alborotado, se abrió en un mar de señeras y proclamas, al gusto y confección de cada uno, y se dirigió hacia la conquista del Shangri-La autonómico, desde la plaza de San Agustín hasta la plaza de América. Una travesía que todavía tendría que esperar cinco años, para pasar del estado preautonómico a la fase terminal en la UVI montada entre Alfonso Guerra y Abril Martorell, con liposucción y lifting homologador.

La 'coentor' continúa instalada, ahora ya en el DOCV, como nuestro "branding' existencial"
El país se acababa de sumar a los regímenes con visa democrática, sin demasiado saldo

Ahora, treinta años después, habitantes orgullosos como somos de la ciudad de los prodigios, de las fiestas y las coyunturas, la efeméride, como algunos récords del Guinnes, parece ultrapasada o tan decolorada como el Pal -¿o era Secam?- de los primeros televisores en color de Alejandro Soler o Hogar Complet.

El país se acababa de sumar al club de los regímenes con visa democrática, sin demasiado saldo en sus activos, y así, mientras unos coreaban "libertad, amnistía y estatuto de autonomía" -un añadido de última hora-, otros se preparaban para cantar línea o bingo según viajara la ruleta de la suerte. El juego, como los orgasmos de Sylvia Kristel en Emmanuelle, empezaba a dejar de ser clandestino y los salones de bingo afloraban como los Seat 127 en la pista de Silla. En la Piscina Valencia, y antes en el Ateneo Mercantil, Jesús Barrachina, un empresario siempre atento al air du temps, ponía en marcha la timba con la misma celeridad que muchos franquistas se transmutaban en demócratas en las listas de los partidos de la derecha o los marxistas-leninistas, en socialdemócratas de nouvelle vague. Con la misma velocidad con la que unos se iniciaban en el jogging y los transformistas se cambiaban de tanga y peluca en La Cetra, local de variedades gays situado en la calle Triador y ahora revivificado barrio de Velluters, artes y oficios. Cada noche, Antonio Camps, de profesión peluquero, y para el playback, Margott, invoca el fantasma de Sara Montiel, "Maniquíiiiii", y el espectro de la estrella manchega aterriza entre las mesas de la sala y el escenario con cortinas de lamé, "Maniquíiiiii". Por el club hará su búsqueda vital, Cherchez la femme, con la ayuda del pailleté y las pelucas de Mona Lisa, Rafa Gassent, cineasta, publicista y comprometido al transformarse en la nueva Flor de Otoño de la noche valenciana. Tres décadas después, los transformistas se disfrazan de drag queens, hacen de go-gos en parques temáticos o de cheerladers en presentaciones falleras. Las fallas, por su parte, aquel mismo año de 1977 tenían como fallera mayor infantil a Sonsoles Suárez Illana, hija del presidente del Gobierno que continuaba la tradición nominativa. Ahora, desde la llegada del Partido Popular al palacio de la calle Caballeros, los casales falleros se han transformado en un excelente granero para futuras presentadoras de Canal 9 con dicción de autoescuela. Una televisión que, en manos de sus dirigentes autonómicos, ha conseguido hacer la deseada simbiosis entre la realidad y la imagen al gusto condensado de sus gobernantes, mientras la oposición ha estado recluida en la dimensión desconocida.

Como en un cuadro de Genovés, el aeropuerto de Barajas se convirtió en punto de encuentro del exilio español y testimonió gráficamente el retorno, cheveux au vent, de Rafael Alberti, Salvador de Madariaga o Maria Casares . Nosotros, en esta parte, descubríamos a un muralista republicano e izquierdista, Josep Renau, como símbolo orgulloso del pasado republicano valenciano, hasta aquel entonces monopolizado por Blasco Ibáñez como totem de la causa tricolor. Ahora, las paradojas del calendario han querido que el pintor y muralista comparta actualidad con su reverso plástico, Joaquín Sorolla, que realiza un nuevo comeback triunfante en la ciudad gracias al remodelado Centro Cultural de Bancaja y la interpretación colorista del estado de las autonomías vía la Hispanic Society de Nueva York. Sorolla dibujaba proféticamente el futuro mapa del Estado español con atrezzo y peculiaridades regionales que la LOAPA se encargaría posteriormente de armonizar. Aquí y mientras tanto, con la efervescencia autonómica, los valencianos desfilaban entre el karaoke Tots a una veu y el grito festivo de La manta al coll, entre la reivindicación nacional vía dolçaina y moixeranga y la vindicación regionalista del autor de La Dolorosa.

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Cerca del Ayuntamiento, el sociólogo Damià Mollà y la profesora de derecho, Carmen Alborch, participaban de la fiesta. No sabemos si después de observar la manifestación y su heterodoxa composición, Mollà decidió que nuestro futuro debía ser impuro como las aguas del Segura. Bendecido como el Estatuto de Benicasim -el otro y más reciente continúa como objeto no identificado- el atrezzo sorollista acabará por imponerse como marco distintivo y estatutario y el viejo republicano hará el camino de retorno a Berlín para morirse el mismo año que se aprobaba en las Cortes españolas.

En 1977 los valencianos incorporaban en su diccionario portátil, entre otros vocablos nuevos, sex-shop, punk, DIU, topless, tanga, Batalla de Almansa, bingo o comida macrobiótica con el mismo énfasis nominal que hoy declaman chip, móvil, bonobús, ADN, canon digital o déficit hidráulico. La autopista A-7 finalmente comenzaba a atravesar La Safor y la Ford, la IBM y Continente en la pista de Silla -el siguiente paso trascendental será pasar del Superette a Mercadona- constituian el Eldorado del horizonte económico valenciano. Treinta años después, la Ciudad de las Artes, la America's Cup y el circuito de Fórmula 1 forman el nuevo triángulo dorado del paisaje local.

A finales de aquel año 1977, el teatro de la Societat Coral El Micalet, que junto con el València-Cinema monopolizaban el espectáculo independiente y engagé, estrenaba la obra Memòries de la coentor (Memorias de lo hortera) del grupo Carnestoltes, dirigida por Juli Leal. El espectáculo pasó a ser un significativo éxito en el panorama teatral de la ciudad y reflexionaba, con humor, sobre algunos de los tics históricos de los valencianos. Treinta años después, la coentor continúa instalada, ahora ya con firma en el DOGV como nuestro "branding existencial". O lo que hemos aportado, como distintivo, los valencianos a la cultura universal con el Hollywood del maestro José Iturbi y el Paquito el Chocolatero, que igual sirve como sintonía publicitaria de moda que como estímulo melódico en el Campeonato Mundial de Rugby. Una coentor perfumada de cursilería y escenificada en proyectos como la apertura de la dársena y este Balcón del Mar, nombre más propio de una campaña del Ministerio de Información y Turismo de los años sesenta y de aquellos Festivales de España de los Jardines de Viveros. O en la publicidad de determinados escaparates culturales. Para una de sus últimas campañas institucionales, Presidencia nos incitaba a "imaginar más comunidad", una nomenclatura ya de por sí confusa e insípida, para concitar complicidades colectivas y que seguro que ninguno de los nueve diputados electos y público general que se encaminaban hacia la plaza de América aquel 9 de octubre podían imaginar que acabaría como nombre distintivo para designar el territorio que ahora reclaman más libre y valenciano.

Pero, puestos a señalar un momento glorioso e imborrable de nuestras memorias de la coentor en estos últimos treinta años, regresemos al pasado y a aquellas galas de los Premis Nova retransmitidas por Canal 9 con la clase empresarial conmovida, como si hubiesen vuelto los tiempo de los paradores de las Fallas. Plan siguiente. Carla Bruni, estrella top de la noche, pone cara de póker, dudosa de si a quien tiene enfrente es el presidente del gremio de sastres o el gerente de una cadena de franquicias de bronceados rápidos. Un año después, Carla Bruni decidía dedicarse a la canción. Y Eduardo Zaplana, igual de bronceado, se iba hacia Madrid.

Un aspecto de la manifestación de 1977 en la calle de Pintor Sorolla.
Un aspecto de la manifestación de 1977 en la calle de Pintor Sorolla.

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